martes, 7 de enero de 2014

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte 107 (novela corta alargándose)

Pero una persona era el centro de atención de todos los demás. Cada alma tripulante o pasajero se confesaba comulgaba charlaba lloraba compadecía, también enfadaba, con él en algún momento del día. No, no era el capitán pues también éste precisaba sus servicios con frecuencia, quizás demasiada frecuencia, ni tampoco el capellán; que no había tal cosa en semejante sitio abandonado de la mano de algún dios. Esta persona que los unía a todos, que atendía aconsejaba escuchaba soportaba a esos todos los demás, era el camarero. El malayo doctorado en matemáticas inexactas y lenguas trémulas que con tres penas por cumplir, la última de dos años y medio día aprovechó sus habilidades con los números para sacar cuentas y darse cuenta de que le traía más cuenta enrolarse en el primer barco discreto que zarpara del puerto de Klang. Las penas eran de amores y tras el último fiasco, una hermosa camboyana de ojos verdes mestiza pelo castaño brazos de arpista manos de flautista piernas de ballet pies de modelo cuerpo de muñeca tetas de adolescente sexo de mujer boca de entrada profunda, le partió el corazón en dos pedazos; por la mitad, vamos. Se fugó con un camarero sumatrano del hotel donde se habían hospedado a ensayar la luna de miel. Dos años y un día hacía de aquello.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte 106 (novela corta alargándose)



Desaparece de la vista e inmediatamente es succionada por la enorme hélice que la despedaza e impulsa a las profundidades, donde peces y crustáceos darán cuenta de ella. El hombre, sin testigos aparentes, retrocede por sus pasos y vuelve al albergue. Ni Fausto ni Charlotte han podido ver su rostro o ropas. Sólo que tenía una mujer que había marchado corriendo en una dirección, y él en otra.

Incómodos y nerviosos abandonan el escondite descuidando toda precaución. El niño espía de los ojos grandes surge de entre las cuerdas, los sigue con la mirada en su huida ansiosa del escenario donde ha ocurrido semejante suceso. Adentrándose nuevamente en la zona de personal y mezclándose con los demás viajeros. Aunque no pueden reconocer su rostro, entre ellos viaja ahora un inductor involuntario al suicidio.


Dos jornadas pasaron antes de que Fausto y Charlotte se sacudieran el susto. Dos jornadas de aburrimiento, de una rutina que no iba más allá de los paseos por el barco, las visitas a la cantina, los horarios de comedor, las colas en los servicios, los dolores de espalda, los niños dando guerra, las agrupaciones de viajeros por idiomas, la desconfianza de la tripulación la vigilancia de todos a todos y vuelta a empezar. Ambos eran de los pocos que no habían hecho ni siquiera un intento de aproximación a los colegas circunstanciales. A él no le interesaba y ella prefería distanciarse para no ser descubierta en el engaño. Fausto sí hizo, en cambio, algunas tomas con su dieciocho milímetros. Retratos robados desde algún rincón al resto de pasajeros protegido de la vista con el cuerpo de Charlotte cómplice. Panorámicas casi idénticas de un océano tranquilo cuyos únicos cambios de imagen se producían al amanecer y el anochecer. Donde un sol con apariencia de cansado se refugiaba tras el abismo rotundo anaranjado casi rojo acechando más allá del horizonte.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte 105 (novela corta alargándose)



-Shh. Quieto. Anda alguien por ahí. ¡Agáchate!


-¡Enrico! ¡Enrico! Perche´fai questo? Io ti amo, lo sai! Ti ho seguito fino a qui perche ti amo. Non mi abbandonrare `proprio adesso. Pensa ai tuoi figli! Che gli diro´quando torno?

- Digli quello che vuoi! Ma questa storia deve finire, io non ti amo piu´.

- Hai un´altra donna vero? Hai un´altra donna, farabutto!


La mujer solloza, sigue con su doloroso reproche.


- Sei uno stronzo! Mi hai mentito! Mi hai fatto venire fino a qui con un inganno. Io ho mollato tutto per te e adesso tu mi lasci… Enrico…


La pareja discute, pasos nerviosos, errantes. La mujer, gritando, da varias zancadas y se coloca en el mismo borde del enjaretado, sobre Charlotte y Fausto que han descendido otra vez hasta el fondo de la escalera. Escondidos en la penumbra, observan y escuchan. Una brisa inoportuna ondea su falda. Por debajo, ambos aprecian sus calcetines, sus muslos gruesos, su ropa interior. Charlotte le da un codazo a Fausto, no quiere que espíe. Luego de otra pausa angustiosa, la desconocida continúa.


- Sai che ti dico? Se non posso stare con te, se mi abbandoni, ebbene non voglio vivere! ¡Me has roto el corazón!


La mujer inicia una carrera por los pasillos, entre cajas y cuerdas. Tropieza, cae, se levanta. Llora. Vuelve a correr dirección popa, la distancia más corta a la que tiene el mar. Cuando llega a la barandilla, sin detenerse un segundo, se lanza al agua.


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

lunes, 6 de enero de 2014

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte 104 (novela corta alargándose)



-¡Puag! ¡Qué asco! ¡Necesito que me dé el aire! ¡Me subo!

-¡No, no! ¡Cuidado con el crío! ¡¿Pero qué te pasa?! Mon dieu!


Fausto se detiene justo antes de abrir las puertas de rejilla. Tenía razón, Charlotte seguía siendo Charlotte disfrazada. Él seguía siendo él y ambos estaban en una escalera entre dos puertas en un carguero en medio del océano, más o menos o quizás un tercio. Pero todo lo demás no era real. Vuelve sobre sus pasos.

-Es cierto. Te ayudaré… Pero tal vez la llave esté en el camarote del capitán. O colgada de su cuello. Cuanto más cerca de él más importante será lo que esconden.

-O quizás sólo sea la entrada a las bodegas, a la sala de máquinas. En alguna parte ha de estar.

-Todo es probable, sí. Como podría serlo que estuviera inundado de agua. Las olas de esta noche han debido poner esto como una pecera.

-No lo creo. O nos hubiéramos hundido. Todo barco está preparado para devolver al mar el agua entrante. ¿Ves esa rejilla bajo la puerta? Es un desagüe.

-En fin, aquí no hay ninguna llave. Vámonos.


Charlotte se dispone a abrir las puertas superiores cuando unas voces se oyen próximas.


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte 103 (novela corta alargándose)



-¡Arhg!

-¿Qué te pasa? Mon dieu! ¿Por qué te encoges?


La visualización de su miembro rodando por la cubierta como una salchicha seca para los perros estaba tan nítida que sintió dolor. Un dolor imaginario pero dolor.


-Nada, nada. Cosas mías… Tienes razón. ¿Y ahora? ¿Entramos?

-¡Pues claro! ¡Tú vigila al crío ese!


En una rápida operación ya está ante la puerta del fondo de la escalera. Cerrada con llave. Él le sigue poco después, no ve al crío.


-Merde!

-¿Qué esperabas? ¿Un pasen y miren? ¿Están ustedes en su casa pónganse cómodos? –Fausto devuelve la sorna.

-Je sui! Je sui! ¡Lo he entendido! No sé… Quizás la llave esté por aquí, mira a ver.

-Sí, seguramente. ¿Has probado debajo del felpudo? ¿Quizás en la tierra de una maceta?

-Ne me rends pas fou! Tu sarcasmo no es de gran ayuda. ¿No te parece? ¿Qué te pasa?

-No sé… Es por ese empeño tuyo en que te trate como a un hombre. Me pone furioso.

-Ahh, así que es eso lo que te tiene tan alterado… ¿Y por qué? Imagina que estás con un amigo. O tu primo, podemos decir que somos primos. Todo el mundo tiene un primo en alguna parte. ¿Qué te parece? ¿Mejor?


Ella termina de destruir la visualización del sexo oral: no sólo era un hombre quien estaba de rodillas sino que además es un pariente. Incesto homosexual. Fausto siente náuseas.


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte 102 (novela corta alargándose)



Apenas unos metros más adelante, hacia estribor y casi tapada por una torre de embalajes, todos con el número 3, apareció una rejilla en el suelo. Un enjaretado fuerte, de hierro, con bisagras laterales y cerrojo en el centro. Dos puertas que abrían, o cerraban, el acceso a una escalera que descendía hacia las entrañas del barco. Iluminada por la luz del sol, al final de ella parecía adivinarse una puerta. La tentación es irresistible.


-Mira esto.

-Ya veo. Boca de entrada a las bodegas.

-Más parecen las mazmorras, qué pinta tan siniestra.

-Mon dieu! ¿Qué esperabas? ¿Luces de colores y moqueta? Esto es un carguero, todo está dispuesto con un solo fin.

-¿Y es?

-Practicidad, economía de medios y gestión. Eliminación de todo lo superfluo. Fuera adornos o detalles innecesarios. Supongo que no querrás también unos cuadros en las paredes, ¿Oui?

-Perfekt! Vale. Lo he entendido. La experta en navegación eres tú.

-Te he dicho que me trates como a un hombre. ¿Y si alguien te oye?

-Perdona… Pero es que…


No podía confesar lo que había imaginado cuando se chupó los dedos untados en polvo de opio. Cómo transformó una suave e inocente succión en una potente escena de sexo que sólo tenía sentido si era ella mujer. Pensar que la boca de aquella felación podía ser un hombre era como si en lugar de chupársela se la mordieran: un bocado y escupir el trozo al suelo.


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte 101 (novela corta alargándose)



Una vez imaginado esto, era fácil dar el salto a la carnosidad más lasciva e irrefrenable de una felación en su tramo final. El instante cegador y efímero de una descarga completa en el fuego de su lengua traviesa. Inundándola de saliva y semen al borde del ahogo…


-¿Me oyes?

-¡Oh! ¿Qué?

-¡Que te hablo y no me contestas!

-Perdona, me había despistado. ¿Puedes repetir?

-Pues si es tan interesante lo que piensas podías compartirlo… Te decía que sí, es opio.


Se levanta y mirando a los ojos de Fausto añade:


-¿Y si estamos en un barco de narcotraficantes?

-¿Y si la tripulación no está enterada? Porque de lo contrario, ¿no hubiera sido más inteligente deshacerse de las pruebas? Yo en su lugar hubiera tirado estas tablas al mar, aquí no sirven para nada.

-Sí que sirven, para inculparte. He de reconocer que tiene sentido lo que dices. Cualquier curioso como nosotros puede encontrarlas… No sé.

-Disimula, viene el niño cotilla. Ese de los ojos grandes.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte 100 (novela corta alargándose)



-¿De qué estarán cargadas estas cajas?

-No lo sé. No entiendo nada. Espero que no sea opio o podríamos abastecer a medio mundo.

-Quién sabe. Igual ni ellos mismos conocen lo que transportan. Sólo ven las cajas y ya está, como nosotros.

-No hay capitán que no sepa qué lleva su barco.

-¿Y si le han engañado? Esta, por ejemplo. Aquí cabe un hipopótamo, pero si en el cartel pone azúcar, o rompes el embalaje o te lo crees.

-Sí. Ahí tienes razón –y siguió caminando.


Lo que Fausto no supo es que el ejemplo elegido decía <> cuando en su interior había, efectivamente, un hipopótamo. Muerto de sed y pudriéndose. No disecado.


-Mira, aquí están. Los encontré.


Él cierra la puerta de su curiosidad entre interrogantes sin resolver y se apresura a alcanzarla. A su lado, frente a unos pocos toneles intactos y los pedazos de otros, exclama:


-¡Vaya desastre!

-Sí, pero muy interesante.


Agachada, frota los dedos contra la pared interior de un trozo de tonel y con la punta de la lengua se chupa las yemas, en un gesto que Fausto observa y traduce como un sublime acto de erotismo. Deseó ser uno de esos dedos, el corazón, de más longitud que el resto, para penetrar hondamente en su boca hasta alcanzar el caliente arco de la garganta.


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXXXIX (novela corta alargándose)



Pues si bien en la ruleta de la fortuna ella había perdido su última apuesta y caído en desgracia, como se dice, la educación porte conocimientos y forma de entender la vida con sus oportunidades seguían ahí. El poso de los años bajo la tutela del dinero no había desaparecido con el viento, y la persona creada y el carácter moldeado no se iban a esfumar por mucho que se vistiera de hombre. Uno es lo que se hizo con él en la infancia. Y no hay voluntad terapia tratamiento ni influencia que eso pueda borrar. Es el determinismo de la infancia, pensaba Fausto.


-De acuerdo, tengo curiosidad en esos toneles. A ver si hay más trigo especial rebozado.


Caminando por el laberinto de la carga, una miniciudad se extendía hasta la popa sin orden ni planificación aparente. Estrechos pasillos interrumpidos con los tirantes de cuerdas, desvíos, intersecciones y travesías sin salida. Todo sin rótulos de callejeros ni señalización a la vista. Así era fácil desorientarse visualmente, claro que el remolino de la hélice ofrecía una guía inconfundible al perdido con su chapoteo característico.

Muchas de las cajas apenas tenían un número pintado, algunas un rótulo y pocas una inscripción. Probablemente en griego. Ninguno de los dos podía comprender el significado de <> Tampoco importaba porque todo era mentira.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXXXVIII (novela corta alargándose)



-¿Y de qué murió?

-¿Quién? ¿Mi padre?

-Sí.

-Esto es lo mejor: enfisema pulmonar. Él, que no había fumado en su vida. Y la loca que se metía humo de opio como aire de playa, ahí sigue. Jodiendo la vida a todo el que se le acerca o tiene la mala suerte de cruzarse en su camino. A veces pienso que fue ella la que lo mató, con esos humos que los demás nos veíamos obligados a respirar.


Ambos quedan en silencio. Mirando el jugueteo de los delfines alejándose brincando. Arqueados como plátanos en marcha hacia el horizonte. El sol supera los treinta grados sobre la raya del mar, y la tripulación hace un buen rato que se ha marchado. Dejando lo salvado de la carga bien sujeto. A la espera del próximo enfado de mar, siempre violento de carácter.


-¿Damos una vuelta? -pregunta Fausto cada minuto más contrariado. La imagen que se había hecho de Charlotte como flautista callejera entonando cancioncillas estúpidas y durmiendo en aceras y portales nada tiene que ver con la realidad. Con los conocimientos musicales suficientes para acompañar a cualquier orquesta de cámara, la idea del titiritero con cascabeles en los pies y gorrilla floja con picos de arlequín es un insulto. Pero además, aquel ser en busca del anonimato absoluto, ocultando incluso el propio género, había nacido en cuna de oro. Hija de rico fabricante de calzado, con institutriz y profesorado exclusivos con educación sobresaliente para sobresalir con todas las necesidades cubiertas los lujos satisfechos el futuro despejado, no era precisamente el modelo de marginalidad que él tenía en mente.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE