sábado, 24 de agosto de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte XXXVI (relato no tan breve)



Mucho más interesante fue la mirada siniestra de la carnicera cortando la cabeza de un carnero con el hacha de cocina. Al asestar el golpe se dirigió a la cámara atravesando la lente con sus ojos fieros. Enviando el mensaje: Yo, soy el verdugo. Tú, serás el próximo.

Fausto comprobó cuánto le había incomodado esto, pues de forma inconsciente hizo un barrido rápido hacia tres tulipanes, de plástico, que en el puesto siguiente presidían el mostrador. Buscando quizás algo de alivio estiró un zoom por diez segundos preciosos de descanso.

O eso creyó, porque ahora en la pantalla, en el margen inferior derecho del encuadre, un niño de unos diez años moreno mocoso disgustado, ocultaba unos ojos hinchados. Harto quizás de llorar. Poco después, se veía cómo la dependienta, tal vez su madre, le pellizcaba el cuello con saña. Mientras con la mejor sonrisa, evidenciada ahora de plástico como sus flores, atendía a una clienta.

Pero si la crueldad de la escena resultaba perturbadora, no lo era menos otra clienta más a la derecha; según avanzaba Fausto con el tomavistas. Ésta rebuscaba en su cartera el dinero para abonar la compra, apenas un paquete de las salchichas más baratas, que no tenía. La grabación delató que tan sólo había unas monedas. Y no alcanzaba. La mujer añadió miles de excusas embarazosas que el tomavistas sin sonido no registró. Tanto mejor, él sólo quería ser testigo, hacer un retrato social. Sin humillar.
A continuación, entre manos de cordero amoratadas estómagos de cerdo lenguas de vaca casquería de arce patas de reno y moscas, un asiático rapado al cero pescaba con palillos unos espaguetis blancos de una caja de cartón. Comida barata mala rápida para llevar… a ningún sitio. Y un perro esquelético con úlcera en los ojos lamía las gotas que como babas escurrían de la barba al suelo.




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte XXXV (relato no tan breve)



Pero el cine mudo blanco y negro con baja calidad y algo quemado con la sobreexposición, el eFe del tomavistas no terminaba de funcionar bien, desvelaban sin embargo que la cámara no pierde detalle. Aún a pesar de la falta de detalle por limitaciones técnicas.

Al pasar la filmación descubrió cosas que en directo pasaron inadvertidas: un poco por la voracidad de grabar cuanto pudiese, otro por la presión de quienes no querían testigos de sus actos. Como la verdulera gruesa pequeña teñida y zafia del puesto de lechugas. Con grosería y malas formas le gritó ¡A mí no me grabes!, al tiempo que apilaba dos cestas de lechugas para taparse la cara. No lo supo, pero con ello sólo consiguió ridiculizarse, pues por el ángulo entre ambos, lo que la cámara atrapó fue una mujer que tenía por cabeza dos cestas de lechugas. La verdulera reivindicándose como tal. De habérselo propuesto no le sale mejor a aquella torpe mujer.

Lo sorprendente es que ese personaje mal educado, sin estudios, con el único talento de gritar más que los demás y mentir mejor que nadie, había sido el anterior alcalde de la ciudad. Claro que eso fue en una época donde este puesto quedó vacante por falta de candidatos: la estimación a la baja de la política en las encuestas no daba lugar para el intento. So pena de caer en el desprestigio social y la burla. Como la verdulera ya vivía con ello, no se dio en su vida ningún cambio. Y tan orgullosa. Si bien, el bajón le vino cuando tuvo que volver a conversar con las lechugas: entró en cuadro agudo de rabia con insolencia crónica sin tratamiento posible. Y a vivir con ello. 


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte XXXIV (relato no tan breve)



Fausto terminó satisfecho por la compra y deleitado con los regalos. Y con una decidida intención de repetir. Después de todo, los casi cuarenta y cinco años de la pescatera desnuda en nada se asemejaban a los posibles sesenta de la misma en su fortín de cazapresas.

-¿¡Y tú qué miras, vieja?! Djävla gamla.

Ella salió del cuarto la primera. Enfundándose nuevamente sus guantes, casi de boxeo, encontró la mirada acusadora, envidiosa, de su competidora. Por los clientes y amantes. Ambas sabían muy bien qué ocurría en esos cuartos con servicio para todo cada vez que un hombre se colaba en ellos con la patrona del barco. También alguna mujer. Pero ninguna soltaba la lengua pues el secreto compartido beneficiaba a las dos: la clientela quedaba toda disponible para la que se quedara en su puesto, mientras vigilaba el de la colega; quien a su vez se beneficiaba a su cliente. Así, el trato no sellado era perfecto para ambas: soltera y divorciada convencidas de que el reloj cada día iba más rápido. Quedando menos tiempo que perder y más que disfrutar.

