martes, 28 de febrero de 2017

PROGRESIÓN GEOMÉTRICA


PROGRESIÓN GEOMÉTRICA







Primero fuiste una joven promesa.




Más tarde una promesa joven.




Terminaste siendo un viejo que prometía.




Hoy ya no prometes nada.






© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

GERAFF









GERAFF







Estimada amiga, dos puntos.




En mi ánimo por hacerla a usted feliz sin esperar nada a cambio

-qué mentira más gorda digo aquí ahora que nadie nos atiende -

acompaño a este suyo-nuestro mensaje tristemente embotellado

una banda sonora que sin duda recordará como no lo hará conmigo.




Son los caminos del señor corazón, mente o deseo sin duda inescrutables

y donde pongo yo el clavo no golpea usted con el martillo.

Es su forma de no errar al asestar y ambos evitarnos el daño:

el suyo quizás moral, el mío quizás carnal.

No hay colaboración no hay mutuo concurso no hay compenetración

entre las partes.




No hay lo último de esto penúltimo y no seré yo quien diga por qué.

Pues en este juego del pretender, he pretendidamente prendido un alfiler en hueso

donde creí que había carne.




Olvidé que la carne no se sustenta si no hay hueso fuerte que la aguante.




Malgasté así su tiempo y el mío haciendo de estas negras capas un triste sayo.

Que no nos cubrirá ni las vergüenzas que perdimos cuando quisimos dar con la felicidad perpetua,

haciéndonos pasar por valientes sinvergüenzas.




Nosotros, temerosos de todos los fantasmas que engendramos

que como sombras cada noche nos persiguen.

Todo no fue sino un espejismo que como tal resultó ser nada.




No pasó nada no ocurrió lo inesperado nadie nos trajo la copa con el mágico elixir que nos revolviera la sangre y las entrañas.




Para bien y para mal pero era mejor esa tormenta de cuerpos enroscados

que la calma tonta de los amantes olvidados.




Deslizo la nota con mis datos, anotados,

antes de partir allá donde me quieran escuchar.

No es por esperanza pues bien sabe usted que poca tengo,

es tan sólo

por si cambia usted de parecer y quiere,

por alguna razón que hoy no concibo,

practicar el sano arte de hacer lo inmoral lo incorrecto lo prohibido.




Por ser ésta también otra forma de sentir

y decir con el tiempo:




Yo también puedo contar

hoy

los secretos que he vivido.




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

domingo, 12 de febrero de 2017

DE MUJERES Y SOMBRAS Y VICEVERSA

DE MUJERES Y SOMBRAS. Y VICEVERSA





Rosaura dejó a su novio por una escoba:

tenía con ella más complicidad.




Luisito a su ex por un sillón de masaje:

transmitía mejores vibraciones.




Rosarillo plantó a Pedro por una maceta:

demostró mayor fidelidad.




Luisillo a Laurita por una guitarra:

sus curvas eran auténticas.




Rosarito abandonó a Jesusín por un melocotón:

sabía más dulce.




Luiseco huyó de Pepi para refugiarse en una tragaperras:

tenia la garganta más profunda.




Rosario huyó de Albertico persiguiendo a una paloma:

ésta no tenía miedo a volar.




Luisín renegó de Anita por una bicicleta:

que tanto dar vueltas sirviera para algo.




Rosarín repudió a Jorgito por una yogurtera:

no más tragar lechosa agria sin mejora intestinal.




Luisón escapó de los besos de Jacinta tras un puñado de setas:

mucho más sabrosas.




Rosaurica se zafó de las garras de Pacorro por los pelos:

con ellos se hizo una peluca y desapareció.




Luisico renunció a la vida con Conchita por una valeriana:

con los años ya solo busca paz.




Rosaura, Rosarillo, Rosarito, Rosario, Rosarín y Rosaurica

cuentan hoy sus experiencias en un plató, de televisión:

no han encontrado forma mejor de transmitir su mensaje,

a ese mundo de idiotas.




Luisito, Luisillo, Luiseco, Luisín, Luisón y Luisico se reúnen todos los sábados junto a un plato, de chilindrón:

los únicos placeres de carne que ahora se permiten,

y disfrutan.






© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

martes, 7 de febrero de 2017

lunes, 6 de febrero de 2017

ROSCÓN Y SE ACABÓ



ROSCÓN Y SE ACABÓ




Asoma por la cañonera otro año con ganas probablemente de guerra. Que aquí estamos para dar por saco y birlarnos hasta la merienda.

