lunes, 9 de septiembre de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte L (relato alargándose)



Retrocedió reptando hacia la pared del agujero. Sin atreverse a levantar un palmo del suelo. Al encontrar tope con el fondo del descansillo y perder de vista la caída, se sentó. La espalda contra la pared y las piernas estiradas hacia el mar. El horizonte, ahora claro y despejado en una linda mañana de primavera que invitaba a la alegría. Pero rompió en sollozos: nadie en el mundo sabía dónde estaba. Sin testigos, sin ese tomavistas para grabar toda la aventura. No previó este desenlace.

Volando a pocos metros pasó un ave similar al anterior, puede que la misma preguntándose si aún estaba vivo ese tipo extraño que como una babosa enorme ascendía arrastras por el acantilado, <<¡Con lo sencillo que era volarlo!>> Fausto advirtió la profunda contradicción que suponía ser tan enormemente pequeño. Su infinita insignificancia y su minúsculo espacio en el mundo. Por primera vez sintió la fisicidad de no ser nada. Sabía bien qué suponía no ser nadie, la había sentido toda su vida; de hecho era un gran don nadie con título vitalicio, Cum Laude en la carrera de los nadies per méritos extraordinarios. Había triunfado como en ninguna otra cosa en ese aspecto de su vida, pues no sólo él se reconocía como nadie sino que también lo hacían con insistencia los demás. De no ser porque es metafísicamente imposible que el ojo humano vea la nada, diría que cuando iba por la calle los caminantes le señalaban diciendo: <<¡Eh, mira! ¡Ahí va todo un don nadie! ¡Cómo ha mejorado esta semana, es más nadie que la anterior!>>

Su vida entera había sido un fracaso. Un sobreviviente sin contenido ni sentido. Incluso su primer intento de librarse de sí mismo se tornó en otra gran derrota. Doble derrota pues si en el salto no se ahogó, ahora tampoco era capaz de arrojarse contra ese muelle de piedra que le esperaba cien metros más abajo y donde con toda seguridad vería cumplido su más reciente anhelo. Ahí la muerte no podía fallar pero se escapó, quizás volando, el valor para intentarlo. Ahora, carecía del arrojo mínimo para lanzarse y terminar su absurda vida de una vez y para siempre. Muy al contrario y decepcionantemente inesperado, ¡estaba peleando por salvarla!




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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