Diez minutos después, terminado su cambio de rollo interruptus apareció Fausto tomavistas al hombro y bolsas de la compra cargadas de una mano. Pagó generosamente su medio kilo de bacalao, y el resto de las cosas no pedidas, y se marchó con un lacónico adiós cámara en mano. Había mucho que filmar y el episodio aun siendo gozoso no era lo más relevante.


Tres semanas y un día más tarde ya había visionado en su estudio doméstico todo lo grabado; en la oscuridad del cuarto de fotografía transformado ahora en minicine con dos butacas de terciopelo verde, iluminadas a rotos por los flashes de la pantalla. Restos de la última gran sala de proyección en la ciudad: 1123 butacas, 380 metros de pasillo, 50 metros cuadrados de pantalla, 20 parejas de altavoces XL, 3 cámaras, 1 minibar y seis empleos reducidos a escombros para levantar en él un Sheraton cuatro estrellas de ocho puntas, 2 restaurante de lujo, 3 cafeterías exclusivas, 4 sótanos de parking, 6 suites emperador, 12 plantas, 338 habitaciones, treinta y ocho empleados y las previsiones de cumplir todas las necesidades para alojamiento de alto standing no hay alcalde que se niegue. Amén de algunas prebendas inidentificables para agilizar los trámites que los grandes negocios no pueden tolerar la pesadilla administrativa. Ésta, queda para los usuarios.

Fausto adquirió dos a precio de saldo para no sentirse solo. La compañía de la butaca era otra forma de esquivar el aislamiento. Hubiera sido una afirmación insoportable instalar una y ya está. ¿Qué hay de ese imaginario acompañante para conversar durante la proyección, compartiendo zumo de tomate y berberechos, debatiendo acaloradamente en el posterior sesudo cine fórum? ¿Con quién hablar de John Ford, Hitchcock, Wells, Hawks o Fellini? ¿Qué responsabilidad tuvo Miller en la muerte de Marilyn? ¿Era el rostro de Bogart la cruda expresión de un hombre atormentado? ¿La sonrisa de Lemmon más seductora que la medio mueca de Tracy?

Éstas y otras cien preguntas se hacía viendo sus propias grabaciones sin que nadie en la sala protestara. A veces, incluso se respondía y es ahí cuando estallaba la disputa. Todo ello sin tener que soportar las collejas en la nuca del impertinente niño en la fila de atrás, o las patadas dadas al respaldo por la loca de su madre actuando en su defensa. De ella, no del niño; que el jodido niño no le importa a nadie.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte XXXIII (relato no tan breve)



Presentía que ya había arrastrado a Fausto al trampolín del orgasmo, se detuvo súbitamente. Despojándose de bata y bragas, apoyó las tetas sobre la mesa y mostrándole un apetitoso trasero desnudo le increpó:
-¡Fóllame imbécil!

A lo que él accedió con entusiasmo y dedicación. En otros treinta minutos de embates a ritmo de Bacalao de primera y Ballena de anzuelo ella liberó cinco orgasmos y toda su tensión laboral. Pocas cosas estresan tanto como la caza, o pesca, diaria del cliente desconfiado. Y ninguna descomprime como ese sexo sin programa reglas distracciones o compromisos.

De los cinco, el primero por necesidad el segundo por placer el tercero de confirmación. Cuarto y quinto réplicas del seísmo: mismo epicentro menor intensidad. Sin grandes consecuencias. Pero de todos, el verdadero fue el segundo. El único que le arrancó un grito que le nació en el estómago le recorrió la columna le atravesó el encéfalo. O fue al revés.

Él la observó con distanciamiento, como si en ese pulso sexual sólo fuera un voyeur. Un testigo analítico, un dador de placer ajeno a su reparto. Estudiando la escena de ambos cuerpos en colisión y disputa desde el aire en una posición privilegiada, elevada. Un observador tomando notas, registrando comportamientos, memorizando gestos para un posterior trabajo de laboratorio. ¿Por qué se mordió ella el labio inferior con el primer orgasmo? ¿Por qué dio en el segundo un grito indistinguible del dolor? ¿Qué hizo que le flaquearan las piernas en el tercero y cayera como un guerrero herido de muerte sobre la mesa? Atravesado su cuerpo con la espada desde atrás, que también sirvió de contención en el desplome del vencido.