Quéjate tú de la falta de tacto que ya lo hago yo de lo contrario:

ha habido demasiado contacto en estos últimos meses y ahora y aquí los presentes estamos mucho más que hartos.

De besuquearnos el rostro y frotarnos las manos como si fuéramos esos negros que se llaman hermanos y se apuntan con el revolver.




Ni hermanos ni primos ni siquiera buenos o malos amigos. Mejor cada cual en su sitio que no es otro que el que le robe al vecino. Da más gusto cuanto más jode jode más cuanto más cercano.




Preparemos las escopetas que ya han pasado las fiestas donde a tragos de esputos amargos nos emborrachamos.

Tú eras de esos valientes que no rebajan las emociones fuertes con hielo. Otros los más cobardes gustábamos quedar helados: no hay forma más efectiva de no saber qué se siente.

Por no sentir no duele por no doler se consiente, que nos llamen a insultos y nos toquen a golpes. Todo es amor donde suele:

los anuncios de regalos y las portadas de calendarios.




La noche que se las prometía Buena terminó como Torquemada:

a preguntas de inquisidores respuestas de difamadores. Y sobre las brasas del acusado las gambas dieron su último salto brincando de plato en plato.

Por voluntad no quedó y a guantazos de turrón duro nos fuimos como quien dice arreglando.

Pocas son las cosas que han de resistirse a unas garrapiñadas. No obstante y por si acaso, peladillas para los disidentes y sidra dulce hasta que se les caigan los dientes.




La mañana de Navidad fue más tierna de lo habitual: sajamos a cuchillo carnicero a todo aquel que quiso tomarnos el pelo diciéndonos cuánto te quiero.

A los postres nos comimos sus dedos bien caramelizados.

Dormimos toda la tarde para digerir el mal trago muy cerca estuvo de vomitardo.




Para noche vieja preparamos el gran despelote. Cocidos de champán dulce y uvas dulces y postres dulces y besos empalagosos nos dio un subidón de azúcar que nos puso por las nubes con el pálpito arrebatado.

El despelote se hizo inevitable.

Y verbal:

estalló la lluvia de reproches como suelo minado.

A cada gesto una explosión tras cada una un cuerpo destrozado. Con cada muerto una liberación.

No hicieron falta los fuegos de artificio en la ciudad que los cohetes de colores los pusimos nosotros. Aportamos una novedad: también eran de malos olores.

Despegaron todos desde casa y nadie nos pagó por ello.




Pero si el 31 acabamos descompuestos para el uno de enero ya estábamos recompuestos:

nada como los besos tiernos tras los saltos de esquí y mucho antes de año nuevo el concierto.

En Viena vestidos de gala tocan palmas; en casa vestidos de mala gana tocamos las gaitas.

O los cojones cuando unos a otros queremos soplarnos los mocos.

A rebosar de nuevo las salseras las fuentes y las soperas, a reventar otra vez los estómagos pero fieles a nuestra lealtad seguiremos la parábola del pobre:

antes reventar que sobre.




A la carga esos guerreros

que no nos tilden de cobardes porque se escape la comida del plato.

Aquí hoy hacemos historia y arrasamos con lo que pillamos; solo es un entrenamiento previo al regusto de acabar con todos:

primos hermanos cuñados sobrinos abuelos padres suegros y resto de malvenidos que sin haberlos llamado otra vez se han invitado. Más vale un festín por la cara que cien promesas volando

aunque sea mal acompañado.




Y así de asalto en asalto como de plato en plato llegamos adonde estamos:

tragándonos el haba cuando salga que aquí no hay roscón que lo valga.

Ande yo con la boca llena y llámeme tontolaba.




Queda una última cosa por la que hostiarse debamos:

Quién

con ese aro de cartón

de los cretinos va a coronarse rey

para cada día del año.




Una vez terminado el acto

ya podéis de inmediato salir todos de aquí zumbando.

Llamadme el año que viene

parspetado en la cañonera

os estaré esperando.





© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

domingo, 5 de febrero de 2017

RUEDAS


RUEDAS




Por andenes y calles y alguna plaza se mueven los autómatas de este nuevo tiempo de entreguerras.

