sábado, 13 de septiembre de 2014

PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 212



Y a su madre, que desde el escritorio de caoba redactaba largas cartas de amor a pretendientes imaginarios, la pobre, estaba como un cencerro, mientras él, ajeno al disparate jugaba con caballos de madera en la alfombra de la habitación. “Dat zal wel beter smaken…” Corrían los caballos por la alfombra. “Dankje Sinterklaasje!” zapatea Bleecker en la cubierta. “Dankje Sinterklaasje!...” Pensativo y nostálgico se da cuenta de que aquel chatarrero moldeó como al barro el alfarero para siempre su carácter. Sin pretenderlo ni importarle el resultado. Qué más le daba mientras le fuera útil. La adolescencia aspavientosa y la juventud insumisa eran etapas que sólo podían permitirse ciertas clases de personas: las acomodadas.

Por sus actividades ilícitas encontró él los sellos que después serían su pasión secreta. Por su conducta delictiva recibió las enseñanzas para obtener más provecho del legitimado. Se ejercitó en el individualismo y la desconfianza, en su búsquese la vida como pueda y sobreviva o muera que a nadie le interesa. Se graduó en adelantarse a los demás en cada jugada, para jugársela. A estirar el brazo para pedir fingiendo o robar sonriendo, de acuerdo al momento y la oportunidad. A deslizar sus largos dedos entre chaquetas y gabardinas. Por los bolsos y bolsillos antes de dar el salto a las maletas vestidos de blanco inocente. Fue su primer trabajo honrado el de botones, pero quien se ha criado entre tigres con rapidez muestra las uñas: no pudo controlar ese reflejo. Una presa es una presa puro instinto. Su lado bueno su cara amable su momento dócil quedaba para la colección de sellos: enigmática silenciosa cautivadora abstraída.


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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