jueves, 21 de enero de 2010

AGONÍA


AGONÍA


Nunca olvidaré la insoportable expresión de dolor
de aquel perro paralítico.
Su mirada lastimera, sus ojos negros de pena
mendigando una ayuda que evité.

Mi rostro indiferente reflejado en sus pupilas dilatadas
como lunas de plata en la noche fría y solitaria
de la muerte.

Aún veo el fantasma de la culpa en el rostro de aquel perro
inofensivo y resignado a su final temprano.
Noble como un caballo, pequeño como un gato
de pelo suave como un conejo:
toda la fauna de mi granja en aquel ser representada.
Insignificante y leal.

Mi parte del trato no cumplí.
Llegado el momento de corresponder…
huí.

Nunca olvidaré la infinita expresión de decepción
en aquel perro moribundo.
No lamió mi mano ni agitó la cola.

Arrastrándose valle abajo se despellejó la barriga
con las piedras del sendero.

Días más tarde lo encontré:
murió enredado entre las zarzas a los pies de los castaños.

Solemnes y callados,
también ellos hoy me miran.
Con desprecio.

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