Cada uno libra su propia batalla pero ninguno afronta el combate total: no hay falta de ganas que sobra motivación y rabia, hay miedo a perderlo y ser doblegado el resto del siglo por un mismo poder absoluto.

¿Quién ha de vivir cien años para conocer otro tiempo? Mejor no tentar al diablo que éste ya viene voluntario.



Siguen pues en las trincheras los hijos de la nada; van de aquí para allá que viene a ser como del vacío a ningún lado. Y en el proceso acarrean sus hatilllos plenos de insignificancia.

Del autobús al metro del metro al tren de éste a las vías por vagos y maleantes o al menos parecerlo.



Corren compran corren consumen corren trabajan corren comen corren beben corren fuman corren se meten corren duermen corren follan perdón por la redundancia corren maldicen corren pagan corren deben corren vuelta a empezar.



Hay quien se detiene en el quiosco a dejarse engañar por las últimas noticias. Otros, los menos pero más inteligentes, optan por invertir ese dinero en un carajillo que, además de quitarles la caraja como nada perdón de nuevo por la redundancia, da más brío y miente menos.

La realidad tiene sus aristas, ayuda localizarlas con tiempo para esquivarlas.



Otros, los más adictos a las emociones frágiles, prefieren la cafeína y antes de las once horas ya se han tomado doce: Starbucks con doble de azúcar y un chorrito triple de Have a nice day por favor.

En la puerta del local donde se arraciman los apestados, prenden cigarrillos para completar el cupo diario de energía relativa. Si pensabas que diría positiva te jodiste, ésta no sale del bucle donde se arremolinan los engaños; llámalos si prefieres sueños.



Resuelto el momento de la recarga diaria y colectiva, vuelan a ras de suelo hacia sus puestos de irresponsabilidad donde tomar decisiones absurdas para joder al que pueden.



Para cuando cae la noche, quien más quien menos yace medio muerto en la cuneta.

Esperando la dosis diaria de estulticia televisiva que los reanime con el señuelo de que otra felicidad es posible.

En sus sueños, besos lascivos de enfermeras ataviadas como putas mantendrán a algunos contentos.

Para ellas, hay tanta variedad de uniformes como falta de caballeros dispuestos a doblegarse

solo por un anhelo.




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

viernes, 3 de febrero de 2017

FRUIT BOWL

FRUIT BOWL





Me deja usted desconcertado cuando por telemática vía

pide que en consecuencia decida

qué fruta deseo probar sin advertirme siquiera

de qué consecuencias tendrá.




Y hete ahí que me ha puesto no sé sin pretenderlo en un brete

-siempre quise incluir esto en uno de mis discursos pero no tuve oportunidad -

a la hora de decidirme.




Pues si bien sé lo que quiero no tanto lo que usted pretende.

Dejándome con la duda de si estoy en el frutero

o tengo ya un pie más fuera que dentro.




Para mejor acertar he acudido a las fuentes.

Y en el diccionario de todos define que elegir

es poder decidir entre una variada oferta.




Por tanto

para que pueda yo tomar de usted alguna en cuenta

debo conocer primero qué es lo que aquí me muestra.

Explique al que suscribe si en su frutero tiene

al margen de imposibles medias naranjas

posibles medios pomelos.

O quién sabe si están enteros.

En este caso, dígame si es por miedo. Que atenazada la veo cuando a estas alturas del siglo debía usted andar más atenta.

Atenta de lo que sólo por miedo, niega que se está perdiendo.

Y por qué no, varias zancadas más suelta para ganar tiempo al tiempo.




Aunque hablando de miedos son éstos los que más me aterran

ya perdonará la redundancia. Los suyos a ser descubierta, los míos por si al morder la fruta prohibida que es la más sabrosa fruta,

fuera ésta a salir corriendo y por olvidado me diera.

Qué tendrán los miedos que ni en este tramo de nuestro particular cuaternario, somos capaces de despojarnos.




También me gustaría resolver

si hay entre las naranjas y sus pomelos

alguna otra fruta madura como pudiera ser una pera o quizás dulce mandarina.

De esas con piel desenvuelta a las que desnudarse no importa.

O exóticos kiwis, lichis o piñas.

Si tal vez la piel que toco es la de un melón sapo o una sandía rayada.

Quizás una roja manzana de las que le sacan a usted los colores

y con ella se me atraganta.

O unas uvas pasas como los años, unos melocotones con pelusa de los que te irritan los labios.

