jueves, 11 de septiembre de 2014

PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 200



Al tatarabuelo le siguió el padre de Dmytro, que por las huellas de la senda trazada caminó sin descanso. Abriendo la tierra con un pedazo de madera y dos bueyes: el animal de tiro delante, la bestia de guiado y órdenes, detrás. Así se labraban los campos con suerte: había propietarios quienes tiraban del arado 
ellos mismos mientras la mujer guiaba el ingenio. Detrás y muerta de agotamiento como el marido. Así se limpiaba y sembraba. Y cosechaba a mano durante días o semanas según el tamaño de la hacienda. El abuelo de Dmytro empezó con pocos días; para cuando su padre fue condenado al trabajo perpetuo de guiar la madera y ordenar a la bestia, la otra bestia, ya era una semana. Dmytro heredó dos y él prosperó hasta tres y unos días: duplicó la tierra y hubiera crecido más de no ser porque entre el monte y el río ya no era posible. Al otro lado del monte más monte. A la otra orilla del río: tierra buena de labranza en manos de vagos que rendía uno por cien. Cien granos cosechaba Dmytro por uno de ellos, que veían cómo sí se podía prosperar pero no se aplicaban el cuento. En su caso preferían su miseria imborrable, al tiempo que en la tierra de sus ojos crecía otra semilla: la de la envidia. Dmytro era ladrón y usurero. Un explotador de clase obrera enriquecido a costa del sudor de sus trabajadores.

Nada era cierto. Pero estas toscas calumnias convenían a la causa socialista del reparto equitativo de propiedades y capitales entre los más desamparados. Que al amparo de una revolución imposible por la justicia la igualdad y la equidad, despojaron a todos los Dmytro del esfuerzo de sus vidas.


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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