sábado, 13 de septiembre de 2014

PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 211



En la guerra de la supervivencia, con frecuencia otros saqueadores se les adelantaban. Pero en esa casa abandonada en el campo próxima a un río alejada del camino, rodeada de zarzas y vegetación de conquista, entre humedades goteras desconchones cagadas de rata y meados de gato, apareció bajo el suelo roto de madera carcomida una caja metálica. Cubierta de polvo, oxidada, pequeña, misteriosa. Fue una suerte que el explotador anduviera en la planta inferior, más ocupado arrancando marcos de puertas para hacer leña y calentarse, porque Bleecker tomó aquella caja con el mimo de un tesoro. Y la ocultó entre sus ropas grandes viejas de adulto.

Esa misma noche, después del habitual sin cenar a la cama, cuando todos dormían en su cuarto compartido, bajo la litera a la luz de una vela al tirano confiscada descubrió lo que sería el hallazgo que marcara su existencia: una colección de sellos. Separados por finas láminas de papel, dispuestos con mimo, ordenados con paciencia; quizás alguna vez mostrados con orgullo. Bleecker era muy joven para comprender el valor de aquel hallazgo, no conocía los países ni entendía los idiomas, pero le gustó. Mucho más: le emocionó. Le recordó a su infancia, cuando su padre mantenía abundante correspondencia a causa de sus negocios. En su despacho, sobres papel tinta lacre. Y sellos, muchos sellos. 



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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