Unas nectarinas tersas y finas como las que usted tenía

cuando tenía quince años.

Quién sabe si salvajes nísperos o partidos albaricoques.

Unos fresones carnosos como lo fueron sus nalgas o duros aguacates por fuera cual corazones de viejo

por dentro frutos cremosos.




De lo que no espero que haya son mangos ni plátanos pues ambos,

qué quiere que yo le diga ambos yo se los traigo.

© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

TIEMPO DE SABAÑONES

TIEMPO DE SABAÑONES



Arrimado a la lumbre pasa las tardes el abuelo Jacinto. Corta unas lascas de queso y unos dados de jamón que acompaña de aceite virgen y vino rancio.

Llamaradas de encina seca calientan algo la cocina y mucho más la chimenea. Por ésta se escapan pavesas de tristeza y suspiros de aburrimiento: al abuelo Jacinto le acompaña Felisa.

Menos abuela pero más cansada.

Harta que está de esa vida en el campo.

Apta sólo para nostálgicos desinformados que vienen de la ciudad los domingos conduciendo sus Mil Quinientos. A ochenta y siete por hora y trotando El Patio De Mi Casa.

Disparan a los conejos roban setas queman algo de leña para calentar el almuerzo y con esto afirman que podrían vivir en esta tierra de aulagas y lagartos.

Pero antes de ponerse el sol ya salen todos zumbando, no vaya a cogerles lo oscuro fuera de la protección de sus casas.


Felisa blasfema porque lo ponen todo perdido y Jacinto se queja de cómo revientan los caminos.


Un perro algo sordo pero con el olfato intacto aguarda su limosna de jamón, pan o queso. Con suerte, de las tres cosas que a veces de todo cae al suelo.


La gata se arrebuja entre la falda más larga que negra de Felisa la triste. Lamenta los dos hijos que se fueron a la guerra: el mayor al cuerpo de infantería donde cayó cuerpo a tierra.

El más pequeño perdió la cabeza, por una piedra perdida de una bomba perdida que por un piloto perdido fue arrojada sobre un pueblo cualquiera. Y en medio de la sierra perdido.

Curioseando entre las paredes ametralladas recibió el hijo la piedra y nunca más se supo de ella, ni de él.


La vida ya no fue la misma para estos abuelos sin nietos, quienes en silencio asumieron las pérdidas en un duelo perpetuo.


Como noctámbulos siguen su diaria rutina de trabajar comer dormir trabajar. Arar sembrar cosechar las duras terrazas de tierra sedienta. Y también llena de piedras.

Alimentar limpiar alimentar limpiar matar: dos marranos que son la carne para todo el año. Trece gallinas para los huevos y el caldo. Veinte conejos para el arroz con patatas.

Y de ciclo en ciclo vuelta a empezar cada año diez años más viejos y malgastados por estos pagos de soledades y fríos. De pocos cambios, de crecimiento lento y sufrimiento largo. De zorros robando huevos a las perdices de jabalíes hozando de corzos brincando entre púas de rastrojos de tejones escondidos en madrigueras y matojos.

Alimañas para el hombre del campo cuando en los bichos silvestres no encuentra beneficio inmediato.


Jacinto se frota con vinagre los sabañones. Ha probado remedios más escatológicos pero ninguno funciona.

Culpa al agua del pozo, que está fría como la muerte.

Del índice al meñique tiene lentejas rosadas que se agrietan como cuero seco, e hilos de sangre se mezclan con el jamón, el pan, el queso; mientras rumia que éste será otro invierno cabrón en el que ni con toda la leña del cobertizo tendrán para darse calor.

Felisa no le presta atención: a ella le serpentean varices como culebras por ambas piernas. Nunca estuvo bonita, pero ahora se muestra horrorosa.

A pesar de todo, irán aguantando hasta que se congele la sangre. Llegado el momento, frente a un fuego caduco perecerán sin que nadie se entere.

Puede que algún curioso de los que vienen en sus Mil Quinientos los encuentre tiesos como estatuas si antes no se los han comido los perros, o los gatos o los zorros.

Poco alimento; que mucho antes ya engulló a Felisa el abandono a Jacinto el aburrimiento.

Ambos, devoran como lobos.


Nadie llorará su pérdida ni reclamará su herencia.

Si acaso, hurtarán las perchas de chorizos aireándose en el desván.


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE