lunes, 22 de septiembre de 2014

PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 156



Una gran bitácora en madera de acacia, más decorativa que práctica instalada ex profeso por el capitán. Copia de todas las copias anteriores de la bitácora original de su primer barco, y que como todas había perdido junto a sus navíos hundidos. Quedaba la duda de saber si el recuerdo era nostálgico o macabro. Entrando a la derecha la puerta de enfermería. Fausto duda antes de abrirla, teme encontrarse a la niña moribunda, o peor: bien viva y con la garganta suficiente para pegar un grito y alarmar a la tripulación. Lo que sin duda podría acarrearles serios problemas ante esa sospechosa agrupación de predelincuentes. Pero la intriga y la obstinación son más fuertes que la precaución o el miedo: abre.

El problema ahora es distinguir algo entre los distintos tonos de negro, pues la permanente iluminación nocturna de seguridad, aunque débil, es mucho más que la ceguera de su ausencia. Por razones obvias, la enfermería no dispone de ese sistema. La grabación nocturna mejorada de su cámara tampoco aporta gran cosa. Pertinente que Bell & Howell mejoraran la mejora.

La mar comienza a inquietarse, meneando al carguero en consecuencia. En el exterior arrecian viento y lluvia, castigando los dos ojos de buey que hay en la enfermería. Poca luz entra por ellos en esa noche cerrada, avanza a tientas con los brazos extendidos: tenía que saber. Encuentra el pie de una cama, un colchón desnudo. Con precaución posa las manos sobre él, en busca de sábanas, mantas, algún cuerpo humano preferiblemente niña. Ahí no hay nada, y tampoco nadie ha dormido sobre ese colchón en las últimas horas: está frío. Se adentra más en la habitación y a tres pasos cortos de vidente sin visión, otra cama. La palpa, hay ropa. Unas mantas arrugadas… Se detiene.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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