domingo, 25 de mayo de 2014

YO TUVE UN SUEÑO

"

"YO TUVE UN SUEÑO"


Yo tengo un sueño:

Que vosotros escuchantes que miráis al entablado,
tan quietos tal vez tan inquietos
que miráis pero no veis,
por una vez dejéis de estarlo y serlo.

Y arrojéis, aquí arriba ahí afuera allá lejos,
cuanto aun siendo necesario os sobra: como la rabia
que nunca para todo lo que se ha de cambiar alcanza.
Y digáis y gritéis y corráis cuanto podáis.
A por todo a por ellos a por todos:
los que dicen qué os sobra qué os falta qué no os hace
ninguna falta.

Yo tengo un sueño:

Que vosotros escuchantes inactivos que miráis este escenario
este teatro del engaño y el absurdo
de los lelos a los listos
los idiotas a los que pasan por la vida con frescura:
caraduras,
despertéis del gran letargo que hace mansos a los bravos
dormidos a los irritados cachorros a los osos corderos a dragones

y os sacudáis el viejo manto de la costumbre el hábito y la norma
y calle arriba plaza abajo defendáis lo vuestro y lo de otros.
Sin olvidar que entre ellos y vosotros estamos nosotros.

Que alcéis la voz hasta la afonía el brazo al cielo el puño al objetivo
y quitéis de en medio y del entero a los que tanto
de tantos se burlan.

Yo tuve un sueño:

Que vosotros, vosotros sí podíais.
Pero mi sueño qué iba a ser sino otra cosa inventada.
Y miráis desde las calles desde la plaza
con la voz quebrada el brazo atado el puño abierto
a este que os habla
en la tarima de este escenario del disparate y la venganza.
Como vosotros, con las manos atadas a la espalda.
Y abrazado el cuello por la soga.

Hoy os cuento más: que ya no sueño.
Que la realidad como la mentira es terca
y os digo adiós desde el cadalso.

Soñad por mí. Soñad.

Porque tuve un sueño:



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PODIUM

PODIUM



Tantas fueron las veces que se descartó a sí mismo

que el día que lo llamaron

para concederle el premio,

por eso, por ser el muchacho él mismo,

antes que celebrarlo quiso pegarse un tiro.



No quería honores ningún agradecimiento

nada de buenas palabras ni palmadas en la espalda.

Más congruente hubiera sido bofetadas en la cara

que a esto ya estaba

mucho más que acostumbrado.



O insultos o despidos o reproches o coces.

Alejarse de todos y todo.



El día que lo llamaron para concederle el premio

premio al ciudadano ausente

antes que gritar ¡Presente!

quiso ser coherente y corriendo como alma que lleva el miedo

el muchacho, o la muchacha,

el caballero o la señora o quien quiera que aquello fuera

por si acaso

rápido



Sí, rápido se quitó de en medio.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

sábado, 3 de mayo de 2014

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte 139 (novela media)



Había leído en el menú del día patatas con carne para el almuerzo: siente náuseas. Las arcadas casi le provocan el vómito y corre a la barandilla para echar lo que fuese por la borda. Los tres africanos, ahora sí, se le quedan mirando. El presunto homicida pregunta si se encuentra bien. Pero como lo hace en swahili Fausto no le entiende. Hace un gesto con la cabeza en señal de que todo está ok. Nada como el original idioma de los simios para entenderse entre tribus. Tras unos minutos de desconfiada observación mutua, los africanos desaparecen entre la carga camino de sus aposentos. Fausto, superado el percance corre al bote donde impaciente aguarda Charlotte.

-¿Cómo has tardado tanto? ¡Han salido esos tres negros de la bodega! Los he visto por debajo del toldo y casi me da algo. ¿Qué hago si me encuentran? Me estaba

-Sí, sí. Lo sé. Me he cruzado con ellos y he tenido que disimular.

-¡Pues yo estaba asustada! ¿Has visto que el más pequeño tenía un cuchillo enorme?

-Sí, claro que lo he viso. Un hacha y un machete.

-Me ha parecido que

¡Que sí! ¡Caaalla! Me estás poniendo nervioso a mí también. Vámonos rápido de aquí.


Cuando llega la hora de comer, Fausto no puede probar bocado.


-¿No tienes hambre? Sólo comes pan. Está bueno. Demasiado picante, pero bueno.

-No sé… ¿Qué tal la carne?

© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte 138 (novela media)



Se visten rápidamente. Felices por lo ocurrido y preocupados con el desenlace: no era bueno para ninguno que fuesen descubiertos. Podrían despertar envidias y éstas los problemas serios. Él le entrega un beso de reafirmación y abandona el bote sin ser visto. Al regresar con el nuevo gorro escondido bajo la camisa, Fausto se cruza con los tres africanos. Los dos altos conversando en swahili ni le miran; pocas veces Fausto ha sentido tanta indiferencia y eso que tuvo muchas, pero el bajito contrahecho le clava unos ojos de odio que detienen el pulso: pocas veces se ha sentido tan despreciado, y eso que tuvo muchas.

