viernes, 29 de abril de 2016

SOPLA QUE TE SOPLA



SOPLA QUE TE SOPLA





Tras un largo día de trabajo entre los soplafautas o soplagaitas de tus compañeros

y las soplapollas o soplacartas de tus compañeras,

regresas a casa soplando las velas de tu cumpleaños.



Hace treinta que fueron treinta y tres primaveras

y este día de otoño perpetuo

lo conmemoras con las luces del crepúsculo superando fronteras.



Son las llamaradas de la última hora los resplandores del fin de otro día

que pasó sin haber hecho nada que valiera la pena.

¿Un momento para la tragedia o la consolación?



Según quién te mire, para la consternación.



¿Qué ha sido de tu vida?, te preguntas.

Qué ha ocurrido con esa larga oruga de días que has paseado como mascotas domadas

ante un público de brutos que prefiere a los osos del circo.



Nada.

El silencio absoluto del vacío que te envuelve como una burbuja.



Nada que reseñar ni descartar ni subrayar.

Solo la lánguida nota al margen de página que destaca que aún sigues en pie soplando las velas.



Sí, tú también eres un soplamoscas.



Lo has sido en cada una de tus sesenta y seis amargaveras.

Y un pujo insoportable te estalla la verija del alma al saber que nadie te espera.



Al día siguiente, ducharás el mador tibio donde se bañan los bichos que habitan tu cuerpo

y volverás al trabajo con el mismo entusiasmo de un infante que conoce el castigo

por haber destrozado los platos.








© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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