miércoles, 23 de octubre de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXX (novela corta, de momento)



Quedándose enclavado entre los barrotes donde estaban amarrados doce chalecos salvavidas; para este caso salvagolpes. Ni siquiera alcanzaban a toda la tripulación, por lo que si se daba la necesidad habría que pelear por hacerse con uno: matarse para acabar en el mar, donde seguramente morir de frío o ahogado. Cosas.

El resto de toneles, unos acabaron en el mar, otro milagrosamente atrapado entre los pasillos de la carga, donde contra una de las cajas un fuerte golpe lo había encarcelado. Pero la mayoría se hizo pedazos, esparciendo su contenido por cubierta que rápidamente se llevó la espuma de mar. Un misterioso granulado cuya cobertura blanquecina se disolvía fácilmente en el agua salada. Debajo de esa envoltura lechosa, efectivamente el duro grano era de trigo.

Charles se frotó el nuevo chichón de la cabeza.

-¿Te has hecho daño? 
-¡Sí! Merde! Cést plus trop!
-¿Qué? No te entiendo. 
-¡Nada, que vaya mierda de noche!
-Debes agarrarte fuerte, ¡como yo!
-¡Ya lo hago! Pero me canso. ¡Sujétame, tú pareces estar más fuerte! ¿No te duelen los brazos?
-Sí, pero me aguanto. ¡No quiero salir volando! ¡Tengo una idea! Déjame probar. 

Trabó su bota Bodysaver en un amarre de la pared y apoyó la espalda contra un asidero. Con la mano derecha aferrada a otro y la izquierda libre, le dijo a Charles:


-Ven. Recuéstate aquí, conmigo.


Ella accedió, refugiándose en su pecho caliente. Percibiendo su olor, notando en el rostro el corazón agitado. La compostura era más la de dos enamorados que de un par de jóvenes solitarios, lo que levantó las suspicacias y murmuraciones de los inmediatos compañeros de posición. A los ojos del resto no eran sino dos jodidos y descarados maricones más. A los suyos, un hombre y una mujer desconocidos obligados por las circunstancias a apoyarse y empujados por la necesidad a socorrerse. Aquella era la unión en la fragilidad.




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXIX (novela corta, de momento)



-Entonces… ¿Tú por qué razón estás aquí? Quiero decir, ¿por qué sola?
-Mon dieu, ¿y tú? ¿También vas solo, no? He estado observándote desde que subíamos la pasarela, iba un poco más atrás. Y no te vi hablar con nadie ni despedirte. Nadie en su vida, pensé. Así que me dije, otro fugitivo. 
-¿Fugitivo, por qué? –temió ser descubierto. En realidad, sí lo era.
-Aquí somos todos unos huidos. Algunos vamos solos y otros cargan con toda la familia. Esto es un éxodo organizado previo pago del billete. 
-Tienes razón. –Los temores de que alguien conociera la verdadera razón de su viaje se disiparon.- Parece que todos estuviéramos escapando. No hay más que ver las ropas, los petates que lleva la gente. Equipo de refugiados. 
-Así es. Al asalto del primer barco que abandone el país. 
-¡Y el continente!
-Cierto. Mejor cuanto más lejos. ¡Ay!
Un golpe brusco de mar embistió el carguero por estribor, escorándolo peligrosamente en sentido contrario. Algunas mujeres del pasaje gritaban, junto a los niños y también hombres. En cubierta, el amarre de los toneles cedió y éstos comenzaron a rodar como bolas de billar, impactando y rebotando con el resto de la carga que malamente resistía el castigo de las olas, y ahora el de los diecinueve toneles descontrolados. Impulsado por el agua uno fue a empotrarse contra la pared exterior del refugio, lado de popa.


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXVIII (novela corta, de momento)



Charles terminó la mudanza entre vaivenes y algún coscorrón. Fausto recogió todo en silencio, cediéndole su rincón sin dejar de pensar en la compañía, en su nueva compañía. Ésta, limpió el pie herido con los calcetines húmedos y lo dejó secar al aire, para que cesara de sangrar. Fausto aprovechaba los momentos fugaces de luz para estudiar a su compañero. Los pies, las manos, el cabello cubriéndole parcialmente el rostro, la voz… La extraña aguda voz, incómoda en un hombre dulce en una mujer; ahora todo tenía sentido, y se tornó hermosa. El patito feo vestido de haragán era un cisne que guardaba celosamente su identidad.


-Pero… Tú…
-Mon dieu! ¡Pues claro! Estando tan cerca… ¡Creí que ya te habías dado cuenta!
Fausto se sintió como un imbécil: ¡Cómo no se había dado cuenta, por supuesto que tenía razón! ¡Tan cerca y tan ciego!
-¿Y por qué vas vestido, bueno, vestida, de hombre? 
-Shh, mejor déjalo en vestido. No quiero que ninguno de estos imbéciles se fije en mí o de que viajo solo. O no me dejarán en paz. 
-Ya entiendo... Mejor así. 
-Pues claro. Cuanto menos sepan más tranquilo estaré. 
Sabiendo ya que era una mujer, a Fausto le resultaba contradictorio que se dirigiera a sí misma como hombre. Incluso a él ya no le encajaba en su estructura mental seguir dándole tratamiento de hombre. Un desajuste en pugna con su deseo. Una mujer, con diferentes grados, podría ser un estímulo sexual incuestionable. En sentido contrario, un hombre sólo despertaba repugnancia, sexualmente un rechazo insuperable. Y aquella nueva persona, la mujer de rasgos agradables cuerpo delgado pechos pequeños voz de muchacha, podía llegar a interesarle. Esos mismos rasgos cuerpo pechos y voz en el hombre que fingía ser, chirriaban en su lógica mental de una forma que podría llegar a odiarle.




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXVII (novela corta, de momento)



Comenzó por descalzarse. El calcetín izquierdo empapado en agua y algo de sangre. Un pequeño corte de apenas un centímetro de largo por medio de profundidad en una carne reblandecida y arrugada por la humedad sangraba lentamente. Helado de frío, era más urgente quitar esas ropas mojadas y dejar las reparaciones para más tarde. Pantalones, chaqueta; ropas gruesas y excesivamente holgadas para su complexión: no era un muchacho fuerte pero Fausto creyó que quería pasar por ello. O que las ropas eran prestadas, tal vez de origen humilde, por su hermano mayor. Todo le quedaba grande o muy grande.

De la maleta extrajo otro pantalón de corte similar. Sentado en el suelo se coló por él cual conejo en madriguera: escurridizo y veloz. Fausto se preguntaba a qué obedecía tanto recato, después de todo los pasajeros bastante tenían con su propia integridad física y él no le estaba espiando precisamente. No eran los hombres objeto de su interés, además, entre relámpagos casi no veía ni la punta de su mano. Pero cuando el muchacho se guitó la gorra, una melena lisa de color oscuro cayó cubriéndole los hombros. Ahora, su imagen cambió completamente a los ojos de Fausto, y la silueta reapareció en la de otra persona. Comprendió qué ocurría.
Al desprenderse de la camisa, un destello inoportuno iluminó el barco por un segundo. Un segundo traidor inesperado delator. Un segundo que reveló un secreto que Fausto acababa de descubrir: Charles tenía pechos. Puede que la luz no fuera suficiente para casi nada, pero a él le bastó para identificar claramente que aquellos bultos con forma de manzana tamaño pequeño, no eran fruta. Eran dos tetas con sus pezones erizados de frío y también arrugados de humedad. <<¡Dos tetas!>> -se dijo sorprendido. Suerte que el relámpago fue breve, porque si Charles le hubiera visto su cara de asombro, Fausto habría sentido más vergüenza que aquel siendo descubierto. 

© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXVI (novela corta, de momento)



Tanto se había acurrucado el muchacho contra Fausto que éste sentía la humedad de su ropa.
-Deberías cambiarte. Vas a agarrar una pulmonía. ¿Qué tal ese pie, ya no te duele?
-¡Claro que me duele! Merde! Pero si me suelto voy a rodar por el suelo, y no me apetece. 
-Yo te sujeto, no te preocupes. Pero has de cambiarte.


Charles se hace el remolón.


-¿Qué ocurre, no me dirás que te da vergüenza? ¡Con esta oscuridad casi no te veo ni yo!
-Pues por eso, tú me vas a ver…
-¿Y?... Mira, ya sé. Tengo este abrigo. Cúbrete con él ya está. 
-Ahh, qué frío… 
-Enfermarás si no me haces caso. Y aquí estos salvajes son capaces de arrojarte al mar. No creo que haya medicinas para nosotros. Y mucho menos un médico. 
-Tienes razón. Déjame tu sitio, tú aquí afuera haz con el abrigo una cortina y yo me escondo contra la pared. Ahhh, qué frío.

Seguí el carguero vibrando como gelatina y en el pasaje, flasheado por la luz de los relámpagos, se podían ver las caras de susto y preocupación. De miedo. Agarrándose unos a otros, a los bancos, a lo que fuera con tal de no salir despedidos contra la celosía del albergue y acabar en cubierta, o en el mar. La situación era grave para los no acostumbrados a viajes transoceánicos. Sólo algún niño, y algún adulto con experiencia o embriaguez, podía dormir. Fausto formó un cambiador de circunstancias colocando el abrigo entre las dos paredes del rincón. En apenas un metro cuadrado, el muchacho agazapado tenía algo de intimidad. En ausencia de relámpagos y con la dura noche de tormenta, total. 



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lunes, 21 de octubre de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXV (relato alargándose)



-¿Tú lo has visto?

-¿El qué?

-Un niño, o niña no sé. Estaba aquí, justo delante de esta puerta.

-Yo no he visto nada, ¿podemos continuar? Me duele el pie y vamos a ir al suelo otra vez si seguimos dando vueltas.

-¡Pero había un niño! ¡Lo he visto! ¿Cómo has podido no darte cuenta?

-Porque igual no había nada. ¡O habrá vuelto con su madre! Mon dieu, me estoy helando de frío y necesito mirarme este pie!

-Pues yo…

-¡Sigue! Nos va a tirar una de estas arremetidas del mar, y entonces sí que vamos a despertar a todo el mundo.

Unos cuantos pisotones alguna protesta en varios idiomas y muchas disculpas después ambos estaban de nuevo en su rincón. Caja metálica y cámara a salvo en su petate, a salvo ellos también de caídas y golpes, recostados entre las dos paredes, agarrándose a unos asideros para los que Fausto en un principio desconocía su función. Ahora estaban siendo sumamente útiles, pues con el balanceo del barco ya hubieran rodado por el suelo al igual que más de un pasajero. El extra de luz ocasional aportado por relámpagos permitía hacerse una idea de la situación: cuerpos agarrados a los bancos, a otros cuerpos, tirados en el suelo; sentados amontonados en grupos en parejas. Todas las combinaciones eran admitidas si con ello dejaban de embestirse unos a otros. Solidaridad impuesta y necesaria producto tan solo de la vulnerabilidad. Probablemente, cuando el drama de la tormenta fuera historia, cada cual retornara a su individualidad e indiferencia. Si bien, esto era sólo una teoría.






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PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXIV (relato alargándose)



Cuando la enorme ola cruzó el eje transversal del barco, se hundió la proa con la misma fuerza que había ascendido, retirando el agua sobre Charles e impulsándola en sentido contrario. Éste rodó por el suelo como un muñeco hasta las piernas de Fausto, donde cual águila clavó sus garras en las botas Bodysaver.


-¡Esto se está poniendo feo, deberíamos volver!

-Merde! Ayúdame!


La cámara colgando por la correa del cuello; asido a la barra con un brazo del otro tiró de Charles y quedaron ambos en pie. Observando el oleaje interior: de juguete pero problemático, arrastrando de aquí para allá pequeños objetos que golpeaban en todas direcciones como cantos arrastrados por el río; chocando con muebles, paredes, ellos mismos. Uno de esos objetos encalló en los pies de Fausto, contra su impermeable bota Bodysaver empapada de agua. Tan llamativamente brillante a la luz de los relámpagos que sintió curiosidad, rescatándolo de su particular naufragio. Una caja metálica de algo más de un palmo de largo por unos diez dedos de anchura y cinco de alto. Lo cazó bajo la axila y propuso: <> <>

Con un brazo portaba caja y cámara, con el otro se agarraba a las mesas para avanzar sin caerse. Charles, más libre de manos pero cojeando y empapado, le siguió malamente hasta alcanzar la puerta. Al abrirla, parte del agua contenida salió al pasillo, corriendo veloz por el suelo de madera hasta desaparecer en una película imperceptible al ojo humano; aunque resbaladiza al pie. Abandonaron la cantina. Abundantes rayos iluminaban el camino de vuelta. Enfilaron el pasillo y a la altura del camarote seis Fausto creyó ver una silueta cazada por el destello de un relámpago. Una sombra pequeña, quizás un niño del pasaje que se había despertado por la tormenta, salió el albergue. Puede que perdido o asustado. Cuando llegaron al camarote seis allí no había nadie.




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PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXIII (relato alargándose)



Todas las mesas, sillas y cualquier pieza de mobiliario estaban atornilladas al suelo. Agarrándose a ellas cruzaron el comedor. Tras la barra de servir al público, en un rincón el ojo dando golpes. Una pequeña circunferencia de cristal y latón de treinta y cinco centímetros que junto a otra media docena situadas en la parte alta de la pared se abrían para ventilación cuando el clima lo permitía. Alguien debió cerrarla mal, o simplemente olvidó hacerlo. Agua de lluvia y mar había entrado por la oquedad, e iba y venía por el suelo en un ensayo de minioleaje siguiendo la danza del barco. Por debajo de la ventana una mesa anclada a la pared daba servicio al camarero. En el suelo, entre mesa y barra, cristales rotos. De algún vaso o botella, no se distinguía bien. Únicamente el ruido de éstos al pisarlos y quebrarse.


-Ten cuidado.

- Je sais, je sais. Mon dieu, c'est une catastrophe! ¡Ayúdame!


Charles se impulsó en el hombro de Fausto para subir a la mesa de un salto, pero justo cuando otra ola bañó ese costado del barco. Por la ventana entró una buena cantidad de agua que le empapó la ropa. Fausto de un salto sorteó el chapuzón. << Merde! Merde, merde! >> -Exclamó. Cerró el ojo de buey y saltó de la mesa al suelo.


-Ay! Arg!… Qui est trop!

-¿Qué ocurre?

-¡Creo que me he cortado! ¡He pisado un cristal!


El barco, cruzado por una ola de ocho metros, arboló más de treinta grados sobre la horizontal. Lanzando a Charles y Fausto contra la pared quien soltó la cámara para agarrase al mostrador, pero Charles cojeando por el daño del pie se dio de lleno contra la pared escuadra y fue a parar al suelo. El agua de lluvia y mar que bailaba por la estancia se le echó encima: enrabietado aún por los zarandeos no pudo escapar.



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domingo, 20 de octubre de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXII (relato alargándose)



Siguiendo el ruido guía, Charles giró al final del pasillo a la izquierda, dirección cantina. Frente a ambos, encerrados en el puente, las siluetas de un par de personas parecían tener el control de la situación. Al verlos, Fausto pensó si en las entrañas del barco, bajo sus pies, no habría un puñado de hombres tiznados de negro y sudorosos alimentando como bestias la caldera que impulsaba la nave. A paladas de carbón en agotadores turnos de doce horas hasta reventar. Y si alguno fallecía en el esfuerzo, al fuego y listo con él; problema resuelto y combustible para las llamas. Nada de responsos consternados ni funerales hipócritas. Claro que también esto era producto de su imaginación, pues la gran hélice del carguero era rotada por un largo motor de treinta y ocho cilindros atragantándose de fuel oil.

Un relámpago iluminó el barco como el día, y Fausto identificó con claridad el amarre del ancla. Le costaba creer que una cosa así pudiera retener en su posición semejante masa en flotación. ¿Y si el ancla no tocaba fondo?, porque la cadena no era infinita. ¿Es que acaso el peso en suspensión más el rozamiento con el agua eran suficientes? Charles entró en la cantina, Fausto le siguió y cerró la puerta, apunto casi de caer pues tenía una mano permanentemente ocupada con la cámara.

-¿Qué haces? Ten cuidado. 

-Lo siento. Es este barco que no para de moverse.

-Eres tú que no dejas esa cámara. Te vas a tropezar, y entonces tendremos un problema con los de ahí fuera si nos descubren.



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PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXI (relato alargándose)



El plano de carga era zona libre. Sólo dos pescantes, escotillas, el anclote, un molinete y demás artilugios de trabajo. Otro par de botes a cada lado, el gallardete al centro y un enjaretado de dos puertas hacia babor; claro que para tener conocimiento de todo esto había que recorrerse el barco, después las bodegas, y que no estuviera la cubierta repleta de cajas de madera de todos los tamaños y formas apiladas en distintos niveles hasta una altura de seis metros. En el centro de la mercancía unos barriles de madera formaban una pirámide de cuatro pisos. Todo bien amarrado contra viento y marea, también literalmente.

En su paseo hacia la fuente del sonido dirección proa bajo la débil luz nocturna del barco, escasa pero suficiente para no tropezar con las paredes, encontraron en un rincón al final del pasillo un buen montón de cadenas y sogas. <>. Donde desaparecerían para siempre hundidos en el fondo y comidos por los peces; sin nadie que preguntara por ellos, probablemente.


Charles observó que a lo largo de las habitaciones de la tripulación cada una tenía un distintivo, aparte del número. Se preguntó si no sería para localizarla más fácilmente cuando tornaran borrachos de la cantina. Hartos de cerveza y ron, y de haberse liado a puñetazos por una mujer o mentar más de una madre. Claro que todo esto sólo era producto de su imaginación. Mientras, Fausto filmaba la oscuridad como podía, pues el creciente oleaje cabeceaba el barco y golpeaba la chapa de acero. Algunas olas saltaban hasta los cristales y cruzaban la manga del carguero por encima de sus cabezas. Recorriendo el techo como una estampida de ratones. La lluvia después lavaba el agua salada y todo volvía nuevamente a su sitio: el mar.




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXI (relato alargándose)



El puente y entrepuente conformaban una sola estructura exterior, dividida en distintos compartimentos interiormente. Chapa de acero por fuera como todo el barco, pero a diferencia del resto forrados de madera por dentro. A su vez, el espacio para los pasajeros era algo similar a una sala de espera, o un albergue pobre. Cuatro paredes, literalmente, con la mitad superior construida en una celosía de palos y cristales y la inferior de tablas de abeto. Fausto concluyó que tal vez fuera para ser vigilados constantemente por la tripulación: carente de toda intimidad. Dentro, sucesivas bancadas para ocho personas hombro con hombro; y un par de mesas medianas.

En torno a este albergue, un pasillo longitudinal al barco lo separaba de los camarotes de la tripulación: siete con el número colgado en cada puerta y, excepto el del capitán, en su interior dos camas una mesa un par de sillas un armario y un ojo de buey mirando a estribor. El 1 pertenecía al capitán, y era el más próximo al puente de mando. El último, 7, terminaba en la misma línea estructural que pasillo y albergue. Una puerta central amplia daba acceso al exterior: plano de carga hasta popa rebajado de nivel la altura de tres escalones. En el inicio del pasillo, más a proa, en babor la cantina-comedor y los servicios. En estribor un espacio vacío con una puerta no tan grande por la que también se salía a cubierta. Algo más de dos metros hasta llegar a la barandilla, y después el mar. En el centro y eje del barco, otra puerta de acceso Prohibido-a-toda-persona-ajena-a-la-tripulación, texto en noruego que pocos pudieron comprender pero imaginaron. Delante del puente de mando, la proa del barco a cinco metros. Un bote a cada lado, el ancla con su cabestrante a estribor, un tangón y demás maquinaria para izar colgar o amarrar. Aquí y allá algún armario pequeño. Rodeando el cajón de acero que contiene puente y entrepuente: cubierta despejada y barandilla en babor como estribor.




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PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXX (relato alargándose)



Se levantaron. Charles avanzó en primer lugar, esquivando cuerpos dormidos en el suelo, bancos, bultos, ropa, maletas. Algo que confundió con una mochila se movió y le asustó. Era un niño arrebullado entre abrigos.


-¿Qué pasa?, sigue. –Dijo Fausto en voz baja.

-Nada, nada. Ya voy. Cuidado con eso, es un niño.

-Pues parece un saco de ropa vieja.

-Shish, calla. Nos van a oír.

-Espera un momento, he olvidado algo.

-¿Ahora?

-Vuelvo enseguida. Quédate ahí.


Fausto regresó a su rincón y del petate extrajo la nueva cámara de dieciséis milímetros: una Bell & Howell mejorada para imágenes con poca luz. Tomó un plano general de la escena y retornó junto a Charles.


-¿Qué haces?

-Ya lo ves, filmar.

-¿Y para qué quieres grabar a gente durmiendo? Además, no se ve nada.

-Tú continúa que yo te sigo. Y cerremos esa ventana de una vez que me está poniendo nervioso.

-Très bien, très bien.




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

sábado, 19 de octubre de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXIX (relato alargándose)



-Pues confío en que no sea así. Sería bueno que alguien condujera el barco.

-Gobernara.

-Bueno, gobernara. Como quieras.

-Yo también lo creo.


Se echaba encima la tormenta: olas golpeando el barco con fuerza, ocasionalmente alguna mayor salpicando de espuma los cristales en el espacio para pasajeros. La cubierta también era lavada por el agua. Era entonces cuando la escotilla se oía chocar con claridad.

-Habría que cerrar esa ventana, ¿no crees? 

-Tienes razón pero… -Charles se incorporó, sentándose a la par de Fausto. Hombro con hombro. Sin mirarle, añadió:

-Tendremos que hacerlo nosotros.

-¿Nosotros? ¿Por qué? No sabemos dónde está.

-El ruido nos guiará. Sólo hay que encontrarlo.

-Pero está todo tan oscuro… ¿Y si nos perdemos? ¿Y si nos encuentran andando por ahí?

-¿Tienes miedo?

-No, no es eso pero…

-¿Y si entra una ola como tú has dicho? ¿Por dónde va a salir? ¿Y si por culpa de la ola se hunde el barco?


Fausto quedó pensativo, reviviendo su trágico suceso en el mar. No le entusiasmaba la idea de repetirlo.


-De acuerdo, vamos.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE


PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXVIII (relato alargándose)


-Me llamo Charles. ¿Y tú?

-¿Qué? –respondió Fausto sorprendido. Aquel muchacho tan poco varonil tenía una voz extrañamente aguda.

-Pregunto que cuál es tu nombre. El mío Charles.

-Yo Fausto.

-¿Fausto? Ah… Como la obra de Goethe.

-Pues no sé, diría que como yo.

-Sí, claro.


Una pausa atascó la conversación. No eran más que dos extraños forzados por las circunstancias que el capricho del destino había arrinconado. Literalmente, pues uno de los vértices de ese cuadrilátero repleto de luchadores, de todos los pesos durmiendo a la espera del gran combate, estaba ocupado por ellos dos. Se oían unos golpes lejanos.

-Parece que alguien se ha dejado una ventana abierta. 

-Yo creo que sí. Aunque aquí se llama ojo de buey.

-Bueno, ojo de buey abierto. Ojo de buey… ¿Por qué ese nombre?

-Es largo de explicar… Viene de los tiempos en que se encañonaban unos a otros, a los artilleros les animaban a disparar a las ventanas haciendo un símil con la caza: disparad al ojo del buey para matarlo con una sola bala. Pues al barco lo mismo: metedle una bala de cañón por la ventana para que reviente todo.

-Vaya… Sí que conoces el tema.

-Algo. Con esta lluvia estará entrando agua.

-Mientras no lo haga una ola…

-Tienes razón, habría que cerrarla…

-¿No habrá nadie de la tripulación por ahí?
-No lo creo. Desde que hemos zarpado apenas los hemos visto. Son esquivos. Estarán todos en sus camarotes, durmiendo supongo.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXVII (relato alargándose)



Jadeando y asustado, se despertó. Soñaba, una pesadilla recuerdo: el suceso de su lucha bajo metros de agua salada en busca de la luz, el aire y la vida. A su lado, en la oscuridad de la noche en altamar, el muchacho y, técnicamente compañero de cama, le miraba con ojos penetrantes. Parecían negros, pero como todo en la noche, que es oscuro. No supo qué decir. Incómodo se le quedó mirando. El resto del pasaje parecía dormir. Unos resoplaban otros roncaban, alguno gruñía. Incluso había quien emitía una especie de silbido al respirar: un niño aquejado tal vez de cierta enfermedad pulmonar que debiera ser tratado en un hospital. Sin atención médica podría no volver a pisar tierra. Pero así era la emigración, un viaje cargado con lo poco que se tiene que no es nada, hacia la inmensa nada de la incertidumbre la inseguridad el aislamiento y el abandono. Abandonados todos a su suerte y su mala suerte, donde un golpe de timón inesperado cambiara definitivamente el rumbo de sus vidas.

Por el momento, los únicos golpes de timón los daba el oleaje: mar brava de tormenta agitaba el carguero como los trozos de madera de un naufragio. Metro arriba metro abajo. De ocho metros eran las olas contra las que el capitán del barco enfilaba la proa a duras penas, cortándolas como un cuchillo caliente se abre paso en la mantequilla. Estaba asustado: la pesadilla, los recuerdos de su ahogamiento, el balanceo del barco, la espesa noche, el ruido de la lluvia contra los cristales, el viento colándose bajo las puertas. Se sentó, apoyando la espalda contra las tablas de la pared y plegando las piernas hacia su pecho. Abrazado a ellas con las manos cruzadas por encima de los tobillos, observaba el cielo nocturno intentando encontrar alguna estrella. Su presencia significaba boquetes en el techo de nubes, y éstos tal vez el fin de la tormenta. No encontró ninguno, se resignó a pasar la noche en blanco. El muchacho también cambió de postura, a decúbito supino.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

viernes, 18 de octubre de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXVI (relato alargándose)



La nave era conducida lentamente hacia el exterior de la bahía. Ya no había vuelta atrás para los arrepentidos salvo volverse a nado. Comenzaba el largo viaje hacia un destino con vocación de cambio drástico y quizás definitivo. Según fuera la fortuna para hacer fortuna: única razón que impele al emigrante a volver a ese origen que lo expulsó: mostrar al compatriota retenido en el país cuántas aventuras y riquezas por cobarde se perdió. Claro que a los que no superaron los trabajos de tercera con mano de obra regalada la miseria los engulló, y éstos nunca vuelven para confirmar al compatriota que no abandonó el país, cuánta razón tenían al afirmar que en todas partes hay el mismo olor a podrido. Pero si el destino tenía para Fausto reservado un camino u otro, ya se vería.

Por el momento estaba haciendo lo que no logró con el suicidio frustrado: huir. Si aquel intento se convirtió en una aventura traumática con desenlace inesperado, la muerte lograda no fue la suya, éste ya se estaba materializando: para huir con éxito primero se ha de abandonar el maldito país del que se parte. Cansado por tanta tensión acumulada y la prisa para resolver la fuga, sintió que por primera vez en muchos días podía relajarse. Se giró hacia la pared, dando la espalda al muchacho, y necesitando reponer algo de paz interior, arrebujado entre abrigo y petate se quedó dormido.


Despierta, ¡despierta! ¡Nos hundimos! ¡Despierta! –el muchacho le tiraba con fuerza de la manga de su chaqueta-. ¡Nos hundimos! ¡Despierta! –El agua helada le empapaba la ropa ascendiendo hasta la boca, pero no podía despertarse, ¡se ahogaba! ¡Otra vez!-. ¡No! ¡Ah! ¡Ah, ah! ¡Qué, qué ocurre!



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE




jueves, 17 de octubre de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXV (relato alargándose)



El atemorizado mutismo inicial de la escalerilla fue cediendo ante el alboroto del descontento por la falta de espacio para terminar dando paso a la calma impuesta de la resignación. Cuando no hay nada que se pueda hacer, nada se puede hacer. En apenas una hora cada cual había encontrado, o fabricado, su sitio. Y mirándose con curiosidad y desconfianza unos a otros se aceptó por todos la tregua del no hay otro remedio. A su lado, un muchacho de rasgos afeminados, educado y silencioso encontró acomodo. Con una gorra de paño calada desde la nuca hasta los ojos, ropas holgadas y una sencilla maleta, parecía viajar tan solo como él. No supo si fue casual o deliberado, pero teniendo en cuenta los especímenes de aquel pasaje, pensó que era la mejor compañía que podía esperar. Quizás el muchacho también pensara lo mismo y por ello eligió la proximidad de su rincón, entre Fausto y el largo banco de madera donde encontraron asiento ocho varones tres mujeres un niño y el anciano.

La sospecha general la suspicacia recíproca la preocupación por el viaje o tal vez la pérdida de familia amigos y ambiente consustancial a todo emigrante, llenaron de silencio aquel espacio triste: el entrepuente. Sólo roto cuando un violento tirón balanceó la nave: zarpaba. Dos remolcadores del puerto tensaron las amarras que alejaban al carguero del muelle. A Fausto le extrañó que todo el pasaje rondara por allí, que no hubiera un desfile de pañuelos con lágrimas despidiéndose desde cubierta de otro grupo de pañuelos con lágrimas agitándose en tierra. Extraña esa gente que como él ignoraban la partida, quién sabe si pensando en volver pronto, o tal vez no hacerlo nunca. El repentino bamboleo provocado por el arrastre sí que arrancó algún comentario entre grupos, en idiomas que no entendió y carentes de toda emoción, pero nada más.




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXIV (relato alargándose)


En la escalerilla del embarque tuvo tiempo de retratar la fauna: alemanes suecos italianos polacos noruegos holandeses algún ruso y dos españolas. Éstas, con diferencia las más chillonas. De todos, más hombres que mujeres y pocos niños. Niños, igual que los viejos, observó: una carga prescindible. Sólo un anciano encontró en el pasaje. Por los orígenes parecía que Europa del norte estaba en retirada. O huída como él. Quién sabe cuántos maleantes o convictos o prófugos iban camuflados de humildes pasajeros en busca de fortuna. Si cuanto dejaban atrás era un hogar y sus seres queridos o la miseria de todos los perseguidos por la escasez y la pobreza. Nadie se marcha cuando las cosas le van bien, reflexionó estudiando al gran número de pasajeros, mayor de lo que esperaba y superior a los asientos disponibles. Que el espacio dedicado a pasajeros fuera reducido no quiere decir que se respetase. Con frecuencia, en el maltrato al desdichado todo está permitido, y no hay insulto u ofensa que se resista para todo aquel que tiene la mínima oportunidad de ejercer un poco de alienante poder. La travesía era larga, y sería complicada con esas carencias de servicios y sobreabundancias de abusos.


Fausto desconocía si los demás eran prófugos, pero él sí era un huido así que evitó problemas. Encontró un rincón discreto, en un mamparo de separación. Abajo madera arriba cristal. La celosía, también de madera, con largueros y travesaños para distribución de la luz, y miradas, en cuadrados de treinta por treinta. Del petate extrajo un chaquetón que extendió en el suelo, también de madera y ennegrecido por el uso. El saco sirvió de almohada y un gorro de pana fina sobre la cara para ocultar la luz. En esa improvisada cama estaba dispuesto a aguantar todo el viaje, con salidas únicamente para comer en la cantina o hacer uso de los lavabos.





© CHRISTOPHE CARO ALCALDE



PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXIII (relato alargándose)



Qué fácil resulta abandonarlo todo cuando se está dispuesto a soltar lastre: a Fausto le llevó apenas una semana organizar la partida. Dentro del castillo no había mucho que resolver. Deshacerse de toda la comida arrojándola al campo para los animales, tirar los productos químicos de revelado y limpieza, desconectar aparatos eléctricos, cerrar válvulas de agua, anclar ventanas, asegurar puertas, cubrir sofás butacas y camas, aromatizar armarios con flores antipolilla, condenar el tiro de chimeneas, esparcir veneno para ratones, que esos bichos son capaces de comerse una vivienda desde dentro. Y poco más. Del cerramiento de la finca era inútil preocuparse: siendo tan grande resultaba imposible impedir el paso de animales. O curiosos, que también descubrió alguno en más de una ocasión.

En un petate de soldado comprado en el rastro más insólito de la ciudad, metió lo que consideró necesario para la supervivencia en viaje largo: ropa de abrigo botas de repuesto documentación personal navaja suiza brújula y un pequeño transistor con el que solía conversar de vez en cuando; según le fuera el día. Por último, junto a docenas de rollos en dieciséis milímetros, la cámara que cambió por su viejo tomavistas más una pequeña cantidad a su contacto de la galería. Con todo ello y algo de dinero compró un billete de autobús que le acercó al puerto, donde un carguero que también disponía un pequeño espacio para pasajeros le sacaría del país sin que nadie hiciera preguntas. Nada había oído ni leído en prensa acerca de los viejos, pero por si acaso mejor no confiarse. La policía, ese grupo sospechoso que de todos sospecha podía estar detrás de ese silencio y de sus pasos. Poner tierra de por medio era lo más inteligente; o agua, en este caso. Aquel barco en un viaje sin escalas le dejaría en otro continente.



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viernes, 4 de octubre de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXII (relato alargándose)



Claro que tampoco tenía por qué terminar así. Quedaba la salida menos violenta donde no destruyera su castillo: huir. Marcharse del país cuando aún estaba a tiempo. Puede que no se hubiesen iniciado las investigaciones, que Adolf y Smitz no tuvieran familia y nadie los echara en falta. Todavía. Y él, con un billete para el primer barco podía estar en la otra parte del mundo en unas semanas. Sí, un viaje largo sin tener un propósito definido, qué más daba. Más difícil de rastrear cuanto más confusa fuera la escapada.

Y la tercera opción: quedarse y esperar. Confiar en que a los viejos nadie los recordara. Parientes lejanos repentinamente nostálgicos de unos lazos de sangre olvidados; vecinos curiosos llamando a la puerta con una enternecedora sonrisa y un bizcocho de tregua; notificaciones estatales entregadas por un cartero con el sentido del deber exacerbado. Cualquier cosa podía fastidiarla con la mejor de las intenciones. También podía ocurrir que el mar arrastrara los cuerpos y la fauna se los comiera antes de que alguna corriente oportunista los escupiera en una playa repleta de bañistas. Que de los ciento cincuenta kilos de carne y huesos no quedara ni rastro y pudiera seguir con su vida como si nada; sin pensar más en ello ni sentir los ojos de algún detective pegados en su nuca. Que no estaba siendo investigado ni sombras perseguían sus pasos: ese pariente lejano nostálgico, y vengativo, acechándole para matarle. Demasiado confiar en el destino. Optó por la segunda opción, además, ya estaba harto del país con todas sus miserias. Y las reservas económicas iban menguando así que tal vez había llegado el momento; decidieron por él las circunstancias: era tiempo de partir.





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PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXI (relato alargándose)



Así, debía afrontar un nuevo dilema: cómo liberarse del conflicto. Habiendo pasado una semana entre sudores desconocía si ya se había presentado la policía buscándolo. Primero llaman mostrando una falsa amabilidad, pero esos traidores siempre vuelven para echar la puerta abajo con el buldócer de la orden judicial: el documento dimanante de las tablas de la ley redactadas directamente por dios. E igualmente aplicadas. Otra vez la farsa de la justicia omnipresente y todopoderosa arruinándole la vida. Desconocía si ya iban en camino, si la maquinaria de represión se había activado, si la condena había sido redactada; con ese vocabulario prepotente farragoso enigmático e intimidatorio de dios en su mejor momento.

Pero no estaba dispuesto a ser una presa fácil, no se rendiría con la mansedumbre del que ingenuamente cree que bastará con su inocencia. <>, respondía oyendo comentarios al respecto. Pensó que podía llenar la casa de trampas. Se informaría y con un poco de astucia sabía que su castillo ofrecía múltiples posibilidades para esconder explosivos y armas para una defensa de igual a igual. ¡Qué era eso de que sólo la policía llevara armas! También los ciudadanos honrados debían tener derecho al mismo uso. ¿Quién le defendía a él de la policía? O quizás más derecho que ninguno puesto que alrededor de un ciudadano honrado, por eliminación sólo podía haber malhechores, policía o el sistema acorralando: todos iguales al fin. Si preparaba bien el plan, cuando llegaran podría llevarse a toda la comisaría por delante. Y si después destinaban al ejército, una vez que se viera definitivamente acorralado volarlo todo y liquidar a una compañía entera. Él solito.




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PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LX(relato alargándose)



¿Que no se ensañaron con el prisionero, violaron, robaron o simplemente asesinaron a un soldado desarmado? ¿Fueron nobles todos sus actos y en defensa del justo ideal y la verdad? ¿Qué significaba eso exactamente? ¿De qué lado está la justicia y la verdad si cada bando cree tenerla de la mano? ¿Y fuera del combate? ¿Habían actuado siempre con la misma supuesta bizarría? Hombría valentía honestidad… Él lo dudaba. Seguro que los viejos escondían cientos de secretos y de pecados inconfesables. Y que habían vivido tanto no por merecerlo sino por suerte. Simplemente.

Ahora, por otro capricho del destino sus caminos se habían cruzado. Para acabar desafiándole, humillándole y provocándole con la duda. Negando unos hechos que no habían presenciado, únicamente por la conclusión lógica que emanaba de sus conocimientos. Indiscutible reflexión acerca de lo que podía o no ser cierto. Por no creerle le agraviaron doblemente. Por no querer participar en la inútil disputa le pegaron. Y en esta última pelea fueron vencidos. Fin del asunto.

Pero a Fausto le quedaba ahora la difícil tarea de demostrar lo ocurrido. Ante los demás y, peor, un juez. Donde con toda probabilidad un tipo de negro verdugo ya entrado en años simpatizara con los abuelos de su generación y, con el agravante que suponía haber actuado desde la juventud, le condenara a la pena máxima. Que no era la muerte, quizás ésta hubiera sido un premio dadas las circunstancias, sino la perpetua. El perpetuo morir de cada día al despertar tras las rejas y descubrir que no es un sueño. Que esa tortura se va a repetir hasta que llegue la libertad en forma de última exhalación.




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jueves, 3 de octubre de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LIX(relato alargándose)



El horizonte se suponía tras la gran cortina de agua. A la mente lo primero que le vino fue el trágico suceso con los ancianos. -¡Malditos viejos! –se dijo-. ¿Por qué tuvieron que insultarme así? ¡Que se jodan! Ahora están muertos los dos. ¡Por arrogantes!

No sentía ningún remordimiento después de lo ocurrido. Él sólo quería volver a casa y ellos se entrometieron en su plan. Con la habitual prepotencia de quien cree saberlo todo de la vida, más si es la vida de los jóvenes. Haciendo de la diferencia de edad un duelo generacional y una guerra imposible de ganar, todos pierden. No podía tolerar más que el mero hecho de acumular tiempo en las carnes fuera una garantía para todo: experiencia sabiduría conocimiento reflexión paciencia equidad justicia inteligencia. Nada de esto tenía por qué ser cierto. Conocía a jóvenes que las reunían todas y a viejos que no poseían ninguna. Por los que la vida parecía no haber transcendido, sin enseñarles nada y tan majaderos como el día que los parieron. Si no más, que un bebé siempre es inocente cuando un viejo suele ser culpable de su destino.

A más viejo más hipocresía más obstinación más recelo mas egoísmo más resentimiento. Menos confianza peor carácter. Eso eran para él los dos viejos: otro par de insoportables que afirmaban tener siempre la razón con el débil fundamento de haber superado los setenta. Setenta años perdidos, quizás. O mal empleados llenos de errores calamidades y faltas. Puede que más de un delito porque esos dos se enorgullecían de haber sobrevivido a la guerra pero, ¿de qué forma? ¿Fue su valentía o su cobardía lo que les salvó el pellejo donde otros lo perdieron? ¿Lucharon como el que más o como el que menos?¿A cuántos de esos enemigos mataron? ¿De frente, por la espalda, huyendo? ¿Seguro que no cometieron ningún abuso?



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PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LVIII (relato alargándose)



Fueron unos minutos de desconcierto, tras los cuales y sin salir del pasmo Fausto se levantó y alejó rápido de allí temiendo ser visto. Aterido de frío desorientado perplejo confuso. Nervioso. En pocas horas había pasado de ser un suicida convencido a un superviviente desesperado, para terminar con un homicidio involuntario y otro asesinato en defensa propia; según el punto de vista: un despiadado ejecutor. Pura pasión y furia. Si vivir es esto, se dijo, esa mañana estaba más vivo que nunca. Aun con dos muertos a las espaldas. Retomó el sendero que le adentraba en el bosque para volver a casa, y recordó su tomavistas. Alegrándose esta vez de no haber grabado nada: si había actos que era mejor ser olvidados, la mitad de lo ocurrido aquel día bien valía ignorarlo.

Una semana pasó en cama. Con fiebres altas sudoraciones frías convulsiones incontrolables y pesadillas insoportables. Soñó que huía que le perseguían que le detenían. Que los familiares de los ancianos le buscaban con una horca. Soñó con interrogatorios con policías brutos con malos tratos de funcionarios con palizas de presos. Con prostitución carcelaria tráfico de drogas colgado de la morfina del pegamento. De una cuerda. Soñó que le extraían la sangre para venderla los órganos vitales para lo mismo. Que le cortaban las manos para comérselas las piernas para los perros los brazos y ojos para los peces. Soñó que subía y bajaba la escalera sin cesar. Condenado Sísifo al tormento de repetir la angustia una y mil veces. 

Al octavo día de convalecencia y décimo de recuperación, dejó de soñar. Eran las quince cincuenta y tres de un medio día lluvioso de un año apático con un gran sobresalto que partió la rutina. Cuando se levantó, cambió las sábanas sucias de sudor y vómito e hizo la cama como de costumbre. En la habitación, con muebles antiguos y algún tapiz raído, tres espejos orientados de tal forma que cualquier leve rayo de sol que entrase por la ventana, rebotando en ellos cruzaba la estancia; espantando la oscuridad como a las moscas. Afuera, un cielo cargado de nubes y lluvia.



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PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LVII (relato alargándose)



Con las manos sangrándole por los cortes y los dedos agarrotados de reptar por la escalera, exprimió la garganta arrugada y débil de aquel septuagenario peleón. Demasiado habituado quizás a resolver sus conflictos por la fuerza.

Sentado sobre el pecho de éste, presionó y presionó tan fuerte tanto tiempo tanta rabia acumulada gritando muérete cabrón muérete, que Smitz obedeció y en cinco apretones ya lo estaba. A pesar de ello, empujado por la ira y cegado por la rabia siguió castigando hasta que el dolor de las heridas y el sangrado le dejaron sin fuerzas. Después, se dejó caer sobre la hierba, al lado de su víctima, mirando el hermoso azul de aquel bello día de primavera calentado por un agradable sol. Ajeno a todo, el mundo seguía girando.

Al poco tiempo se levantó. No sabiendo qué hacer con el muerto, miró a ambos lados: nadie a la vista. Cogiéndolo por los tobillos lo arrastró hasta el precipicio y, sentado en el suelo por miedo a caerse él también, lo fue empujando con los pies hasta que la gravedad, la del otro anciano, se lo llevó al fondo. Cayó cerca de su amigo con similares resultados. Excepción hecha de un ojo que no saltó, que la dentadura postiza en cinco pedazos no alcanzó el mar, y que una pierna con prótesis de cadera se separó del cuerpo. Apenas retenida por hilachas de piel y músculo debió golpear en algún afilado saliente que la rasgó. Ésta sí se hundió en el agua, con el pie bien protegido en su bota Bodysaver.





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miércoles, 2 de octubre de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LVI (relato alargándose)


Fausto y el anciano fiel se quedaron atónitos. Medio minuto después del impacto emocional, éste se acercó al precipicio. El otro impacto, el físico contra el muelle de piedra, se produjo antes. Ninguno lo oyó, pero a esa velocidad contra una superficie indeformable al viejo no le quedó un hueso sin romper en varios pedazos. Ni un órgano interno sin estallar. El golpe fue tan brutal que el abdomen reventó expulsando trozos de estómago y su contenido contra la camisa, con tal fuerza que rasgó varios botones y aquellos salieron del cuerpo; a rodar por la piedra o sumergirse en el mar. La pelota del cráneo quedó aplanada como un libro, no un libro grueso, un tomo decente lleno de contenido; sino un volumen delgado viejo y sin sustancia. Los ojos saltaron disparados como pelotas de goma y los dientes, cuatro auténticos el resto postizos de oro eterno robado a los muertos del frente, esparcidos por la plataforma o arrojados al agua. Al igual que el cerebro, un puré grisáceo y rojo segundos antes capaz de tomar decisiones articular palabra o inmiscuirse en una disputa, indistinguible ahora del puré de manzana con fresas. Los pedacitos caídos al mar fueron ingeridos rápidamente por los peces, siempre atentos y hambrientos. Los dientes quedaron en el fondo como inútiles objetos perdidos. También los de oro.

Si no fuera por las ropas, nadie hubiese reconocido aquel cuerpo como humano. Bien podría pasar por restos de casquería envueltos en trapos viejos. O despojos para los perros, producto del despiece de animales grandes: caballo, vaca, cerdo adulto. La constatación irrefutable de que el milagro de la vida era algo más que una agrupación celular, pues esas mismas células que antes estructuraban el cuerpo de un hombre, seguían ahí; casi todas. Sólo que ahora ligeramente desordenadas.

Arriba, el superviviente Smitz se volvió hacia el superviviente Fausto e insultándolo le embistió como un bisonte. Tirado en el suelo, comenzó a darle puñetazos, reviviendo quizás algún episodio en el combate. Fausto, que no esperaba tal reacción, tardó unos segundos en responder, pero cuando lo hizo se revolvió con tal violencia que en un par de maniobras defensivas ya estaba estrangulando al anciano.






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PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LV (relato alargándose)



-¡Farsante mentiroso! ¡Eso lo sabe todo el mundo! Basta con leer las crónicas de la zona. ¿Pero es que nos ha tomado por idiotas? ¡No hemos luchado en una guerra para cobardes como usted!

-So ein Fleigling! ¡Ni siquiera se atreve a mirar y pretende hacernos creer que ha subido por ahí!

-Unnützer Kerl! ¡Venga aquí ahora mismo y cuéntenos la verdad!

-¡Oiga, le digo que me suelte! ¡Me da igual si no me creen! ¡Yo me marcho!

-Verlogen… ¡Váyase! ¡¡Mentiroso y cobarde!!

-¡Ya está bien tanta tontería! ¡¡No me insulte o…!!

-¿O qué? ¿Nos vas a pegar? ¿Tú solito? ¡Que ni te atreves a mirar ahí abajo! Saca los puños si tienes agallas. ¡En posición!

-¡Repugnante vejestorio desconfiado, estáis todos envenenados! ¡Peor cuanto más viejos!

-¡Oiga joven inútil! ¡Nos merecemos un respeto!

-¿Por qué? ¿Por seniles?

-¡¡Ven aquí!! ¡¡Ven aquí que te voy a enseñar a tratar bien a la gente!! Geben Sie ekelhaft!! Undankbare!!

-¿Pero qué hace? ¿Está loco? ¡¡Suélteme!!

-¡Que vengas te digo, mentecato! ¡O te arrastro yo hasta el barranco y te asomas a la muerte como un hombre!

-¡¡Eso es!! ¡¡Agárralo bien fuerte que le vamos a dar una lección!! ¡¡Las balas!! ¡¡Las balas del enemigo tenías que haber sentido en la cara!!

-¡¡Suéltame viejo estúpido!! ¡¡Pero qué se ha creído!!


Fausto y Adolf se enzarzaron en una pelea. Agarrones de uno, empujones para zafarse, del otro. Con la ayuda de Smitz al que también involucró en la trifulca, ambos ancianos consiguieron arrastrar a Fausto hasta el extremo del barranco como habían amenazado. Pero éste, más ágil y fuerte, se liberó de un empujón. Adolf perdió el equilibrio un instante, y trató de agarrarse a Fausto para no caer. Sin embargo, el chubasquero todavía húmedo se le escurrió de los dedos como pez en la mar. Definitivamente la gravedad, su gravedad, ganó el pulso por la vida y aquel cayó hacia atrás. Pero no al suelo: se fue hacia el vacío, y en un viaje que seguramente no lo hizo gritando libertad, desapareció de la vista.




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PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LIV (relato alargándose)



-He subido por la escalera. Y me he debido dormir al llegar aquí.

¿Por la escalera? ¿Esa de piedra? ¡No me haga usted reír! Por ahí no sube nadie hace más de medio siglo. ¡Es imposible!

-Cierto caballero. Seremos viejos pero no estúpidos. Por esa escalera no se puede bajar ni subir. A menos que alguien ayude con cuerdas desde aquí arriba. Y yo no veo a nadie más.

-¿Es que no sabe lo que es la gravedad? ¡Te atrapa como una telaraña! ¡No hay forma de deshacerse de ella!

-Pues yo lo he hecho. Hace unas horas, imagino. ¿Qué hora es? No importa, ahhh, qué frío. Me tengo que ir. 

-¡Ah, no, no! ¡Usted no se va de aquí sin darnos una explicación! Creo que nos la merecemos por haberle encontrado. ¡A saber qué hubiera sido de usted si le dejamos aquí! Tirado como un borracho.

-Borracho o algo peor, te lo digo yo, Adolf. Estos jóvenes de hoy son una perdición. Irresponsables…

-Suélteme. Le digo que he subido por la escalera. Y ya está.

-¿Sí? ¿Y cómo lo ha hecho? ¿Caminando tranquilamente? ¿Cómo quien pasea por la playa?

-Vengan aquí y se lo enseñaré.

Los tres se aproximaron al arranque de la escalera, pero Fausto no tuvo valor para asomarse; la experiencia había sido demasiado traumática y se quedó más retrasado que los ancianos. Éstos, desde el extremo mismo del acantilado, luchaban contra el viento. Retándose a sí mismos para ver quién tenía más aguante. Antiguos duelos de combate para comprobar el coraje del compañero enfrentado a las balas enemigas. 

-Abajo hay una plataforma. ¿La ven? Ahí comienza la escalera, y casi al final hay un descanso. Por ahí he subido. ¡Y ahora me marcho!






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PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LIII (relato alargándose)



Los dos amigos ancianos habían encontrado a Fausto en el suelo, enrollado como un ovillo. Protegiéndose quizás del mundo en una postura fetal inconsciente. Al principio pasaron de largo, pero ya que nunca se veía a nadie por allí les extrañó su presencia, y creyendo que quizás estuviera enfermo, tan cerca del peligroso acantilado, retrocedieron a despertarle. Fausto, traumatizado todavía por la dura experiencia, no se atrevió a ponerse en pie, temiendo que al hacerlo cayera de nuevo al mar. A pesar de haberse alejado ya más de veinte metros, avanzaba arrastrándose como lo había hecho los últimos sesenta minutos de escalera. Exhausto, llegó a la cima al límite de sus fuerzas y de su resistencia psíquica.

La pareja de ancianos, atajándole la huida, o el avance en retirada que en esta descripción no se pusieron de acuerdo, se colocaron formando una pared, con la cabeza de Fausto a la altura de sus tobillos.

-¡Bueno, basta ya de esta absurda situación! Si quiere irse hágalo. ¡Pero póngase en pie como un hombre! ¡Me está poniendo usted nervioso con esta actitud! 


Ante las narices de Fausto el calzado de los ancianos. Uno de ellos, con su misma marca de botas: Bodysaver. Quizás fuera por este detalle casual, quizás no, pero volvió a la realidad. Mirándoles desde el suelo, alzó un brazo y con la ayuda se puso en pie.


-Gracias, muchas gracias. Son ustedes muy amables. ¡Ahhh, qué frío!

-¡Cómo no va a tener usted frío! ¡Si está empapado!

-¿Qué? ¿Se emborrachó y le pilló la lluvia durmiendo al sereno? Porque esta madrugada ha llovido bien, deduzco que habrá pasado aquí la noche. ¿O se tomó algo que no debía y quedó inconsciente? Estos jóvenes…

-¡Por dios santo Smitz, tú siempre pensando en lo mismo. Quizás el joven se ha perdido. ¿Es así? ¿Se perdió usted? Nosotros paseamos de vez en cuando por la zona y nunca nos hemos encontrado.

-El médico, ya sabe. Que a estas edades prohíbe todo y además nos obliga caminar.


-No, no. no me he perdido. Vivo no muy lejos de aquí.

-¿Entonces? ¡Me tiene usted en ascuas! ¿Qué le ha ocurrido buen hombre?

-Te digo yo que este muchacho se ha cocido esta noche.

-Vale ya Smitz. ¡Deja al joven que se explique!



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