jueves, 5 de septiembre de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte XLII (relato breve extendido)



Miró al este, al oeste. Ambas imágenes eran un espejo de sí mismas: prados y bosque alternativamente. Ningún humano en el paisaje, pero sabía que estaban ahí, tras los árboles en alguna parte ocultos, espiando. Depredadores siempre al acecho. Después al frente, y se dijo: Una lástima que el sol no salga por el norte, ¡sería un momento perfecto! Suspiró, escupió las gotas de lluvia de los labios, se frotó los ojos: no quería tropezar… y caerse. Arrancó a correr con la mirada clavada en el horizonte confuso del mar. Deslavado por nubes y lluvia. Quería tirarse.


A una velocidad de nuevecomaocho metrosporsegundo, cientosetentaycincometros no dan para mucho. Pero sí los casi veinte segundos suficientes para, por fin y por primera vez, sentirse libre. Producto directo de la caída libre quizás. ¡Soy libre! –bajó gritando. Cayendo, cayendo hasta que perforó la fina lámina de la tensión superficial como un torpedo. Esa delgada pared de aspecto inofensivo pero con resistencia brutal. Letal según el caso. No fue el suyo.

En su épico salto de liberación hacia el vacío, instintivamente alzó los brazos al cielo, quizás en una reafirmación teatral de su grito libertad, quizás el viento. Pues con su empuje el cuerpo de Fausto se equilibró y enderezó, rompiendo el agua con la gruesa suela de sus botas de monte. Esto fue definitivo porque de cualquier otra postura el impacto lo habría matado. Sin embargo, al ofrecer la menor superficie de contacto de todas sus posibles el choque se pareció más al de un clavo agujereando la madera; que no fuera roble viejo endurecido. Y atravesó sin lesionarse la mortal capa que separa agua de aire.

También ayudó algo que Fausto se preguntó muchas veces: ¿Qué profundidad habrá ahí abajo? Treinta y cinco metros. Treinta y cinco metros de resistencia más que suficientes para reducir la velocidad de penetración a cerometrosporsegundo.





© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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