miércoles, 1 de octubre de 2014

PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 183 B



Fausto no responde. Él mismo había dicho que en esas bodegas había alguien, y que debían ser personas. Él mismo ha caído en la contradicción, pero estaba justificada: no soportaba verla tan alterada. Recoge de nuevo la linterna. En la otra mano la cámara.

-No dejes de apuntar –le indica señalando al revólver en este caso-.


Con la precaución del asustado, encara la escotilla, e ilumina esa nueva bocaleón. Bocacalle en realidad.


-¡¡Ahh!! ¡¡Joder!!


Da un paso atrás sin dejar de apuntar al interior de la bodega con linterna y cámara; aunque lleva ésta al nivel de la cintura, como si fuera otra arma. Ella tiene razón: los ojos son de personas. Y él: los golpes, también. Con el foco de luz castigando como un chorro de agua helada recorre los rostros de aquellos individuos. Los cuales a su vez se protegen con la mano del brillo que les ciega. Viajan entre las tinieblas de la bodega, apenas quebrada durante el día por la escotilla superior. Pequeña, al ser esta bodega apta para transporte de líquidos. Por ello, el foco brillante de la linterna es un incendio que les abrasa la retina. Los que están de pie se agachan, asustados. Ignoran que Fausto siente más temor por ellos que a la inversa. Un grupo de unas once personas, gente joven entre diecisiete y treinta años. Hombres todos, japoneses. Él no sabe qué hacer pero no deja de apuntar con su cámara. Los japoneses van sentándose en el suelo, quizás un gesto de obediencia o sumisión. A Fausto el corazón le roza las ciento ochenta pulsaciones: su cuerpo se prepara para la huída, o la lucha.





© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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