Estas y otras preguntas se hacía mientras ella no cesaba de exclamar: ¡Fóllame cabrón, fóllame! Y obedecía, más por el gozo casi altruista de complacer que por el propio: había aprendido que siendo el éxtasis masculino un destello efímero mejor hacía de su búsqueda un tránsito interminable que un hallazgo temprano. Su verdadero placer estaba en darlo y observar. Regalar a sus amantes el tiempo necesario para que se retorcieran en el estremecimiento, perdieran la consciencia tras el definitivo y arrebatador orgasmo. Sacudiéndose casi en un ataque convulsivo que las dejara a su merced. Felices, agotadas, abatidas. Y sumisas.

En realidad, esa forma suya de resolver las escaramuzas sexuales sin rendirse ni interesarse por la propia satisfacción, era otra forma de ejercer poder, de tener el control sobre las amantes que tenían la suerte o la desgracia de caer en la trampa de su sexo. Siempre dispuesto a poseerlas no sólo físicamente. El verdadero dominio sobre la amante llegaba tras la rendición sin condiciones que proseguía a una cadena de orgasmos provocados, sí, por él. Eso, eso sí le hacía verdaderamente feliz. Lo único que le proporcionaba la satisfacción suficiente para seguir deseando más encuentros.


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte XXXII (relato no tan breve)




Ella terminó por soltarse todos los botones quedando al descubierto la ropa interior, nada de prendas intermedias. A medio camino entre el recato tímido y la discreta provocación. De color granate intenso y finos encajes, nada hubiera hecho sospechar los gustos de la pescatera viéndola en el puesto, con su ropa de trabajo a grito pelao cubierta de suciedad y sangre. Hábilmente y sin preliminares robatiempos, le soltó el cinturón y bajó los pantalones.


-¡Vaya, patitos! ¡Quién me lo iba a decir! Viéndote tan serio con tu cámara y todo ese rollo intelectual que te traes. A mí dame canallas y olvídate de pensadores, pero contigo tenía curiosidad. Tú eres de los que despistan, que aparentan ser tímidos. De esos que parecen pedirte permiso para hablar y al menor descuido ya te están estrujando la cabeza por las orejas con su polla cruzándote la garganta. Sin darte cuenta te han echado el polvo de tu vida y han desaparecido. ¿Eres tú de esos? Porque me gusta.
Quitó después los patitos, que cayeron en los tobillos sobre los pantalones arrugados. Él estaba atrapado por los pies. Le empujó contra la mesa de despiece y las nalgas desnudas de Fausto se posaron en el frío metal. -¡Ay! –se quejó.

-Calla.

E inmediatamente engulló un pene sonrosado que adormilado y sorprendido comenzaba a desperezarse, a la búsqueda del oportuno morning glory. 

Con la mano izquierda trabajándose los testículos la derecha ejerciendo un suave movimiento de vaivén y la lengua enroscada al miembro como una serpiente a su presa, pasaron quince minutos de silencio. Fuera del cuarto gritos de Oferta del día Tengo lo más fresco y Ven aquí guapa eran el fondo sonoro adecuado para sexo imprevisto de trastienda. La surrealista banda sonora al trato más completo y orgánico entre un vendedor y su cliente. Con transacciones así no hay oferta que se resista ni competencia que la mejore.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

miércoles, 21 de agosto de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte XXXI (relato no tan breve)



Se disponía a cambiar de rollo emocionado con los primeros planos llenos de visceralidad y crudeza, cuando la pescatera entró al cuarto cerrando la puerta tras de sí.


-Aquí tienes todo, hermoso. Te he puesto de lo bueno lo mejor, no sé por que, pero siempre me has caído bien. He añadido medio kilo de lomo de foca que me entró esta misma mañana. Fresco como no hay otro en todo el mercado.


Dejó las dos bolsas en el suelo y una nube espantada de moscas inmediatamente se posó sobre ellas. Algunas, también dentro. Un último regalo para los postres, quizás. Después atrancó la puerta con un grueso cerrojo que mostraba algo menos de herrumbre que el resto del metal: un efecto involuntario de pulido provocado por el uso.

Se acercó a Fausto quien la miraba de reojo con desinterés mientras completaba su operación de cambio de rollo sobre la mesa, previamente cubierta con papeles de envolver el pescado.


-¿Tú no hablas mucho, verdad? –le dijo quitándose el delantal de plástico que arrojó con desprecio al fregadero. Un rápido goteo del grifo averiado caía sobre él, deslavando los restos de sangre y arrastrando la suciedad hacia el desagüe, parcialmente obstruido, donde se acumulaba el agua enrojecida. Se quitó los guantes de goma que fueron a parar al mismo sitio de la misma forma con el mismo gesto, y mal limpió las manos con uno de esos papeles. Las manchas de sangre reseca no se fueron. Con la izquierda asió a Fausto por el brazo y lo giró hacia sí.


-Casi mejor. Quien mucho habla no suele decir más que bobadas. –Añadió. Con los botones superiores desabrochados mostraba ahora un amplio escote oculto antes por el 
delantal. Él, sorprendido dejó rollo y tomavistas pero no se intimidó. El mensaje era muy claro. 



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE


PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte XXX (relato no tan breve)


-¡A esa no le hagas caso que te lleva al huerto!

-¡Tú calla so zorra! ¡Y métete en tus asuntos alcahueta!

-¡¿Mis asuntos?! ¡Ay si yo contara!


-Olvídate de esa. Graba lo que quieras menos a ella, ni se te ocurra meterla conmigo. ¡Ahí dentro tengo las cámaras! Pasa si quieres. Y la mesa de troceo para grandes piezas. Entra con la grabadora mientras yo termino tu compra. ¿Te pongo también unas sardinitas? Nada, casi al coste. Limpias para freír porque me caes bien. ¡Te regalo dos limones y un manojo de perejil! Entra al Fryser que ahora voy yo y te lo enseño todo. 


El pequeño cuarto sin ventanas era un anexo necesario e idéntico para todos los puestos. Único sitio donde poder alojar las cámaras frigoríficas con una mesa para labores de preparación. En este caso, bajo ella la pescatera acumulaba sucias cajas de transporte apiladas de mala manera. Con restos de cabezas colas espinas y tripas pudriéndose. El suelo pringoso de escamas y sangre ennegrecida por el continuo pisoteo con las botas de goma. Varios delantales viejos, teñidos de sangre con las huellas de la pescatera, colgando de la esquina de una puerta de cámara abierta. Dentro, moteadas de moscas las paredes roñosas de lo que un día debió ser un espejo de acero inoxidable. Una colonia donde cientos de ejemplares cumplían su ciclo vital sin necesidad de salir al exterior. Suelo y rincones para las larvas, el resto para los adultos.

Cestos para el hielo, mangueras para la limpieza, redecillas sin usar para el pelo, telarañas, óxido, mugre, mal olor, cuchillos de despiece, machetes de troceo, guantes rotos, fregadero con desperdicios, anzuelos desclavados de las bocas, trozos de red extraídos de las tripas, conchas vacías, papeles de envolver pescado. Todo lo capturó Fausto con su cámara y lamentó no poder atrapar el olor de la escena. El mal olor que da la suciedad y el abandono combinados con el fétido pescado muerto. Aquella peste se metía dentro como un cuchillo de despiece y se enganchaba como un anzuelo para atunes. Para quitárselo había que desgarrarse.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte XXIX (relato no tan breve)



-¡Zorra, que eres una zorra! ¡Jävla hora!

- Ven, ven. No te distraigas con esa furcia, ¡matvrak! Lo mejor de la lonja me lo he quedado yo para clientes como tú. Que te veo a menudo pero nunca me compras. Hoy estás de suerte, almejas, caracoles, mero, congrio, cachalote. Tengo unas ruedas de lucio estupendas, mira. ¿A que son preciosas?

-¡Cariño vente que yo sí ofrezco calidad! ¡Ven! ¡Lomos de tiburón! Pescado esta misma noche. ¡No hay cosa más fresca en todo el mercado! ¡Ven criatura y llévate estos lomos!
-¡Que te tengo dicho que los lomos mejor los escondes! ¡Gamling! Ya me sé yo de dónde te traes tú el género, lo que no quiere nadie se queda ella, te lo digo yo, precioso. Yo sí te doy fresco, guapetón. Además, mi oferta de grabar no la supera esa ni vestida de novia. 

