jueves, 9 de octubre de 2014

PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 183 V



Fausto pregunta por inercia más bien se lo pregunta a sí mismo no espera respuesta.


-Je ne comprends…

-¡Charlotte! ¡Habla tu idioma!

-Oui… Qu`est-ce que tu fail ici?

-Je vis ici…


Charlotte, Bae, Hiroto… Todos se arremolinan en torno a la niña. Sienten curiosidad quieren saber tienen necesidad de comprender.


-¿Qué es eso de que vives aquí? –interroga Charlotte desconcertada-. ¿Y por qué hablas mi idioma? ¿De dónde has salido?


La niña se le acerca. Para acariciar su pelo, también es el primer pelo limpio que toca en mucho tiempo. Charlotte no sabe cómo responder a este gesto afectivo tan inesperado. Así que no responde.


Menos temerosas que el grupo de hombres, algunas mujeres van abandonando la bodega. Se desplazan por la pasarela sin rumbo.


-Explica eso de que vives aquí –Charlotte insiste.

-Hace mucho tiempo. Iba con mis padres, en este barco…

-¿Viajabas en el barco? ¿Cómo pasajera?

-Sí… -la niña se entristece. Prosigue:

-Una mañana me desperté y no estaban. Me asusté, había mucha gente. Más que ahora.

-¿Más?





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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 183 U



En el lado contrario al de los desechos, tras el grupo, una escala de hierro soldada a la pared culmina en una escotilla superior. Otro acceso quizás para rematar trabajos de limpieza si es que alguna vez los hubo, o supervisar la carga. Pero la escala ha sido convenientemente cortada muy por encima del alcance de una persona talla media. De la escotilla una gotera salpica el suelo. También. Agua que ellas capturan por turnos con sus bocas abiertas como pollos. Agua de lluvia para beber, agua de ola en ocasiones para limpiar heridas.

Superado el momento duda, una tras otra se van poniendo en pie. Alguna con ayuda: la debilidad, paradójicamente, va ganando fuerza. Fausto orienta al suelo la luz de la linterna: ya ha aprendido del anterior encuentro a no deslumbrar con hostilidad. Todas con vestido, la mayoría bajo la rodilla. Piernas desnudas, sucias. Amoratadas. Algunas han perdido hasta el calzado. Pies negros doloridos helados. Nueve mujeres veinte piernas.


-Pero, ¿qué es esto?


Del grupo sale una niña, sabiamente ocultada entre las supervivientes. La niña del pelo rubio del vestido ensangrentado de las apariciones fantasma exclusivas para Fausto.


-¡Eres tú! ¡Eres tú! ¡Charlotte! ¡Aquí tienes a mi fantasma! ¡¡Ven es ella, ven!! ¡Sabía que no eran alucinaciones! ¡Corre ven! ¡¡Corre!!


Fausto emocionado tira la palanca de abrir puertas le tiende la mano. Avanza la niña sin miedo, en realidad, ambos ya se conocen. Es la primera en abandonar la bodega aunque no su primera vez.



-¿Pequeña, tú cómo has acabado aquí?



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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 183 T



-Dice que tenemos que encontrar a los demás.

-¿¡Qué!? ¡Qué otros!

-Te lo dije. Los golpes, procedían de dos puntos distintos. ¿Recuerdas? ¡Hay más gente por ahí!

-¡¿Más!? –perpleja.

-Sí. Los que yo he oído. ¡Lo sabía! ¡Lo sabía! –grita alejándose hacia proa.


Hiroto se le adelanta, golpeando los mamparos de las bodegas con sus manos. Una tras otra tal y como antes había hecho Fausto. Y como si tuviera prisa por rescatar a esos nuevos desconocidos. Aunque el objeto de búsqueda difería enormemente. Al sexto intento hay un golpe de respuesta. Fausto supone que no podrá abrir la escotilla y se adelanta palanca y linterna en mano. Unen fuerzas: despejado.

La primera reacción de ambos es apartarse. Fausto por la hedionda nube Hiroto por precaución. Fausto ilumina la cámara, sin agredir, arrastrando la luz por el suelo. Efectivamente, uno tras otro van surgiendo los cuerpos. La mayoría sentados. En un extremo, amontonada la suciedad. Entre ella partes de un cuerpo humano: antebrazo pies manos tripas. Trozos rasgados de pulmón una cabeza con su melena por la sangre acartonada y cubriéndole parcialmente el rostro. Como todas sus excompañeras, cabeza de mujer. Lo que queda de ella: restos de la última comida. Es evidente que también éstas se han canibalizado.


En el grupo, nueve mujeres de un total de quince. Dos han muerto por enfermedad una de hambre tres asesinadas por el negro bajito. Todas comidas ninguna violada. Nada que ver con el respeto todo con el asco. Sus edades, similares al grupo de hombres; el periplo también. El desenlace, idéntico.




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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 183 S



En una colisión apocalíptica de ideas, otra línea de pensamiento atraviesa su mente como una catana, seccionando la emoción que nace de la desesperación por otra mucho más útil: la ira. Admite que si esos desdichados están ahí es porque otros desalmados los han encerrado. Contra su voluntad. Ella apunta hacia estos últimos la bala de su rabia. Idóneo proyectil para reventar cualquier cabeza del impacto.


- Ça suffit. Ça suffit


Se levanta. De las fuerzas de la decisión extrae coraje para superar la barrera del asco. Abraza a Bae. Devolviendo su compasión transformada en afecto. Seca sus lágrimas con la manga. Añade:

-Très bien. Hay que dar una salida a esta situación.


-Utgivlese… Flere mennesker! Frihet! Frihet!


Bae, como si hubiera comprendido la apuesta de Charlotte, en su pésimo noruego intenta decir que hay que liberar a más personas. Señalando con el brazo más adelante, dirección bodegas de proa. Fausto no termina de creerse lo que ha oído. Pregunta y es respondido de igual forma, pero con más énfasis y apoyado por Hiroto. Ella pregunta qué se está perdiendo.


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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 183 R



Bae e Hiroto abandonan la bodega; por primera vez en meses. Una cadena de encierros con sus torturas. Encadenadas también. La atmósfera asquerosa e irrespirable que tanto ahogaba a Charlotte es para ellos aire puro y fresco de las montañas: la relatividad de la comparación. Incluso la trémula iluminación con bombillas de baja potencia son maravillosos rayos de sol. Cálidos sobre los rostros depauperados de los cautivos. Fausto y Charlotte, afortunados en el infortunio leve, se giran. Y observan.

Los redescubren. Están mucho más mugrientos y sucios de lo que se adivinaba con la linterna. E impregnados en la insoportable pestilencia de sus desechos. Son la náusea y el asco hechos persona. Para ellos, en cambio, el decadente universo contenido en el vientre de ese barco de chatarra es la antesala al paraíso: los primeros pasos del reo por los aledaños de la prisión donde fue injustamente encarcelado. La gratitud del necesitado, Bae:


-No llores. Por favor.


Posa Bae su mano pringosa en la cabeza de Charlotte que nada ha entendido sin la traducción. Acaricia su melena suelta y suave como un niño a su madre. Ya no recuerda cuándo tuvo él el pelo largo por última vez. Ni siquiera limpio. Repite:


-No llores más. Ya pasó.


Pero la compasión por él mostrada y la falta de entendimiento de ella, consiguen el efecto contrario: Charlotte revienta en lágrimas. Se siente desdichada y culpable. Culpable por sentirse desdichada pues cómo podía ella quejarse de su existencia cuando había personas en el mundo que si algo no tenían era vida. Y sin embargo ahí estaban: agradecidas por nada.



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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 183 Q



El barco escora ligeramente a ambos lados. La tormenta del exterior parece fuerte. Por las escaleras de entrada se desliza agua a intervalos irregulares. Fragmentos de ola que se suman a la balsa estancada y sucia bajo la pasarela. La interrupción es oportuna: rescata a Fausto y Charlotte del limbo de sus horrores para empotrarlos en el proscenio de la realidad. Puro teatro de codicia y abusos. Dramaturgia del inhumano humano en amarillo limón: desenlace fatal para actores y público.

Charlotte pierde el equilibrio con el movimiento sorpresa: es lanzada contra la escotilla abierta. Sin otro punto al que agarrarse, no logra evitar caer sobre el montón de gente, que sentada en el suelo se prepara para el impacto de libertador inestable. En medio de todo, semejante torpeza es conveniente pues consigue arrancar una carcajada de algún presente. Desesperación y sonrisas, dos elementos que como fuego y agua pugnan por sobrevivir. Pero quien peor soporta el contratiempo es quien menos debe: ella. Su miedo al ridículo, a la vergüenza pública. Y el insoportable olor atrapado en el interior la hacen rebotar como un muelle. Salta de bodega a pasarela y de ésta en cuatro zancadas hacia la salida. Hasta que se percata de que no hay salida. De que aunque en medio de la noche surgiera el sol radiante, ya no podría salir de esas bodegas para olvidar. Sí, Fausto tiene razón en su demoledor análisis de que ya no habrá una vuelta atrás sencilla. Y el dilema moral es tan pesado que ha consumido todas sus fuerzas. No puede caminar, se deja caer contra la rejilla dura de la pasarela. Entre amargos sollozos y balbuceos.


Fausto contiene la última arcada y se le acerca. No sabe qué decir, está tan confundido asustado y perplejo como ella. Sólo disimula un poco mejor. Le pasa la mano por el hombro. Angustiado por el descubrimiento y entristecido por verla llorar. En cierto modo, es su responsabilidad. Sus dos manos pone ella sobre las de Fausto. Es María Magdalena clavada en el suelo de su calvario de espaldas a un Jesucristo redentor. Es el dolor ante lo irremediable: los asesinatos y el canibalismo ocurridos ya no tienen reparación.



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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 183 P



Charlotte recuerda la observación de que discuten como un matrimonio y se traga el comentario o le estaría dando la razón. Bae prosigue, Fausto interpreta.


-Dice que el negro siempre trae un arma. Como las que tienes tú, por eso se han asustado tanto al verte. Que si no hay nadie que haya muerto de hambre o enfermedad, elige al que le parece más débil y lo mata de un tiro. Después, los otros dos lo descuartizan y les arrojan los pedazos. Se llevan los huesos más grandes y la cabeza. Y la carne cruda


Bae entra en pánico. Rompe a llorar, cae al suelo. Espasmos, respiración agitada. Los compañeros le sujetan, ponen un trozo de tela en su boca para que no se muerda la lengua. Epilepsia. Desencadenado el ataque quizás por el recuerdo atroz. Según la explicación, se estaban comiendo a los compañeros que caían enfermos o mostraban mayores signos de fatiga. Canibalismo de supervivencia. Salvajismo por imposición. Comerse al compañero o ser comido. El horror, el puro y despiadado horror.


Charlotte no es capaz de articular palabra. Ahora sabe que con las armas que ha empuñado tan decididamente se cometieron esos crímenes. A Fausto se le cae la linterna, una vez más, por la parálisis. Se da la vuelta, vomita por encima de la barandilla la carne con patatas de la última comida. Va a resultar que quizás tuviera razón y la carne fuera carne humana. Va a resultar que con todo lo descubierto, es más probable que no lleguen a destino que lo contrario. Que no es exagerado pensar que sus vidas corren peligro en ese entorno de, ahora confirmados, delincuentes poco comunes. Qué intrigas o peligrosas tramas criminales ocupan la mente del capitán alucinado que permitía convertir una pelea entre pasajeros en una apuesta abierta. Y a su tripulación disfrutar con ello como si fuera una actividad habitual para las horas de aburrimiento en travesía. Sólo una panda de degenerados mentales podría actuar así. El peor quizás el griego que luego se llevó a la española a la cama, combinando sadismo y sexo en un solo episodio sin interludio preparatorio.




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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 183 O



Encerrado, transportado, encerrado, transportado, embarcado ahora junto a los otros once hombres de un grupo de treinta en un barco del que no conocen destino: qué importaba una mortalidad tan alta cuando el género era tan barato en origen. Prisioneros, maltratados otra vez como esclavos, la vida de Bae no lo ha sido que sólo ha sido dolor.

Esta es la historia que relata a la sencilla pregunta <<¿Por qué estáis aquí?>> de Fausto. Necesitaba contarle a alguien su peripecia terrible. Alguien que no fuera otro retenido o un carcelero. Fausto y Charlotte eran las primeras personas no mafiosas que el grupo veía en meses. A la pregunta <> responde que son los únicos que han aparecido discutiendo como un matrimonio. Que tampoco sabían dónde buscar pues han abierto muchas puertas antes de la correcta. Y que, por último, la cara de espanto de ambos al encontrarlos había sido la confirmación definitiva de que nada conocían de su existencia.

La comparación conyugal que nada gusta a Fausto es suavizada en la traducción para Charlotte. Pero del resto no omite una coma, por dura que sea. A él, que ha apagado su grabadora porque no podía soportar más la escena, le cuesta trabajo digerir la narración. Pero Charlotte, a cada minuto se considera más ingrata con la vida: ni en la peor de sus pesadillas vivió drama tal. Aunque lo mejor está por relatar.


-Pregúntale quién les da de comer.


Charlotte sólo quiere tener identificado al carcelero.


-Dice que un hombre negro, pequeño. Acompañado de otros dos, más altos.

-¡Lo sabía! Desde que los vi bajar por primera vez sospeché de ellos. ¡Hay que matarlos!

-Calla, mujer. Déjale hablar.


-¿Mujer?




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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 183 N



<>, iba canturreando un verso que oyó esa mañana no supo dónde mientras subía las escaleras con el cuerpo. Cuatro pisos sin ascensor dándole golpes y coscorrones hasta la puerta de su cuartucho-pocilga.

Un cliente habitual deudor ocasional médico oficial le pagó los servicios prestados, por ella, con servicios de cirugía interna, de él. Que no conocía pero el muchacho tenía buenas tripas y éstas sanaron. Cuando estuvo listo para defecar por natura, o que le volvieron a sodomizar sin estragos contra natura, la puta samaritana recuperó el tiempo y dinero invertidos en el fino muchacho cambiándoselo a su chulo por la libertad. De ella. Éste, con olfato para proxenetismo iniciático y harto de que su puta yonqui en decadencia rindiese cada día menos, aceptó el trato gustoso. Tanto, que le dio una propina de morfina adulterada y la puta se mató intoxicada feliz. Eliminó a la testigo y la policía local se alegró de tener una furcia menos en las calles sin tener que trabajar ni dar vueltas al respecto. El cuerpo entero veía con muy buenos ojos esta forma de autolimpieza: silenciosa y económica. Poco papeleo.

El proxeneta introdujo al muchacho en una red de humano traficantes que operaba en Osaka y Tokio, donde todos excepto Bae ganaron buenos yenes con él. En su pico de rendimiento más alto, fue vendido a una red mayor que advirtiendo su potencial lo cambió por cinco zorras de lujo a otra más grande que la revendió a una cuarta con ramificaciones internacionales.



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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 183 M



-Dritt! Así no vamos a ninguna parte.


-Dritt! Así no vamos a ninguna parte.

-¿Fausto, has oído eso? ¡Alguien ha repetido tus palabras, por ahí atrás!

-Sí, lo he oído.

-¡Mon dieu! ¡Alguien habla tu idioma!


El representante del grupo le pide que se levante. Definitivamente, él es el líder.


-Behage. Hjelpe.


Bae: padre coreano madre coreano-nosesabeafirmabasernoruega de quien aprende algo el idioma. Palabras sueltas expresiones incorrectas y giros inapropiados, pero mejor eso que nada. En sentido opuesto, a Fausto le ocurre lo mismo con el japonés: chapurreos de turista y errores de analfabeto. Insuficiente para la situación: tendrá que bastar.

Rasgos faciales andróginos han llevado a Bae a ser confundido con una chica en varias ocasiones. Esta, no fue una de ellas. Hermoso para muchacho del montón para ser mujer. No importa, a sus clientes sus enemigos su familia no les ha importado nunca: insultado y maltratado por ésta, golpeado y violado por aquellos hasta el desgarro interno. En el último abuso lo dieron por muerto: un hombre, y una mujer, contrataron sus servicios sexuales para unas horas. Atado con cadenas y amordazado lo retuvieron durante días. Tanto ella como él abusaron y lo exprimieron como a un limón, hasta que por el ano goteó zumo de sangre. La pareja de depravados que con él cruzó la raya de la enfermedad y la aberración sexual para dar el salto a la psicopatía despiadada se deshizo de cuerpo en un callejón de Mosaya. Donde una fulana inicialmente compasiva lo arrastró como un saco de patatas una madrugada sin clientes hasta su casa.




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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 183 L



Ella se guita el gorro. Suelta la melena. Se arregla el pelo con un gesto innato de feminidad.


-¿Qué haces?

-Pasar a la acción: bajo la tensión. ¿No es lo que querías? El lenguaje de los gestos es universal.


Parece funcionar. El vocal del grupo inclina la cabeza: saluda.


-Charlotte. Je suis, Charlotte. Mom nom est Charlotte.


Ella se lleva la mano al pecho mientras pronuncia su nombre. Primeros gateos de la comunicación intercultural: quién soy quién eres tú. Cómo es que andas por aquí.


- Watashi wa Hiroto desu. Hiroto. Hiroto. –Imita el japonés el gesto de mano en pecho y pronuncia su nombre.


Charlotte dirigiéndose a Fausto:

-¿Lo ves? Ya tenemos algo. Iroto será el nombre, supongo.


Hiroto agita el brazo acompañado de un vocablo:


-Nigeru. Nigeru.



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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 183 K



El grupo abandona progresivamente la postura de orantes sin oración y se van sentando. Muy juntos. Es su forma de protegerse contra los embates del mar. Pero el interlocutor se mantiene firme en la posición. Podría ser el líder, pero también el de rango más bajo, obligado por la necesidad a escapar de esa situación más que nadie. Extiende los brazos hacia la escotilla, hacia Fausto. No hay respuesta, insiste.


- Shite kudasai! Onegaishimasu. Koko kara dete. Nigeru!

-Oh… Merde… Se me cae el alma viéndole así…

-Te lo he dicho, ¿cómo marcharnos y olvidar esto?

-¡Tú tienes la culpa! ¡Tú!


Charlotte llena de rabia y angustia arremete a golpes contra Fausto. Débiles puñetazos en el pecho que él soporta con resignación. Permite que se desahogue: la angustia los oprime a ambos por igual. Él disimula mejor. Luego de unos minutos, cargado de paciencia la detiene.


-Vale, vale ya. Así no solucionaremos nada.

-Aggg… Es que… Es que esto es tan… Tan… ¡Horrible! –solloza.

-¿Horrible? ¿Y cómo es para ellos? ¿Una fiesta?


Ella suspira, se calma, contiene el llanto. Se frota las lágrimas con la manga enorme de su chaqueta. Suficientemente grande para un mar de llantos.


-Es que… Tengo tantas preguntas.

-¡Claro, y yo! Pero no es el momento.




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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 183 J



-C`est le pire jour da ma vie…

-¿Cómo dices?

-Es más horrible de lo que había pensado… Todo por tu curiosidad. Mira lo que nos hemos encontrado… ¿Y ahora?

-Y ahora, y ahora yo qué sé. ¿Cerramos la puerta y salimos corriendo? ¿Cómo si nunca hubiéramos estado aquí? ¿Nos desentendemos del asunto? ¿Podremos olvidarlo, así de fácil?

-No digo eso pero

La discusión es interrumpida.

-Jûbun ni wa jûbundesu! Tasukete!


Un miembro de la primera fila se ha alzado, casi abalanzado, contra la estéril conversación de Charlotte y Fausto. Y la petición directa e inesperada de ayuda en japonés no es más que otro susto para ambos, que tratan de retroceder pero la barandilla lo impide. Sólo pueden saltarla y sumergirse en la balsa de agua pútrida hasta la próxima bodega. No puede ser.



-Onegaishimasu… Shite kudasai!



Silencio. El barco sube y baja, como un corcho. Otra ola gigante, cae agua por las escaleras de acceso. Se asustan.



-¡Merde, otra tormenta, vámonos de aquí!

-¡Si es como la anterior no podemos! ¡No atravesaríamos la cubierta! Nos llevarán las olas, ¿no te das cuenta?

-¡Pero aquí no estamos a salvo!



-¡Dritt! ¡No hay salida, tendremos que aguantar!


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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 183 I



-Kon-nichiwa.

El mayor del grupo ha hablado.

-¿Oui, qué ocurre? ¿Qué pasa? ¿Quién es? ¿Qué dice? ¡Merde, no me entero!

-¡Calla! ¡Hasta a mí me estás poniendo nervioso!

Charlotte sigue fuera de contacto visual. Carece de esa información y se altera, pero mejor apartada: con dos armas en posición de alerta y una evidente disposición al disparo nadie de los presentas está a salvo. Quien menos, Fausto, por encontrarse en primera línea de tiro.

-¿Quieres bajar las armas? ¡Tienes más peligro que una caja de bombas!

-Es por seguridad. ¿No has oído hablar de la defensa personal?

-¿Y tú? ¿No has oído hablar de la bala perdida? Esconde eso. ¿No ves que me vas a llevar por delante con un tiro suelto?

-Pero… ¿Y si…?

-¡Que no! ¡Guárdalas te digo!


Las órdenes son tajantes. Tanto que ella las acata sin discusión: una novedad. Pero esa explosión de energía, decisión y autoridad desaconseja una negativa. Además, le recuerda ligeramente al padre perdido. Algo dentro de ella se moviliza emocionalmente. Preveía otra derrota en la batalla del amor a pesar del entorno agresivo y dramático. Recupera la posición inicial, al lado de Fausto. Ambos frente a frente con el horrible descubrimiento. Soporta con estoicismo y disciplina de soldado la nube nauseabunda que emana de la bodega. Como ha dicho Fausto, el olfato es inteligente y pronto estará inmunizada. Ambos no son más que dos asustados perplejos ante una situación que en ninguna pesadilla hubieran imaginado. Indecisos ante el próximo movimiento. Incapaces de resolver el enigma, paralizados por el temor, arrepentidos del afán explorador.




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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 183 H



-Me estoy ahogando.


Fausto procede de forma inversa, se acerca repitiendo la contraseña.

-Konnichiwa.

Apaga linterna y cámara, mostrándose a su manera desarmado.

-Kon-nichiwa.

Una voz grave, ronca, de hombre, ha salido de la bodega como un genio de su lámpara: desconcertando.

-Mon dieu, ¿quién ha sido? ¿Quién ha contestado, lo sabes?

-¿Cómo? ¡Veo lo mismo que tú: nada!

-Pues enciende la linterna… ¡Merde! ¡Para qué la tienes!


Él obedece con dudas. No admitía discusión que apagarla ha sido un acierto. Como si la oscuridad diera al grupo un extra de seguridad y confianza dentro de su extrema fragilidad. No en vano, la negrura es el medio al que están acostumbrados. Además, les protege como nada ante intrusos desconocidos.


Fausto ilumina nuevamente al grupo, que continúa suplicante, pero lo hace sin agresión, pasando la luz por los cuerpos a ras de suelo. Evitando el interrogatorio policial de foco al rostro que esgrimió Charlotte. Nada es capaz de discernir hasta que una cabeza se levanta.



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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 183 G



-¡Konnichiwa, konnichiwa!

Misma repuesta: ninguna.

-No sé… -Fausto interviene- ¿Tú confiarías en alguien que saluda apuntando con dos armas?

-¡Ah!... ¿Tú crees que… ?

-Ya no sé qué creer, o mejor, me creo cualquier cosa. Pero es una idea.

-¿Y si nos asaltan?

-Otra vez… ¡Pues disparas y ya está! Algo me dice que nadie los va a reclamar.

-Nunca he matado a sangre fría…

-Oh, ¿y a sangre caliente? Mejor no pregunto lo que no quiero saber. Yo tam…


Él iba a decir yo tampoco, pero se traga la frase a medias para no soltar una mentira: los viejos, sí los mató.

Charlotte se aleja de la puerta. No soporta el olor.


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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 183 F



Pero la realidad gusta de ofrecer nuevos extremos: los japos viajaban enjaulados en una mazmorra de metal podrida y hedionda como el resto del barco, con el pestilente añadido humano. El grupo, o eran polizones descubiertos y encerrados, afortunados en ese caso de no haber sido arrojados por la borda; o eran emigrantes clandestinos en las peores condiciones. Cabía lo peor: ser propiedad de alguien, de algún humano con su peor psicopatía pues ni las bestias hacen prisioneros.


-¿Qué vamos a hacer?

-No lo sé, están tan asustados…

-¿Podías preguntarles por qué están aquí?

-¿Yo?

-Has dicho que entendías japonés.

-Pero no hablo nada. Y entiendo lo mínimo.

-Estamos bien… ¡Merde! ¿Ni siquiera sabes decir hola? Es lo más elemental.
-Hola... Creo que sí: Kon-nichiwa,me parece. 
-Konnichiwa, konnichiwa!


Charlotte toma prestada la expresión para dirigirse al grupo. Nadie responde ni se mueve. Repite su mensaje de cordialidad entre los pueblos.


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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 183 E



-Ah no, no. Yo de estos no me fío. ¿Y si nos atacan?

-¿Atacar? ¿Pero no ves que están muertos de miedo? Además, ¿con qué?

-No sé, con las manos. Todos estos chinos juntos, seguro que alguno sabe artes marciales.

-Pues quizás pero están delgados como palos. Míralos, ¿no ves lo poco que abultan? Están en los huesos, quien sea que los tiene secuestrados también los está matando de hambre. Además, no son chinos, son japoneses.

-¿Y tú cómo lo sabes?

-Porque douzo es japonés.

-¿Y cuándo han dicho eso?

-Al verte apuntando con las armas.

-¿Desde cuándo tú hablas japonés?

-No lo hablo, entiendo un poco. Al final yo tenía razón: aquí había alguien.

-Más hubiera preferido que te hubieses equivocado.

-Yo también.


Nueva pausa de silencio se abre entre ambos. Y entre todos. Los japoneses con la cara pegada al asqueroso suelo, suplicantes acaso por sus vidas. Desposeídos y maltratados, sin otra capacidad defensiva que el ataque suicida en grupo. En esa situación, quién lo iba a decir, ¡Fausto y Charlotte eran dos privilegiados! Considerándose poco tiempo antes como las personas más desdichadas de la tierra, habían saltado a un barco en busca de mejor fortuna; quizás un poco de justicia en forma de una vida más cómoda.




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miércoles, 1 de octubre de 2014

PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 183 D



Bajo éstos, por una rejilla de desagüe para trabajos de limpieza de la propia bodega, quizás evacúen sus emuntorios líquidos hacia no se sabe dónde. Y ya. Esto no es un hotel, ni siquiera tiene aspiraciones de posada. Fue una bodega reconvertida ahora en invulnerable jaula sin barrotes, sólo pared continua de chapa, y casi ni ventana. Arriba el único punto de contacto con el cielo. Por el día sol nubes o lluvia. Por la noche luna nubes lluvia oscuridad.

Él lo graba todo como un pistolero: arma en la cadera. Disimula más y el sujeto no se siente amenazado. Había descubierto que hay personas que temen a un revólver menos que a una cámara. Para esos casos y como norma general, postura de vaquero.

Ella prefiere las armas habituales y extrae su propio revólver del bolsillo. Se acerca a la boca de la bodega empuñando ambos: tiene miedo, pero más curiosidad. Al verla el grupo, silueta al contraluz de hombre armado, gritan Chigau!, Douzo! y Shite kudasai! asustados y se amontonan contra la pared. La brusca reacción también asusta a ambos, que retroceden.


-¿Qué ha ocurrido?

-No lo sé, pero te han visto aparecer y…

-¿Será por las armas?

-Podría. Prueba a guardarlas.




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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 183 C


-¿Qué me dices? ¿Tenía yo razón? Ojos de personas.

Él no responde. Ni puede ni sabe qué decir. Sí, tenía razón. Toda. ¿Y ahora qué?

Dos minutos más tarde, de observación y estudio mutuo, Japos-Fausto Fausto-Japos, están todos sentados. Concentrados en la parte central de la bodega. No ha sido capaz de despegar la linterna de sus cuerpos, sucios, harapientos, fétidos, pringosos. Tanto es así, que la nube de pestilencia inunda lentamente el exterior, como una vía de agua pero sin bomba de achique que la extraiga. Con la parte inferior del jersey trata inútilmente de protegerse, tapándose la nariz.

-¡Qué hedor tan asqueroso! Es…

-Sí, son heces. No hay olor más repugnante que los excrementos humanos. Tal vez porque todo el ser humano en sí es puro excremento y las heces su concentrado. Pero este es más intenso, por el encierro, supongo. Esta gente está enterrada en su propia mierda: su yo más auténtico.


Con tanto desagrado como curiosidad, lentamente va iluminando el resto de la bodega. En el centro y a la izquierda, el grupo humano. Bajo los pies y más al fondo, ropas diversas extendidas en el suelo hacen de colchón. Inevitablemente sucio y húmedo pero siempre mejor que el contacto directo con el frío y duro acero. A la derecha, amontonados los excrementos. Y huesos. Probablemente restos de comida.




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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 183 B



Fausto no responde. Él mismo había dicho que en esas bodegas había alguien, y que debían ser personas. Él mismo ha caído en la contradicción, pero estaba justificada: no soportaba verla tan alterada. Recoge de nuevo la linterna. En la otra mano la cámara.

-No dejes de apuntar –le indica señalando al revólver en este caso-.


Con la precaución del asustado, encara la escotilla, e ilumina esa nueva bocaleón. Bocacalle en realidad.


-¡¡Ahh!! ¡¡Joder!!


Da un paso atrás sin dejar de apuntar al interior de la bodega con linterna y cámara; aunque lleva ésta al nivel de la cintura, como si fuera otra arma. Ella tiene razón: los ojos son de personas. Y él: los golpes, también. Con el foco de luz castigando como un chorro de agua helada recorre los rostros de aquellos individuos. Los cuales a su vez se protegen con la mano del brillo que les ciega. Viajan entre las tinieblas de la bodega, apenas quebrada durante el día por la escotilla superior. Pequeña, al ser esta bodega apta para transporte de líquidos. Por ello, el foco brillante de la linterna es un incendio que les abrasa la retina. Los que están de pie se agachan, asustados. Ignoran que Fausto siente más temor por ellos que a la inversa. Un grupo de unas once personas, gente joven entre diecisiete y treinta años. Hombres todos, japoneses. Él no sabe qué hacer pero no deja de apuntar con su cámara. Los japoneses van sentándose en el suelo, quizás un gesto de obediencia o sumisión. A Fausto el corazón le roza las ciento ochenta pulsaciones: su cuerpo se prepara para la huída, o la lucha.





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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 183 A


-¿Mejor?

-No, vámonos. Vámonos ya de aquí.

-No podemos, lo sabes. Que estaremos preguntándonos toda la vida. Es el momento de resolverlo.

-Yo te diré lo que ocurre. ¡Ahí dentro hay personas!

-¿Cómo lo sabes? ¡No has tenido tiempo!

-Sus ojos. He visto un montón de ojos vigilándome en la oscuridad.

-¿Ojos?

-Sí, brillaban. Como sólo brillan los ojos en la noche. ¡Vámonos!

-Tranquilízate.


Ella se aparta bruscamente.


-¡Ay, basta ya! ¡No me trates como a una niña imbécil!

-No lo hacía. Pero también podían ser animales. ¿No lo has pensado?

-¿Animales?

-Sí, animales. Tienen ojos, ¿no? Podrían ser… ¿Verdad?

-Animales.

-Claro mujer, ¡qué otra cosa!

-¿Los animalitos que dan golpes cuando te quedas solo? ¿Esos mismos animales?


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 183



-¿A dónde? ¿Precisamente ahora? Te vas a pasar la vida preguntándote qué estuvimos a punto de descubrir ¡Sería renunciar cuando se está a pocos metros de la cima!

-Me da igual, me da igual, me da igual. C`est fini, C`est fini. Fausto, je t`en prie, partons…


Ella tira de él, él no se deja. La sujeta por el brazo.


-Tranquilízate, verás como no pasa nada. Puede ser cualquier cosa excepto lo que dices. Es imposible, ¿no te das cuenta?

-¿Qué no pasa? ¿Qué es lo que no pasa? ¡No tienes ni idea de lo que he visto! Vámonos, s`il vous plaît.

-De acuerdo, no sabemos qué pasa. Pero lo vamos a averiguar y será una tontería. Verás como sí. Tranquilízate, por favor.



La abraza, ella tiembla. Él piensa que algo terrible debe haber visto para alcanzar ese estado de angustia. No es una persona miedosa, así que… Algo que su mente consciente no ha identificado ni comprendido, pero sí su cerebro profundo, el inconsciente, y que ha señalado como una gran amenaza. Ella tiembla él la estrecha con más fuerza, conteniendo la agitación nerviosa de su cuerpo. Se pregunta si ese gesto es amor, se responde que es sólo comprensión, empatía, preocupación por el otro ser. Complicidad en la vulnerabilidad: dos seres indefensos, frágiles, acosados por peligros indefinidos, conocidos o imaginados. Otro nuevo interrogante de gran tamaño que le inquieta: ¿Qué ha visto ella?




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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 182



-¡¡Ahhh!!


La linterna cae al suelo y ella retrocede asustada varios metros. Fausto desconcertado, sin luz nada distingue.


-¿¡Qué!? ¿¡Qué ocurre!? ¿Otra vez ratas?

-¿Ratas? ¡Pero qué dices! ¡¡Pe, pe, peor, mucho peor!! ¡Ahí hay algo! ¡O alguien! –tartamudeando de terror- ¡¡He, he, he visto brillar puntos de luz!! ¡¡Mu, muchos puntos!! ¡¡Ojos!! ¡¡Estoy segura de que son ojos!! ¡¡Mirándome!!


Fausto coge rápidamente la linterna y se pliega a su lado. El temblor de ella roza el paroxismo. Trata de calmarla, para calmarse él.


-Tranquilízate. No será nada, ya verás. –Le da un beso en la cabeza, sobre el gorro-.

-No, no puedo. Hay, hay algo. Te, tenías razón después de todo, ¿eh? Vámonos, vámonos. Esto es peligroso.


Trata ella de escapar, él la retiene.

-¿Dónde vas? ¿Ahora?


-Esto es peligroso, sí. Vámonos por favor. Piensa un poco: las armas, la heroína, el dinero… ¿Son demasiadas cosas, no? –Ya perdió la tartamudez-. Tú tenías razón, es muy raro todo esto. ¡Vámonos por favor!


Forcejean. Él no se lo permite.




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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 181



Charlotte retira la luz de la linterna y enfoca a la escotilla más próxima: estribor. Después de unos segundos vuelve a la que les ocupa.


-Tienes razón, sí, está más limpia. Entonces…

-Alguien viene aquí a menudo.

-Quizás sean alguienes.

-¿Cómo?

-Era una broma. Estaba pensando en los africanos que vi bajar aquí el día del bote.

-Ah… El día ese… Bueno, veamos si hay más suerte y tenemos algo interesante que se pueda filmar.

Procede con el mismo protocolo, pero el volante de apertura cede con facilidad: no es necesario apalancar. Coloca ésta en el suelo y con ambas manos acciona el mecanismo, el cual se abre sin chirridos irritantes. Escotilla liberada.

-No dejes de apuntar.

-¿Con el arma?

-Hablaba de la luz. Pero también. Dame la cámara.

Con suavidad, o temor, empuja la escotilla que se desplaza cerca de noventa grados fácilmente. Por instinto, da un paso atrás. Temiendo que en esta ocasión sí saltaran los leones. O en su defecto las ratas. Ella le imita de forma inconsciente, el miedo es contagioso, pero introduce la lanza de luz atravesando con decisión el estómago de la bodega.



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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 180



Ella le tiene agarrado con fuerza por donde mejor se somete a un hombre. Sexo y mano apenas caben dentro del pantalón.

-Ese tiene intenciones propias, pero las ideas las pongo yo y al final siempre obedece.

Contrariada, ella extrae bruscamente su mano del pantalón: un rechazo que no esperaba. En la otra mano, todavía porta el revólver. La luz de la linterna desde el suelo recorre el plano de la pasarela hasta perderse en la distancia. Con la misma mano aún caliente y de olor a Fausto, la recoge.

-De acuerdo. Como quieras. Sigamos buscando tus fantasmas.


Tres bodegas más adelante, a babor, el volante de una escotilla carece de óxido y polvo. Ni siquiera telarañas, al contrario: el círculo de acero está bruñido, casi brillante, por el uso.


-Mira.

-¿Qué?

-Esta puerta, dale luz.

-Luz.

-¿No notas algo extraño?

-¿Que ahora se ve mejor?

-No, faen. Que no está tan asquerosa. No sé… un poco sobada.

-Pues… Sí, tal vez.


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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 179



Como no puede evitar un impulso que le excita. Tampoco quiere, le haría el amor ahí mismo; si no fuera porque la oscura bodega le da tanto asco como a ella, o porque la pasarela está demasiado expuesta a cualquier interrupción por parte de algún marinero inoportuno. A los efectos, ella es un hombre, así que mejor no imaginar qué podría pasar si los descubren follando. Debe conformarse con una cucharadita de prueba en el guiso de sus pasiones: un beso. Le toma la melena le sujeta el cuello le inunda la boca con su lengua. Ella se deja hacer, el gustan esos arrebatos de pasión: son la viva expresión del deseo insatisfecho. Y pocas veces el deseo es satisfecho por completo.

Ella deja caer la linterna como una piedra, que resuena entre el acero con un golpe seco de martillo. Desliza su mano entre pantalón y camisa, buscando con prisa el cuerpo que ya la había hecho sentir el cielo: quiere repetir. A él esos dedos jugueteando entre los genitales le estremecen: flaquean las piernas lo mismo que se endurece el sexo. Quizás por esto: la sangre no alcanza a todo el cuerpo.

-Aquí no.

Desconcertada y con la boca abierta como un gorrión espera la comida de la madre:

-¿Qué?

-Este lugar. Me da asco. Si por mí fuera te colgaba en mi cintura y te ensartaba contra la pared, pero este olor, esta suciedad… Son insoportables. No puedo.

-Pues éste no piensa lo mismo.




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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 178



Ella se levanta del suelo histérica. Se sacude la ropa, el pelo, nerviosa y descontrolada. La gorra en el suelo, Fausto la recoge, ríe, se la entrega. Igual que la linterna.


-¡¡Y tú de qué te ríes!!

-Que tenías razón: ¡caballos a la carrera! Aunque sólo era una rata.

-¿Sólo una? ¿Cuántas quieres? ¿Veinte?

-Es un viejo barco, ¿qué esperabas? Las ratas son al barco como la miel al panal.

-¿Miel? ¡No hay nada dulce en todo esto! ¡Merde, merde, merde! Et rends-moi mon Bonnet!


Él la observa, estudia la expresión de su rostro. El enfado le tensa los músculos de la cara, le arruga ligeramente la frente y aprieta los labios. En esa combinación ella es otra ella. No tan dulce pero con más carácter. Con el semblante de quien sabe tomar sus propias decisiones sin aceptar una burla por respuesta. A él, eso le gusta. No sabe si un día podría enamorarse de esa mujer, pero es consciente de cuánto le atrae. De que sexualmente es una compañera idónea, activa y colaboradora. El amor, ya se vería: al igual que niños y abuelos podía ser un lastre incómodo. Cargas con las que no se puede volar. Y él quiere volar. El episodio de los abuelos entrometidos sólo fue un detonante, pero llegó a la conclusión de que quería abandonar aquel país de mediocres mucho tiempo atrás. La suya, fue una huída inevitable.

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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 177



-No sé… Sólo veo unas asquerosas cestas.

-Ilumina bien. En una de esas etiquetas, ¿qué pone?

-¡Y yo qué sé! No lo entiendo. Ni siquiera conozco el idioma en que está escrito. Podrían ser cestas de fruta, nada más.

-¿Fruta? ¿Aquí abajo?

-¡Ay y yo qué sé! ¡Qué preguntas haces!

-¡Ahí! ¡A la derecha! ¡Algo se ha movido! ¡Luz, luz!

-¿Qué? ¡Tranquilízate! Yo no veo nada. ¡Cajas vacías!


Una sombra del tamaño de una rata se desplaza rápidamente entre las cestas y otros objetos.


-¿Y ahora? ¡No me dirás que no la has visto! Algo se ha movido.

-Bueno… Podría ser…


La sombra del tamaño de rata corre hacia la escotilla. Cruzándola de un salto, descontrolada y tropezando en las piernas de Charlotte, quien asustada da un paso atrás tropieza y cae al suelo. Rueda la linterna por la pasarela, avanza por ella la luz libremente. Igual que la sombra tamaño de rata, que le cruza el pecho, la cara y huye hasta desaparecer en sentido proa.


-¡¡Puaggg qué ascooo!! ¡¡Qué ascooo merde, merde!!

-¡Ja, ja, ja, ja! ¡Tu rataaa!





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