viernes, 29 de noviembre de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXXXI (novela corta, de momento)



-Oh, tuvo que ser terrible.

-Y tanto. Por lo visto no la levantaron del suelo, la barrieron. Quedó tan hecha pedazos que recogieron su cuerpo con una pala. Se la llevaron en una bolsa como despojos de carnicería.

-Brutal.

-Gracias por tu sinceridad. Es la primera vez que alguien no me acompaña a un sentimiento que no tengo. Lo describo como fue: brutal, sí.

-Y tu padre conoció a la yonqui.

-Sí. Años más tarde, cuando pudo salir de su depresión post traumática. Aunque nunca más volvió a Zúrich. A la estúpida la conoció en París. Yo tendría once años. Y también estábamos de visita, ya ves qué casualidades tiene esto. Caminábamos por la acera cuando una rubia exuberante metida en el tubo de una falda trabó un tacón entre dos baldosas y se fue al suelo. Justo delante de nuestras narices. Mi padre se apresuró a socorrerla y… Creo que se enamoró de ella en ese instante. Pobre… Lo cierto es que la mujer se parecía un poco a mi madre, y no sé si fue por eso o porque el accidente le recordó al suceso del tranvía, donde a mi padre le fue imposible rescatar a su esposa, que él tal vez en su subconsciente estaba reparando aquel episodio tan trágico. Esta mujer cayó delante, mi madre murió detrás de nosotros, como si le hubiéramos dado la espalda… Creo que mi padre sentía una gran culpabilidad. Sin relacionarse con otras mujeres hasta que apareció la rubia del tacón roto. He pensado muchas veces en aquel encuentro, a mi padre se le iluminaron los ojos como farolas. Pobrecito… Si hubiera sabido lo que le venía encima… Habríamos dado la vuelta y echado a correr en el mismo momento, porque desde que la conoció… Merde!, nuestra vida se fue por el desagüe. Y ya no salimos.



Ella se queda pensativa, observando las siluetas saltarinas de grandes peces que repentinamente surgieron a media distancia.


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

CLINIC



CLINIC


¡Reparamos dientes!

Para una amplia sonrisa que te despreocupe del mundo.


¡Reconstruimos muelas!

Para triturar sin esfuerzo tropezones inesperados varios.


¡Arreglamos colmillos!

Recortamos los largos enderezamos los que hay retorcidos:

preocupaciones tropezones todo lo que donde no debía aparece.


¡Recomponemos rostros!

Ven si te han partido la cara que nosotros te la pegamos.

Si está lívida de un susto acartonada por los años dividida por los desengaños.

Descompuesta con los accidentes; por estar donde no hay que estar.

Qué es vivir sino un gran choque frontal.

Contra todo, todos y demás elementos. Ya se sabe:

¡hay cada elemento!


En la mesa de acero y blanco y verde, abrimos costillas como se abren regalos:

exponiendo lo mejor de su interior qué va a ser sino el corazón.

Late late en mi mano hazme llorar de emoción.

No temas nos colamos dentro de ti y lo mismo que entramos salimos.

Sin dejar ningún rastro, no vas a notar el cambio. Si acaso,

será la transformación a mejor.


¿Hemos llegado a tu corazón? Déjanos ver tu alma.

En la cabina contigua diagnosticamos por radio cuánto, en ella,

te queda de blanco.

Qué está,

por las preocupaciones los tropezones inesperados varios los elementos,

manchado de negro.


Si quieres un blanqueo total,

de dientes como de cuerpo y mente,

basta con preguntarlo: en consecuencia actuamos prestos.

Ahora, sí notarás el cambio.


Y no olvides a la salida abonarlo, que aquí estamos trabajando.

Gente profesional, seria y competente. ¡Qué tú crees!


Toma del recibidor una tarjeta,

y no dudes en contarlo.





© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

OMISIONES RAZONABLES

OMISIONES RAZONABLES





Lamentan los amigos ir perdiendo la memoria:

lagunas mares océanos de olvido

que los succionan a un fondo de oscuridad y extravío.



Duele no recordar lo vivido:

los años que pasaron juntos solos o en compañía de nadie.

Heridas que todavía sangran dolores que no pasan ilusiones que no se alcanzan.



Pesadilla y decepción. Pocas veces, alguna grata emoción.