-Está bien. Medio kilo de bacalao.
-¡Va en un segundo hermosura! Se te ve cara de listo.
-¡Eh, mi tiburón! 
-¡Que te calles ya jävla hora! ¡¿No ves que el joven ya se ha decidido?! ¿Te pongo también unos arenques? Te prometo que no has probado cosa igual; los preparo yo misma. Tú graba, graba sin reparo que te voy apañando el pedido. ¿Y estos dos chicharros que me quedan? Mira cómo están de frescos, ¿has visto sus ojos? Te los dejo a buen precio y limpios para que los hagas al horno. Esta misma noche, para ti y tu novia. Te doy una receta que con ella te la echas al cesto, seguro. Porque un joven y guapo como tú tiene que llevarse a las mujeres detrás. Graba, graba. Espera que me arreglo un poco el pelo. ¿Unas almejas para la sopa? Medio kilo, sí. Pasa, pasa aquí dentro y graba todo esto. Lo que se te antoje.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte XXVIII (relato no tan breve)



Pudo grabar al pescatero exhibicionista y éste, por supuesto quedó encantado recompensándole con una de sus mejores exhibiciones. A su lado, la señora gruesa preparando arenques y destripando sardinas era puro costumbrismo. -¿Qué te pongo joven? –solía decir a los clientes quienes por temor a la emboscada cruzaban encogidos la frontera de su puesto. Tres metros de mostrador cargado de hielo cubierto de helechos tapados con pescado. Por el drenaje goteando escamas y sangre. En un cartón donde envolver la compra del cliente, el precio cambiante según iba la jornada. Por kilos o docenas de acuerdo al producto y la ganancia.

Como ella otras tantas desperdigadas por la planta baja del mercado. Tres pisos con dedicación exclusiva por procedencia: mar, tierra; animal o vegetal. La planta baja: bacalao de alta mar, ballena del norte, lenguados de Terranova, foca de temporada, camarones enanos, atunes enormes, calamares gigantes, luciopercas doradas, salmones plateados, langostas negras, medusas deshidratadas... Todo expuesto sobre montañas de hielo entre gritos del vendedor con el tono más alto y las necesidades más graves: chiquillos y deudas en ocasiones por orden inverso.

-¡Eh, aquí! ¡Ven precioso! ¡Puedes grabarme lo que quieras si te llevas algo! ¡Ven, ven, acércate que no te voy a morder!

Fausto se aproximó a un puesto que nada tenía de particular, salvo la mujer que con algo más arrojo y descaro que la competencia lo miraba clavándole sus grandes ojos azules.

-Mira qué genero, precioso. Cómprame una cosita y grabas lo que te plazca. No me vas a negar que tengo buena cara para la cámara. ¿O sí?

- ¡A esa ni caso! ¡Ven aquí que yo sí he traído lo mejor! ¿Has visto mis salmones? ¡Están vivos!

-¡Tú calla! ¡A tus años mejor los salmones los escondes!


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE


lunes, 19 de agosto de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte XXVII (relato no tan breve)




Entonces se dio cuenta de que tres minutos de grabación no eran nada. O sí: un insulto pues la brevedad del testimonio no hacían la menor justicia al drama de aquel personaje anónimo. Y de que él mismo había tenido un comportamiento similar a los espantados dejándolo ahí. Decidió en ese momento que debía ensanchar sus horizontes, tanto como 16 mm. Pero no sin antes gastar los diez carretes que el quedaban para esa mañana en la ciudad.

-¡Tú imbécil! ¡Qué estás grabando! ¡Apaga eso o te rompo la cara con la cámara!

El frutero era un tipo interesante por su aspecto y desagradable en las maneras. Fausto le robó una secuencia donde tronchaba un melón de un machetazo. A lo salvaje de un salvaje, y a la vista de todos los clientes. Salpicando a algunos de ellos y humedeciendo a algunas de ellas. Fausto no alcanzaba a comprender qué seducía más a esas mujeres: si la complexión de marinero fornido hosco rudo áspero y quizás subconscientemente varonil, o la fanfarronería socarrona chulesca altiva arrolladora y explícitamente sexual de su forma de tratarlas. En sus múltiples visitas al mercado solía espiar este puesto desde la distancia, hipnotizado por la escena diaria de fisicidad e insolente conquista. 


Todo esto lo observaba desde las antípodas: el antagonismo absoluto del salvaje era un vendedor de pescado. Afeminado amanerado engominado y emplumado como un pavo real de los pies a la cabeza, se trabajaba a las clientas en el extremo más opuesto imaginable: un maricón declarado y confeso que sudaba feromonas donde el anterior exudaba testosterona. Ambos, el frutero con vocación de marinero y el pescatero con sangre de florista eran el norte y sur de todo el mercado. Polos opuestos de un mismo imán donde las hembras con ganas de hombre quedaban atrapadas como moscas en la miel. En el intermedio, quizás en la zona gris de las relaciones entre sexos estaban los y las demás. Quién sabe si anhelando dejarse atrapar por alguno de esos límites según preferencias. O puede que por ambos en agotadores sesiones de mañana y tarde.


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte XXVI (relato no tan breve)



Fausto gustaba observar las transacciones vendedor cliente, con especial atención a los rostros interesados. La pretendida superioridad del comprador, el contenido desprecio del vendedor. Un flujo de comunicación no verbal que revelaba al buen ojo el desapego y menosprecio de las partes donde, sin embargo y por razones que sólo obedecían al interés personal, se daba el trato. Hacia esos encuentros se dirigía ansioso cuando por la calle una mujer harapienta y deambulante rompió su cadena de pensamientos. Dirigiéndose agresiva a los transeúntes profería gritos, más que probables insultos, en un idioma ininteligible. La mujer o estaba ebria o había perdido la cabeza, que venía a ser lo mismo con la salvedad de que lo primero se pasa con las horas y lo segundo se agrava con los años.

Sin perder un minuto se detuvo junto a un portal simulando una espera y extrajo el tomavistas. La mujer y su zozobra atrapadas en la cámara eran un regalo que bien compensaban las naderías de Huesos. Tres minutos de un plano secuencia que para Fausto fueron el salto al reportaje callejero. El corto documental que suponía un ascenso en la experiencia cinematográfica. La existencia perdida de aquella mujer desorientada cautiva de sus desvaríos, y para siempre cautivada en los ocho milímetros del sencillo Yashica E8. Olvidada quizás por su familia repudiada tal vez por sus amigos evitada con temor por los viandantes, todo ello sintetizado en ciento ochenta segundos de cine mudo dramático blanco y negro. No era aquí el sonido lo importante pues nada se entendía de lo que la mujer decía y nada respondían los asustados asaltados, sino la imagen. El vaivén de aquel ser en expulsión social, las huidas de los caminantes cambiándose de acera, sus mediavueltas carreras retrocesos zigzagueos con tal de eludir todo contacto, incluso visual, con el apestado: la lunática era un temor real.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte XXV (relato no tan breve)




Abandonó la tienda aburrido y satisfecho. Era Huesos quien le aburría cuando adoptaba el papel de experta en la materia, pero al menos esta vez no había perdido su tiempo y energías en respuestas de compromiso. Cuando por error se le escapaba alguna contestación, por monosilábica que fuera ya tenía la dependienta pie para seguir en el imparable discurso de consejos y estupideces. Así que toda economía verbal con la verdulera era bienvenida, un ahorro de energía y un bienestar para el ánimo. Tanto, que en esta ocasión abandonó el comercio con ganas de actividad cuando lo habitual era que ella le agotase.

Ese día portaba la cámara en la mochila y dado que el negocio se ubicaba en la calle más comercial y bulliciosa de la ciudad, había grandes posibilidades para una filmación espontánea cargada de improvisación. Fauna urbana en paisaje antropizado; especímenes y entorno imposibles de encontrar donde vivía, por eso se alejó de este mundo. Pero la situación era distinta: precisaba renovar contenidos y atrapar lo grotesco y lo burlesco. Lo fatal y lo trágico. Lo cómico lo absurdo lo histérico de la ciudad con sus habitantes estrujados en la prensa diaria de la rutina laboral social familiar. Tres frentes imposibles de vencer ni contentar. Él, libre de esas trampas, necesitaba filmar esas rarezas habituales como el entomólogo que se pasea por el parque en el corazón de una megalópolis desmedida. De la céntrica calle a pocos minutos se hallaba el ayuntamiento. Tras él el mercado donde Fausto se aprovisionaba: frutas verduras legumbre pescado; poca carne, ahumada adobada embutida en su mayoría. Pero lo interesante de hoy no era la oferta gastronómica, sí el paisaje y paisanaje. Sujetos rudos encadenados hasta la muerte o un golpe de suerte al trabajo diario de producir adquirir sonreír vender. Disimulando con esfuerzo el notable asco y el hartazgo que sentían por una clientela siempre dispuesta a insertar reparos con tal de rebajar el precio. Indiferente al trabajo del productor, los costes de manipulación gestión transporte. Y los impuestos, los colmillos de los impuestos al final de la cadena donde más carne hay para arrancar. Todo ello por unas coronas de las que apenas un fragmento quedaba para su propia supervivencia.




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE