miércoles, 5 de septiembre de 2012

OLVIDOS DE LA HISTORIA (relato corto)



OLVIDOS DE LA HISTORIA


Napoleón nunca quiso comandar ejércitos y mucho menos ir a la guerra. Mienten los historiadores, en su mayoría franceses, cuando afirman con pruebas de irrefutable condición que su ambición sobrepasó las fronteras, literalmente, siendo inspiración de dramaturgos y cronistas de aventuras. Nada de esto es cierto. Lo que Napoleón deseaba con freudiana locura era a la prima bastarda de la primera doncella de Josefina. Una espectacular pelirroja, la prima no la doncella ni Josefina, a la que Napoleón obedeció mansamente, o salvajemente según se mire, y complació cuanto pudo.
Descarada, con delirios de grandeza, actriz porno, aficionada a las orgías sin contacto, bisexual y serial killer. Una auténtica psicópata que condicionó en la sombra el destino de Europa.
Las razones de por qué Napoleón conoció a la bastarda de nombre impronunciable no están muy claras. Contrariamente a lo que opina el mayor experto en la materia, el afamado cursillista de bolas chinas John Ball Burning, no fue en la feria internacional del juguete de aquel lejano mes de diciembre de 1786. Si bien es cierto que ambos asistieron, no coincidieron ni en tiempo ni espacio.
Napoleón, aficionado compulsivo a los soldaditos de plomo y las coronas de oro, compró todas las colecciones a la venta, de ambas cosas. Le tomaron por loco cuando afirmó tras la operación: “Estos soldaditos y yo conquistaremos el mundo”.
La pelirroja, en cambio, sólo adquirió la versión actualizada del Monopoly Continental. Así llamado porque en él las casas, calles y plazas a comprar se habían sustituido por países de Europa. La banca por la sede del gobierno de la UE, en la cárcel los tribunales de justicia y los jueces por policía antidisturbios. Cambios más congruentes con los tiempos que aportaban un dinamismo y realismo insuperables. Éxito de ventas. La pelirroja intuyó que aquel Monopoly se haría realidad y quiso poseerlo antes que nadie. Ella, también ansiaba conquistar el mundo.
Pero el encuentro fatal vino de la mano de Salicety años atrás, en uno de sus bailes de disfraces donde Napoleón era la estrella del momento y del baile con su disfraz de emperador. La pelirroja una camarera vestida de Play Boy, auténtico nada de disfraz. Ella le propinó un sonoro tortazo cuando él tiró del rabito del conejo y el delantal cayó al suelo. Mostrando a los presentes la ausencia de ropa interior, aún sin inventar, y la mejor parte de su anatomía. Él recogió el delantal, ella se lo volvió a colocar y el baile continuó como si nada. Nadie se percató de que en el intercambio ella le entregó su número de teléfono.
Otro antiguo amigo, Pasquale Paoli, les introdujo en el submundo del club de la lucha donde acudían como público anónimo. Él se aficionó tanto a las peleas que creó su propio club: The Nap´s Fight. El éxito inesperado del proyecto le animó a pasarse a las franquicias, y en su viaje secreto a Córcega de 1794 se reunió con los franquiciados de toda Europa para formar un ejército a la prensa mostrado como una joint venture.
También en ese viaje, no tan secreto, reapareció la pelirroja bastarda. Él se la encontró en la carátula de un DVD triple X. La llamó inmediatamente, quería una foto igual a la portada. Ella accedió, no sin antes arrancarle la promesa de que le llevaría de viaje por Europa. No había ingresado en le École Militaire a los diez años para nada: aceptó gustoso a condición de mantener su relación en secreto. Había puesto sus ojos en la amante de Paul Barras y quería robársela para casarse con ella. Por joder, más que nada. En el amplio sentido de la expresión. 
Petición por petición, sellaron el acuerdo con una tarde de sexo de película. También literal porque ella lo grabó todo. Desde ese día, y por evidentes razones anatómicas, ella lo apodó con el sobrenombre de mi Pequeño Cabo. Bajo nombre en realidad.
En virtud de aquella promesa, y porque Josefina en materia de sexo acrobático era una aficionada, a los pocos días de su boda Napoleón marchó sobre Italia. Sobre-Italia: de aquellas victorias le regaló a su amante pelirroja la República Cisalpina. Fue entonces y con intención de seguir en contacto secreto cuando él creó la línea Chappe.
Mientras la pelirroja viajaba disfrutando por su Italia, él regresó a París con intención de poner orden. Y promover una idea que le rondaba la cabeza desde su paseo triunfal por Italia cuando la conoció profundamente. Algo así hay que hacer en Francia –se dijo-. Que los turistas descubran la Grandeur de la France. Viendo dar vueltas a una rueda de molino se le ocurrió el nombre: Tour de Force. Sus asesores de campaña le aconsejaron otro más vistoso aunque de menos pegada: Tour de France. Y hasta hoy.
Asqueado de la decadencia y la corrupción de la República, quiso volverse a Italia con su amante gimnasta, pero ella acababa de conocer al Duque de Armani en la pasarela de Milán y no estaba dispuesta a desaprovechar la ocasión de ir vestida con los últimos modelos del creador, en exclusiva y a precio de ganga: sexo flojo. No tenía claro lo que a él le gustaba. O quiénes. Convenció a Napoleón de que se quedara e hiciera algo vistoso por ella. Él, de natural complaciente y bondadoso pero poco hábil con la literatura de pasión, le escribió una extensa carta de amor que, una vez corregida por sus asesores, la convirtieron en la Constitución del Año VIII. A modo de compensación y para evitarle el disgusto, le premiaron con el cargo de Primer Cónsul.
La pelirroja le hizo llegar un mensaje cargado de erotismo y dibujos explicativos que Napoleón respondió con un aluvión de cartas encendidas de amor y pasión. Una vez más, eliminadas faltas de ortografía, expresiones inapropiadas o directamente soeces para el gusto de la época, extraordinariamente cultas para los estándares de hoy, aquella cartas se convirtieron en el Code Civil de Francais, el Código Penal, el de Comercio, de Institución Criminal. Textos que fueron bestseller y proporcionaron la independencia económica que Napoleón hasta la fecha no tenía. Sujeto como estaba a rácanos sueldos públicos y sus ajustes. Además, los textos también le proporcionaron prestigio y popularidad entre la población.
Ella, celosa de no ser primera plana junto a él en Vanity Fair o Vogue, amenazó con revelar su historia en un plató de Telecinco, que era donde mejor pagaban la basura. Napoleón, atemorizado de que todo el mundo conociera la razón de su Pequeño Cabo, regresó a Italia inmediatamente. Para descubrir decepcionado el asunto del Duque.
Armani, de origen germánico y a petición insistente de la pelirroja que quería conocer esos pueblos y costumbres, utilizó su dinero e influencias para satisfacer las demandas culturales de su amante: llenó Italia de austríacos. Lo cual a su vez incrementó las ventas de una chaqueta que había diseñado tiempo atrás sin ningún éxito entre italianos. Rebautizada como chaqueta austríaca, se convirtió en el empujón definitivo para lanzar su cadena de tiendas. Abandonó la producción de ropa obrera y se dedicó en exclusiva a la alta costura. Napoleón vio en él un poderoso enemigo: ambas franquicias rivalizaban por los mismos locales de las mejores ciudades de Francia e Italia. La guerra comercial acababa de empezar.
Decepcionado con la infidelidad, reclamó a la pelirroja un antiguo regalo procedente de sus campañas por Egipto: La piedra de Rosetta que ella llevaba colgando del cuello desde entonces. No se la devolvió.
Necesitado de fondos para su contraataque comercial, vendió Luisiana a los americanos y se ascendió a sí mismo en la administración del estado. El sueldo de Primer Cónsul palidecía comparándolo con el de Emperador. Patrocinado por los grandes almacenes Lafayette, que diseñaron y pagaron su nueva corona, Napoleón se autoproclamó emperador el 28 de mayo de 1804 con la esperanza de que la noticia, publicada en primera plana y a todo color en los tres periódicos de su propiedad, edición couché y digital, llegara a la pelirroja.
Ella, impresionada por el gesto, de amor o necesidad está aún por investigar, sedujo al amante del Duque, Sir Ludwig, para que le compusiera una canción. Fue tal la entrega de ella en el intercambio de servicios que la canción creció hasta convertirse en la sinfonía Eroica. Nombre que la pelirroja retocó posteriormente para darle un barniz más literario. A su vez, esto disparó los celos del Duque y ambos grupos empresariales se enzarzaron en una guerra por tierra mar y aire.
La enfermedad de las ovejas locas había diezmado la cabaña inglesa, por lo que la lana para hacer buenos paños escaseaba. Esto y los recortes impuestos por el gobierno llegaron al equipamiento militar: con la tela de un buen pantalón de campaña se fabricaban dos faldas cortas para hombre. Como al ejército no le gustó la idea por humillante, el gobierno necesitado de un hit de ventas similar a la chaqueta austríaca, para convencer a los soldados de las bondades de su uso se alió con el Duque en una joint venture de gran calado: unirían sus flotas con intención de derrotar a Napoleón.
La alianza funcionó, tanto que ver a los rudos marineros vestidos con falda corta encandiló a las mujeres por su comodidad para las relaciones íntimas. Posteriormente, un sastre escocés ignorado y burlado hasta el momento por todos sus colegas demandó a los ingleses por plagio. Los tribunales le dieron la razón y desde entonces su falda se llama falda escocesa.
Enfadado por la derrota en el mar, Napoleón marchó contra el Duque y entró en Italia como una apisonadora de la época, reconquistándola. Armani, de viaje por Shanghái con intención de iniciar su expansión comercial en Asia, se libró de una muerte segura. Vuelta a enfadar con Napoleón, la pelirroja también porque se fueron juntos. En venganza, Napoleón se casó con María Luisa una vez que Josefina le pidió el divorcio y una pensión alimenticia en compensación a la ausencia de deberes conyugales. Él, no ella.
Las franquicias de ambos contendientes siguieron creciendo. Napoleón anexionando territorios, el Duque de Armani vistiendo la Grande Armée. Porque una cosa son los enemigos y otra los negocios.
Cansado de derrotar adversarios en el campo de batalla sin atraer la atención de la pelirroja, Napoleón recondujo su estrategia hacia la administración de los estados. Abolió feudalismos, reescribió constituciones, creó escuelas, impulsó la educación, la ciencia y la investigación. Pero ella seguía viajando y abriendo franquicias por el mundo con su Duque. La más grande de ellas en Moscú, que disponiendo de la mejor red de transporte público underground de toda Europa el Duque intuyó en esa ciudad un gran éxito empresarial. Y una afrenta directa a su eterno contrincante.
Lo consiguió porque Napoleón aceptó el duelo y reunió a 600.000 colegas con los que invadir Rusia, derrocar al Zar y cerrar todas las tiendas de Armani por no estar al corriente en los pagos con la administración. Cosa cierta y que tanto había beneficiado a su crecimiento, concediéndole una ventaja extra frente a su competidores directos: Versace, Chanel y Lagerfeld. Príncipe, duquesa y conde de la excentricidad la vanidad y el exceso respectivamente.
Seguidores de Armani, furiosos por no disponer de la nueva colección otoño invierno, quemaron todas las tiendas con los trapos de verano. Este fuego se extendió y las ciudades de Rusia ardían enteras. La hoguera de las vanidades, bautizó Napoleón a aquella reacción en cadena de la cadena.
Así las cosas, decidió volverse a su Francia y pasar el invierno tranquilo por una vez en los últimos años. Pero los uniformes para esa campaña no estaban dispuestos a causa del fuego que también quemó almacenes y talleres. De los 650.000 hombres de su Grande Armée, sólo 40.000 vieron el Sena. El frío los jodió a todos. En cierto modo, el Duque venció sin coger un fusil.
Cansado de perder tantos amigos persiguiendo al amor de su vida, Napoleón confesó a un padre anglicano que las batallas contra las mujeres sólo se ganan en retirada. Actuó en consecuencia.
Nunca estuvo en sus planes pasar de cabo: renunció a su incómodo cargo de emperador con intención de quedar libre para la feria de abril sevillana de 1814. No pudo ser, los españoles le habían cogido el gusto a la guerra de guerrillas y el FBI y la CIA incluyeron a España en la lista de los países terroristas más buscados. Amenazando, además, con devolver a Francia su estatua de La Liberté: ataque directo a la línea de flotación del chauvinismo francés difícilmente reparable.
Napoleón cambió sus planes temiendo no ser recordado con amor, ideó una estrategia inesperada para todos: Me retiro. A una isla desierta. Quiero algo de la paz que siempre soñé pero mis enemigos no me dejaron. No me busquéis, no volveré.
En el verano de 1815 y en secreto, Napoleón marchó a su isla no sin antes mandar un mensaje a la pelirroja por su línea privada de semáforos:

“Querida amada. Stop. Comprado una isla para ambos. Stop. Tú has sido mi Helena de Troya. Stop. Por tu amor he recorrido medio mundo. Stop. Luchado en medio mundo. Stop. Quisiera envejecer juntos. Stop. En tu honor, la isla se llama Santa Elena. Stop. Siempre fuiste para mí una santa. Stop. Comprado por internet un frasquito de tu mejor perfume, <<Ó d´Arsenic.>>. Stop. Para tenerte siempre a mi lado. Stop. Y por si no vienes. Stop.”

© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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