Se quejan de lo que han perdido yo justo por lo contrario:

¿Llegará ese día en que pueda ganar olvido?



Para lo que se ha de recordar, mejor es darlo por visto.



Y oído.





© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

sábado, 23 de noviembre de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXXX (novela corta, de momento)



-Sí. Uhm… Charles no es tu verdadero nombre. Supongo.

-Por supuesto que no. Tan falso como todo lo que aparento. Me llamo Charlotte.

-Charlotte… Me gusta… En realidad… Es porque tuve una novia que se llamaba así.

-¿Tuviste? ¿Qué pasó, se acabó el amor?

-Lo inesperado. Se suicidó.

-Ah, lo siento.

-No, no. No pasa nada. Ya está casi olvidado. Has sido tú, que al llamarte igual… Me la has recordado. Nada importante…

-Lo siento igualmente.

-Oye, dime una cosa… ¿Puedo hacerte una pregunta?

-Inténtalo.

-El asunto es… ¿Cómo estabas tan segura de que era opio?

-Preferiría que te dirigieras a mí como a un hombre.

-Ah, perdón. Es que me resulta muy difícil sabiendo que debajo de esas ropas anchas hay una mujer.

-Claro, pero… Compréndelo…

-Sí, sí. Tienes razón.

-Gracias. Por la novia de mi padre.

-¿Cómo?

-El opio. Esa zorra estúpida se enganchó.

-La novia no sería tu madre, supongo.

-No, no. A mi madre no la recuerdo. Murió siendo yo una niña.

-Oh.

-Sí, cosas que pasan. Aunque lo que pasó fue un tranvía por encima. En Zúrich, estábamos de visita según contaba mi padre. Y esos malditos trenes silenciosos… No se les oye acercarse. Acabábamos de salir de una tienda, ella olvidó el paraguas y al volverse repentinamente para recogerlo… El maquinista no pudo evitarla. Yo creo que ni la vio. Tan rápido…



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXXIX (novela corta, de momento)



-¿Para qué protegen el grano? ¿De la humedad?

-¡Ja, ja! Mon dieu, no me hagas reír! ¿Humedad? ¿El trigo? Estos granos tan sólo son el vehículo. Lo transportado es polvo de opio.

-¿Cómo que opio? ¿Pero qué dices? ¿Por qué lo sabes? ¿No te estarás equivocando?


-Ε, εσείς! Τι κάνετε εκεί;

Gritos de un marinero griego les advierten de que su presencia no es bienvenida.

-Ya ves que no. Vámonos de aquí, a ese no le gustamos.

Abandonan el escenario de pruebas, paseando se acercan a los candeleros. Ocho metros por debajo un apacible e inmenso azul se extiende plano como una tabla hasta donde alcanza la vista. Apenas roto por la punta Trawler del barco que deja a ambos lados una tímida estela, progresivamente absorbida por el mar según aumenta la distancia.


-Nadie diría que esto anoche era un infierno, ¿verdad?

-Nadie.

-¿Qué tal tu pie? No te veo cojear.

-Mejor. Con todo seco…




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXXVIII (novela corta, de momento)



-Eso, camarotes. El primero es del capitán…

-¿Cómo lo sabes?

-Míralo. Está escrito en la puerta.

-Ah, mon dieu, no entiendo bien ese idioma.

-Si él duerme solo y hay dos personas por camarote, son trece individuos. Ayer cuando subimos al barco había por aquí cinco, así que me falta por identificar a otros cuatro.

-Mon dieu! Eres un detective.

-La cámara, que te entrena para observar.

-Ya lo veo. ¿Y si salimos a que nos dé el aire? Tengo que quitarme este olor a vómito.

-Bien. Vamos por atrás. Quiero seguir investigando.

En el exterior del castillo, justo al lado de los peldaños que descendían al plano de carga donde se amontonaba la mercancía, restos del contenido que el tonel empotrado había vertido: granos de trigo recubiertos de una sustancia marrón. A Charles le llamaron la atención y recogiendo algunos se los llevó a la boca.

-¿Qué haces? ¿Te puedes envenenar?

-Eurêka! Lo sospechaba.

-¿Sospechar, el qué?

-Envenenarme podría ser, depende de con qué merde hayan mezclado esto, pero antes agarraría un buen défonce.

-¿Qué?

-Droga. Este polvillo… mira. Es opio.


Charles deshizo unos granos en la palma de Fausto y una harina ocre humedecida le impregnó la piel. Efectivamente, lo contenido bajo la cubierta artificial era trigo.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXXVII (novela corta, de momento)



Claro que sólo con la observación era difícil calibrar las verdaderas intenciones de cada viajero. Sus motivaciones para embarcar en una nave tan incómoda en un viaje tan largo con tan poco que hacer salvo vigilar cómo vigilan los demás: posibles enemigos en la adversidad y seguros competidores en la escasez. Terminado el desayuno del proletariado ambos abandonaron la cantina antes que nadie, aunque seguidos muy de cerca por la mayoría pues excepto tres griegos que se anclaron a la barra con su botella de Ouzo todos huyeron para no soportar el amargo llanto de un niño al que la madre no parecía encontrar la clave para su consuelo. A la salida, el espacio diáfano anterior al puente de mando ocupado ahora por cuatro tripulantes recordó a Fausto el lugar donde se produjo el avistamiento: la misteriosa niña de la pasada noche. Ningún objeto o equipo del barco había que pudiera semejarse remotamente al cuerpo de una pequeña.


-Estaba aquí.

-¿Lo qué?

-La niña de esta noche. No tengo dudas, era aquí.

-¿Y ya sabes quién es?

-Pues ese es el problema. Hay tres chicos, dos chicas y un bebé. Las chicas son más pequeñas y el chico de su tamaño usa gafas gruesas. Con el pelo rapado al cero no se parece en nada.

-Por los piojos.

-Seguramente, pero no ha podido ser él. La niña que yo vi tenía dos coletas y nada de gafas. Vestía con una bata, parecida a las de colegio, y unas botas de campo. Con caña larga como las mías. Creo que le quedaban grandes.

-Quizás fuera la hija de algún marinero.

-Puede. Es lo que me falta por averiguar. A cuatro los tenemos ahí, con el timón. También hay varios por la zona de carga. No sé… Son siete dormitorios.


-Camarotes.




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXXVI (novela corta, de momento)



El banco se quedara con la casa la familia con los niños y ellos con la emigración forzosa. Tal vez ocurrió así y fueran dignos de lástima y compasión. O simplemente eran un par de gañanes sin cerebro que por su mala cabeza la cagaron de tal forma que ahora estaban obligados a escapar de los acreedores.

Como los cinco amigos italianos, idóneos ejemplares de sospechosos habituales. Barba de varios días ropa ligera calzado para salir corriendo conversación a media voz manos en los bolsillos en todos una navaja vista de águila con dominio de la situación oído de murciélago para saber qué se cuenta por ahí: soplos de apuestas combates amañados barcos con contrabando de güisqui y tabaco bancos con directores poco valientes más una familia que perder. Y el trío de ases que todo gánster debe guardar en la bocamanga: policías sobornables jueces con vicios caros políticos de aficiones prohibidas; con ellos comiendo del mismo cajón no habrá actividad ilícita que se doblegue. Unidos ahora los amigos por el vínculo del lenguaje y un pasado en las trincheras defendiendo a un eje demasiado delgado para no quebrarse con los violentos giros del mundo.

Párrafo aparte merecían dos españolas a medio camino entre madre e hija o lesbiana macho con su lesbiana hembra celosas de una tercera que superada la fase acomodación se gritaban como locas y trataban como fieras. La madre o lesbiana macho iba rapada al dos. La hija o lesbiana hembra morena y despeinada como un pollo mojado. Competidoras ambas en la obesidad ganaba por medio cuerpo la madre lesbiana macho. Elefantes marinos, elefantas para este caso y nunca más procedente el ejemplo pues se las podía abandonar en cualquier colonia con estos animales que nadie notaría la intromisión. Salvo algún elefante marino macho auténtico que al olfatearlas concluyera que aquellas cosas no valía la pena hincarles el colmillo; menos aún una pelea. Para esto ya se bastaban ellas: que si pásame el pan que no me da la gana so gorda que te tiro el café con leche por contestona y yo a ti la mantequilla para que te cubras las arrugas de vieja. Aficionada probablemente a las cortezas de cerdo el pan con manteca la nata de leche hervida, prometían entretenimiento y vergüenza ajena por igual.





© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXXV (novela corta, de momento)



Él se queda pensando en aquella revelación. Mirándola a los ojos con disimulo. Desentrañando qué había ocurrido en su vida para que estuviera metida en su misma situación. Tendría que revisar sus conceptos acerca de esa flautista que le acompañaba: la imagen de una mendicante en la calle sin otro porvenir que la indigencia se desvanecía. No se veían muchos pianistas tocando en las aceras a cambio de la voluntad. Si su amiga había superado la infinita y tediosa carrera de piano significaba varias cosas: había comenzado muy joven, tal vez con cinco o seis años. Era una persona tenaz, constante. Trabajadora. Y seguramente culta, pues nunca conoció a un pianista ignorante. De estas reflexiones a su vez surgían nuevas preguntas. ¿Quién o quienes le inculcaron el interés por la música a una edad en que los niños no quieren otra cosa que jugar? Había ahí unos autores responsables. Entregados a la educación humanística de sus hijos. Charles era una compañía intrigante: mujer disfrazada de hombre, pianista con apariencia de pidelimosnas. ¿Qué otras sorpresas escondían esas ropas de carbonero sin trabajo?



Por lo demás, poco que destacar. Acaso la persistente mirada del niño de una familia de checos, y la rudeza con que una polaca trataba a quien debía ser su marido porque, ¿quién si no iba a soportar humillaciones semejantes? Aparentaba unos escasos cincuenta, pero vete a saber la edad real pues era claro que ambos habían trabajado duro. En el campo tal vez, con unas manos toscas como patatas y las uñas a ras de unos dedos amorcillados. Extremos de unos brazos recios que han soportado la fatiga de la azada o cargar pacas de heno a la carreta. Tal vez se hubieran reventado en una granja para sacar adelante a sus seis hijos vivos, los gemelos murieron con pocos meses de una extraña enfermedad mejor para todos dos vidas menos para sufrir dos bocas menos que alimentar, y una mala cosecha por culpa de la persistente lluvia que pudrió las raíces de las plantas les dejara en la ruina.




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXXIV (novela corta, de momento)



El desayuno fue modesto: pan mantequilla aguado café con leche. Sin grano de azúcar, el precio del azúcar se había disparado a causa de los especuladores. Nada nuevo salvo el derivado elegido. También en el café había más achicoria que café pero en alta mar cualquier producto que no fuera agua salada ya era un lujo. Además, no se podía esperar grandes derroches dado el reducido precio del billete.

-Extraña selección musical.

-La Cabalgata de las Valkirias. A mí me gusta. Es tan épica. Y con ese fondo musical te dan ganas de conquistar el mundo.

-Visto así… parece apropiada. Quizás un homenaje del camarero a los viajeros. Une especie de A La Carga, o similar.

-Podría ser. Lo preocupante hubiera sido una marcha fúnebre de Chopin, por ejemplo. Yo diría que es malayo. ¿No crees?

-¿El camarero? No sé… si nosotros somos variopintos la tripulación nos supera. Aquí viajamos todas las razas y un buen puñado de nacionalidades. En caso de emergencia podría resultar un problema, no nos vamos a entender.

-Tienes razón. Escucha, escucha. Ahora entra mi parte favorita.

-Salvo excepciones, como ésta, a mí la clásica no me emociona. Peor aún: me aburre. Pero se ve que tú entiendes.

-Hice la carrera de piano. Eso forma bastante, sí.


A Fausto casi se le atraganta la rebanada.


-¿Piano? ¿Pero no tocabas la flauta?

-Claro. Como instrumento de consolación. Imaginarás que un piano no cabe en la maleta.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

viernes, 15 de noviembre de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXXIII (novela corta, de momento)


-¿Me enseñarás?

Se gana el afecto de Charles, quien enroscando los brazos en torno al cuerpo de Fausto responde con dulzura: 


-Me encantaría. 