Este pequeño con mirada de asesino y actitud amenazante porta un machete mellado y un hacha pequeña. Hacha hecha a su medida. Ambos instrumentos ensangrentados. Hacha hecha deshechos: preocupantemente deducibles. ¿Era este hombrecillo del tres al cuarto un asesino gigantesco? ¿Coleccionista de dedos orejas y vete a saber qué miembros más aún no descubiertos? ¿Eran contrariamente a lo que pensó en un principio, estos restos humanos lo único que quedaba de ellos y no la mutilación de advertencia? El gesto rápido y cruel que convence de cualquier amenaza. De ser cierta esta nueva teoría, ¿dónde estaban los cuerpos?¿Qué había sido de ellos? Si la amputación era el trofeo, ¿estaba el cuerpo en el fondo del mar? ¿En el fondo del barco? O peor aún, ¿deshuesados en el fondo de las cámaras frigoríficas, para acompañar la guarnición y dar de comer al pasaje?


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte 137 (novela media)



El bote suspendido de los amarres, balanceándose como una hamaca. <> más fuerza <> <> <> <>. Fausto la agarra de la cadera con fuerza y la retiene contra sí. En su cerebro una contradicción de mensajes: la inminente descarga del orgasmo retenida con la cruel brusquedad de un avance informativo: alguien caminaba cerca.

-Shh, escucha.

Pasos de varias personas. Parecen acercarse al bote. Los dos inmóviles, jadeantes sudorosos deseosos. Con los corazones a ciento cincuenta pulsaciones, y los sexos ardientes latiendo el uno contra el otro. Pero inmóviles. En estado de alerta y postura de camuflaje. Ruido de cerrojos, hierro pesado. Alguien ha abierto las puertas que conducen a las bodegas. Desciende por las escaleras. Un portazo. Silencio.

Charlotte sobre Fausto, él con las manos todavía en sus delgadas y bien definidas caderas. Ella abandona bruscamente la postura Andrómaca y se sienta a su lado. Mirando con deseo el sexo de Fausto satisfecho.

-¡Merde! ¡Tenemos que salir de aquí!

-Sí, será lo mejor.

-Pero… ¿Este?

-¿Este? Este te espera otro día. Vámonos antes de que nos encuentren.

-He perdido mi gorra… ¡Me van a descubrir!

-Es verdad… Ya sé. Tengo un gorro en mi petate, no es igual pero creo que te servirá. Espérame aquí.






© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte 137 (novela media)



Sin llegar al mal humor del engañado, pero casi, extrajo esos dedos hábiles de su cuerpo y le dio un empujón. Otra vez contra el montón de ropa y chubasqueros.

-¡Ahí quieto!

Otra vez Fausto un coscorrón esta vez contra una pala de remo. Siente el sexo de él aún sin quebrar contra el suyo rehaciéndose de la ruptura. Muy caliente, duro, toda su sangre debía estar ahí retenida, bajo ese final que había pasado por toda su boca. Frota sus labios, sus otros labios, contra el miembro de Fausto, que busca ansiosamente una cavidad donde alojarse. Donde pasar el día y la noche si fuera necesario. Cuando ya lo tiene atrapado entre los labios hinchados y húmedos, se hace penetrar. Esta vez sí, por la única parte de Fausto que aún no lo había hecho. Expulsa un grito de sobrecogimiento que casi la desploma contra su pecho. Con los brazos extendidos y las manos sobre las costillas, mantiene la postura: cabeza erguida espalda inclinada piernas flexionadas cadera sube baja nalgas apretadas. Por las manos de él clavándole las uñas, aplicando su fuerza al movimiento sube baja, dándole velocidad. <> más velocidad <> más fuerza <> más velocidad más fuerza…



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte 136 (novela media)



Sentados frente a frente, con las piernas cruzadas como tijeras, él introduce sus dedos en la boca de Charlotte y después la lengua. Es un beso de bloqueo, porque al mismo tiempo esos dedos bucean hasta encontrar el sexo de Charlotte: índice sumergido pulgar superficie exterior y periferia. <<¡Ahh!>> suspira ella estremeciéndose, haciendo un inútil intento de retroceso púbico y, nuevamente, perdiendo la coordinación manual. Efectivamente, beso y estimulación de bloqueo: la transferencia de voluntades de intenciones y de poder se estaba produciendo. La dominadora iba siendo dominada, guiada con experiencia y constancia hacia la obnubilación del arrebato, del embeleso. En la antesala de la enajenación y el hechizo por algún embrujo arrojado a sus espaldas. <> Acierta a decir torpemente. Temblorosa y aferrada al sexo de Fausto. Al que aplicaba descoordinados y temblorosos masajes de continuidad. Ya no le pertenecía porque lo dominara sino porque él quería. Acercando alejando acercando alejando, la cadera contra los dedos de él. Dando pequeños y frenéticos saltos, amplificando la estimulación, haciéndola más intensa y agresiva, más excitante más << Maudit connard >>.

Y una sacudida eléctrica atraviesa su cuerpo de cabeza a pies como si hubiera sido alcanzada por un rayo. Cree tocar el cielo con las manos, en realidad tocaba otra cosa pero ¡la confusión es tan grande! Se deja caer contra el cuerpo de Fausto nuevamente. Sólo la anterior emoción de su olor dentro de ella se le parece vagamente a este momento de petite grand mort. Sin haberla penetrado en realidad lo había hecho ya dos veces. <> repite con algo de rabia. Ya casi lo tenía cuando él la tuvo a ella.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte 135 (novela media)



La escena de un hombre desnudo yaciente en el lecho del bote y una mujer de rodillas encorvada con la cabeza sobre su sexo se mantiene durante casi diez minutos. Hasta que él suplica:

-Espera, espera, párate. No sigas, para.

Ella no sólo no obedece sino que acelera el ritmo.

-Por favor, para.

Lo mismo: ella ya lo tiene ya está bajo su control ya es un hombre completamente a su voluntad. Y buen hacer. Pero Fausto arranca un suspiro de firmeza, de otra firmeza, y tirándole del cabello separa cabeza y sexo.

-Espera, espera.


Repite, y aún estando en una de las mejores posiciones experimentadas por un hombre, se incorpora. Sentado, frente a ella que aún babea ligeramente. A un palmo de distancia entre ojos y dedo entre sexos.


-No hay prisa –añade-.

-¡Tienes un ojo más oscuro que otro! –exclama ella sorprendida.

-Sí, pero hay que estar muy cerca para darse cuenta.

-¿Tanto como esto de cerca? –enfatiza ella la pregunta con un movimiento extra de vaivén sobre su sexo.


-Tanto.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte 134 (novela media)



Fausto cuela sus dedos entre el cabello de Charlotte, busca su cuello, su rostro. Acariciándolo con delicadeza, sin prisa: ¡tenían todo un océano de tiempo! Con vida propia, su pene late contra el cuello de su compañera, reclamando la atención que merece. Ella vuelve de su evasión por el universo del aroma Fausto y lo toma con una mano al tiempo que con la otra estruja los testículos. Le pasa la lengua siguiendo la verticalidad de su deseo, en zigzag, describiendo eses para terminar en un recorrido por la redondez genital. Saliva y lo humedece, preparando su lubricación. Lo huele, inhala aspira traga toda esa masculinidad sin reparos. Con avaricia y ansia. Con descaro. No está ahí para perder el tiempo ni rodear más que lo necesario. Debajo, tiene a Fausto para comérselo. Para degustar su concentrado de testosterona como sólo una buena amante puede hacer. Ese Fausto es para ella, ahora le pertenece, lo disfruta. Y le hará disfrutar.

Sigue trabajando con ambas manos y se lo introduce en la boca. Primero un poco, jugueteando con la lengua; luego hasta que le obstruye la faringe, después alternando. Un poco medio todo, un poco medio todo. En unos momentos se entusiasma en exceso y siente alguna arcada, afloja o vomitará: sería un gran fracaso de aprendiz que no está dispuesta a consentir. Fausto está a su merced, no sólo le pertenece sino que lo domina. Es su súbdito obediente sumiso y entregado. Sin una orden conseguirá de él lo que quiera, tan sólo es capaz de gemir y acariciarle inocentemente el cabello mientras tensa todos sus músculos.




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte 133 (novela media)



Movimientos desacompasados que no completan la longitud del miembro retenido. Otro ahhh más largo y la mano izquierda se apropia de los testículos abarcándolos como un trofeo. Duros como huevos, lo que eran, cocidos, lo que no eran; y ardientes como buñuelos recién hechos. Que tampoco eran pero parecían.

Con su nariz explorando el bello pectoral de Fausto llegó hasta sus pezones. Planos, pequeños y aburridos. Los lamió hasta que una esfera irregular tímida y cobriza surgió de ellos. Otra conquista por la entrega de placer, otro asalto en el camino, otro avance hacia el delirio. ¡Ah! de él, ¡Ah! de ella. Sigue la lengua en descenso lento hacia el ombligo. Lo huele. Ahí se concentra su olor como perfume. Ya lo conocía, ya sabía que le gustaba: atrapó su olor el primer día y éste le atrapó a ella, pero en el ombligo hay una dosis extra. Un chute directo a lo más profundo del cerebro que la golpea y desorienta. Le turba le confunde le extasía. Es él, dentro de ella vía nasal. Otra inhalación profunda, otra sobredosis de Fausto como morfina. Tras unos días de travesía todos los olores eran más recios e intensos, y el perfume denso Fausto le ataca directamente al hipotálamo. Pierde la voluntad y cae sobre su cuerpo. Con la mente perdida la cara sobre el ombligo y un pene ardiendo clavándosele en la garganta. No se le podía ocurrir mejor estadio de felicidad, mayor encuentro con el placer. Sólo para esto ya valía la pena el viaje. Comprendía ahora en cierta medida a su madrastra: si recibió el mismo impacto cercano a la conmoción la primera vez que se acercó a la morfina, ya no tuvo oportunidad de escapar. Resultó inevitable que quedara prisionera.


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE