miércoles, 23 de octubre de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXX (novela corta, de momento)



Quedándose enclavado entre los barrotes donde estaban amarrados doce chalecos salvavidas; para este caso salvagolpes. Ni siquiera alcanzaban a toda la tripulación, por lo que si se daba la necesidad habría que pelear por hacerse con uno: matarse para acabar en el mar, donde seguramente morir de frío o ahogado. Cosas.

El resto de toneles, unos acabaron en el mar, otro milagrosamente atrapado entre los pasillos de la carga, donde contra una de las cajas un fuerte golpe lo había encarcelado. Pero la mayoría se hizo pedazos, esparciendo su contenido por cubierta que rápidamente se llevó la espuma de mar. Un misterioso granulado cuya cobertura blanquecina se disolvía fácilmente en el agua salada. Debajo de esa envoltura lechosa, efectivamente el duro grano era de trigo.

Charles se frotó el nuevo chichón de la cabeza.

-¿Te has hecho daño? 
-¡Sí! Merde! Cést plus trop!
-¿Qué? No te entiendo. 
-¡Nada, que vaya mierda de noche!
-Debes agarrarte fuerte, ¡como yo!
-¡Ya lo hago! Pero me canso. ¡Sujétame, tú pareces estar más fuerte! ¿No te duelen los brazos?
-Sí, pero me aguanto. ¡No quiero salir volando! ¡Tengo una idea! Déjame probar. 

Trabó su bota Bodysaver en un amarre de la pared y apoyó la espalda contra un asidero. Con la mano derecha aferrada a otro y la izquierda libre, le dijo a Charles:


-Ven. Recuéstate aquí, conmigo.


Ella accedió, refugiándose en su pecho caliente. Percibiendo su olor, notando en el rostro el corazón agitado. La compostura era más la de dos enamorados que de un par de jóvenes solitarios, lo que levantó las suspicacias y murmuraciones de los inmediatos compañeros de posición. A los ojos del resto no eran sino dos jodidos y descarados maricones más. A los suyos, un hombre y una mujer desconocidos obligados por las circunstancias a apoyarse y empujados por la necesidad a socorrerse. Aquella era la unión en la fragilidad.




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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