jueves, 9 de octubre de 2014

PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 183 R



Bae e Hiroto abandonan la bodega; por primera vez en meses. Una cadena de encierros con sus torturas. Encadenadas también. La atmósfera asquerosa e irrespirable que tanto ahogaba a Charlotte es para ellos aire puro y fresco de las montañas: la relatividad de la comparación. Incluso la trémula iluminación con bombillas de baja potencia son maravillosos rayos de sol. Cálidos sobre los rostros depauperados de los cautivos. Fausto y Charlotte, afortunados en el infortunio leve, se giran. Y observan.

Los redescubren. Están mucho más mugrientos y sucios de lo que se adivinaba con la linterna. E impregnados en la insoportable pestilencia de sus desechos. Son la náusea y el asco hechos persona. Para ellos, en cambio, el decadente universo contenido en el vientre de ese barco de chatarra es la antesala al paraíso: los primeros pasos del reo por los aledaños de la prisión donde fue injustamente encarcelado. La gratitud del necesitado, Bae:


-No llores. Por favor.


Posa Bae su mano pringosa en la cabeza de Charlotte que nada ha entendido sin la traducción. Acaricia su melena suelta y suave como un niño a su madre. Ya no recuerda cuándo tuvo él el pelo largo por última vez. Ni siquiera limpio. Repite:


-No llores más. Ya pasó.


Pero la compasión por él mostrada y la falta de entendimiento de ella, consiguen el efecto contrario: Charlotte revienta en lágrimas. Se siente desdichada y culpable. Culpable por sentirse desdichada pues cómo podía ella quejarse de su existencia cuando había personas en el mundo que si algo no tenían era vida. Y sin embargo ahí estaban: agradecidas por nada.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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