domingo, 19 de diciembre de 2010

REPORTER



REPORTER


Informantes fuimos de todas nuestras inquietudes.
Tú a tus autoridades, yo, no sé. Tal vez a los nomos del bosque.
Sería por proximidad al suelo en que me arrastraba.
Nada que ver con los surcos del cielo
que volando dejabas.

Tantos fueron tus informes, que tuviste que editarlos.
En una antología maestra sobre miles de cosas diversas.
Naciste apuntando alto, y acabaste volando bajo:
para no llamar la atención.
No fuera a señalarte cualquier desgraciado informante.

Pacía yo, mientras tanto, entre cientos de informes gruesos.
Gruesos aburridos y densos. Aunque de poco peso:
qué incongruencia la mía, no escribir lo que de verdad sentía.

Con ellos no perdí la vista, pero sí me pasaron los años.
Tantos como media vida, sin hacer lo que de verdad quería.
Otra vez.
Esa otra media vida tuya, en todo fue tan distinta.
Libros títulos becas congresos. A tu lado los amigos cayendo presos.
¿Cuántos informes pasaron hasta que abriste los ojos?
Quién sabe si acomodada sobre un incómoda verdad.
Cayó por fin el telón que te hizo ver la razón
y darte las mil razones para dejar de negarte
que aquel no era ya tu sitio.
Tampoco quedaba un motivo para defender aquel estandarte.
Y se te escapaba el tiempo, para poner un mar de por medio.

Pero de todos nuestros errores, ahí estuvimos claros:
lanzaste la flecha hacia el oriente de oriente.
Diez mil kilómetros de sal azul, nada menos.
Yo di un golpe en la mesa, dije ¡hasta aquí hemos llegado!
,no sé si fui valiente. No sé si fue acobardado.
De ahora en adelante, ¡seré un hombre liberado!

Puede que fuera el azar. El malestar o el no querer estar.
Pero lo cierto es que el último informe que rellenamos:
aquel donde se decía quién éramos y por que estábamos donde estábamos
fue ya el definitivo.
Un principio de acuerdo. Un contrato.
Vitalicio.

Ahora seguimos reportando, con un discurso diario,
de qué es lo que hemos hecho, mientras pensamos el uno en otro.
Diario semanal mensual.
Que no se nos escape un día, un gesto un pensamiento un acto,
sin informar.

Y de tanto reportar nos hemos vuelto redundantes:
repitiendo a todas horas razones por las que nos queremos.
Razones que a veces son sinrazones pero
a nosotros
qué más nos da.
Si cada vez que leemos nuestros informes
se aceleran los corazones.

Debemos tener algún mal aún sin diagnosticar.
Llámalo, repórtalo, mal de amores.
En esto, no podremos decir que sea nada original.


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