Y le besó el cuello al abrigo de la oscuridad en aquella noche terrible. 
Al amanecer, una campana en fa mayor seccionó como una navaja de afeitar la cortina del sueño en todo el pasaje. O como un martillo pilón machaca una nuez, según los casos y el despertar del durmiente. Pasada la tormenta vino lo que suele: calma. Una calma flácida y amodorrante que junto al ronroneo del motor y el suave mecer del barco, durmió a unos viajeros asustados y agotados de tanto luchar contra la inercia. Empeñada como ocurre en estos casos en estamparlos contra las paredes igual que sellos. De hecho, más de uno se rindió a la evidencia de que es inútil pelear contra gigante semejante. Siendo más cabal recostarse en el suelo e intentar rodar lo menos posible. Pero terminada aquella inaugural y aciaga noche, dolores de cabeza malestar vómitos aparte, cada cual se recompuso con la mayor dignidad posible. 

A plena luz, Fausto y Charles casi no reconocían la cantina donde apenas unas horas antes reinaba el caos. El camarero, o quien fuese, había hecho un gran trabajo de limpieza y recogida. No hay que decir que ambos guardaron en secreto su aventura nocturna, no fueran aquellos bárbaros a agradecérselo despellejándolos. Y descuartizados servirlos con doble ración de patatas para la cena.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXXII (novela corta, de momento)



Si bien, tenía muy presente que a las conocidas le seguía una octava no declarada pero más importante: el arte de hacer dinero con cualquiera de las otras siete. Salvo ésta, que se le antojaba la más abstracta e ingobernable, estaba dispuesto a probarlas todas.

-Yo hago música.
-¿Haces? ¿En serio? Eso sí que no lo esperaba. Creí que la música se tocaba. O componía. 
-¡Ya me has entendido! 
Responde molesta por esa mezcla de sarcasmo e incredulidad. Él capta el mensaje, trata de arreglarlo apretándola contra su pecho. 
-¿Qué instrumento?
Luego de una pausa con un par de grandes olas responde: 
-Toco la flauta. 
-Ahhh, qué interesante…

Fingió. La primera imagen que le vino a la cabeza era la de un músico callejero, flautista por resignación cuyo único legado vivo de la escuela habían sido esas inútiles prácticas de flauta y que tras una adolescencia revolucionaria había caído en el infierno de los excluidos sociales. Acompañándose de un perro para mejor llevar su irreversible soledad, suplicando unas monedas a cambio de un par de melodías mal entonadas. Pero con frecuencia recibiendo el desprecio de los transeúntes, cuando no los insultos de nuevos jóvenes revolucionarios pro fascismo, o las hostias de la policía pro sistema: otra forma de fascismo represivo y excluyente. Sintió lástima por ella, era la constatación de que siempre hay alguien peor que uno mismo. En ocasiones, mucho peor. Volvió a apretarla contra su pecho:





© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXXI (novela corta, de momento)



-Te sangran las manos, ¿qué te ha pasado?

-Un accidente doméstico. Soy un torpe, nada importante.

-Seguro que te has cortado abriendo una lata. Típico de hombre que se mete en cocina. –Sin pretenderlo, ella le proporciona la mejor explicación a sus cortes con las conchas de mejillón y la roca.
-Tienes razón. Era una lata de mejillones. 
Ambos se quedaron pensativos largo tiempo. Escuchando los aullidos de la tormenta, los rugidos del mar hecho una fiera rabiosa y desbocada. Pero también agrias conversaciones de otros pasajeros. Protestando seguramente por las duras condiciones del carguero, no preparado para largos viajes con personas y este había comenzado de la peor forma imaginable. Al rato, en una tregua no de calma sino de menor zozobra, ella preguntó: 

-¿Por qué has grabado antes? ¿Haces películas? ¿Vives del cine?

-Me voy defendiendo.
Esta fue la respuesta más ambigua que encontró. No podía contarle la verdad: que vivía de los muertos, del dinero obtenido por las muertes en su familia. Que no sabiendo cómo salir adelante intentó algunos proyectos pero no funcionaron. Y que eso del cine no sabía si podía ser una profesión o una evasión. Tal vez ambos, a veces lo único que diferencia una profesión del mero entretenimiento es que alguien pague por ello. Y que es entonces cuando ese mero pasatiempo deja de serlo ante los ojos de los demás para convertirse en una actividad propia de adultos responsables, lejos de la chiquillería de artista: inmaduro, vago y desorientado por definición. No podía decirle que pretendía vivir del arte casi en cualquiera de sus siete manifestaciones, y no de un trabajo decente.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE