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jueves, 16 de septiembre de 2010
JAPINES
JAPINES
Quedan sostenidas en el aire las notas de tus últimos suspiros.
Éxtasis culminante a setenta y dos horas de detención,
no sé si legal, por un abrazo sin final.
Dulce es el olor de tu sonrisa en guardia de alivio permanente.
No será la última que vea oiga sienta, de ti.
Yo que la quimera de la felicidad siempre soñé distante
y viví lejana.
Que el disfrute de lo sencillo
me pareció un engaño del pensamiento complicado.
Que la alegría no era un presente del presente,
menos aún un regalo no abierto del pasado.
Yo que viví mal viví y morí por la mala compañía.
Negándome a todo cambio tal vez por resignación.
Tal vez por miedo. La costumbre de la mala costumbre.
Tal vez por desencanto. El engaño del desengaño.
Descubrí en ti cuanto estaba equivocado:
posible es el cambio.
posible deseable indispensable.
Para no seguir muriendo de infelicidad.
Para no seguir huyendo de casa en busca de paz.
Yo que creía que la partida estaba ya perdida,
no queriendo más cartas marcadas por la amargura y la tristeza.
Que me perdía por angostos caminos con la desesperación del refugiado.
Que mirando atrás me preguntaba si querría repetir las decisiones importantes:
trabajo vocación esposa. Y siempre respondí que no.
Que por esto parecía la vida un fracaso tal vez sin solución.
Ni capacidad de reacción.
Hasta que un día el egoísmo sin fronteras
me empujó a tomar una decisión inesperada:
vuela en solitario.
Libre de cargas y pesos que te hunden como plomo.
Y como peso muerto ahogándome en el cuerpo de un hombre atormentado.
Lleno de dolor rasgué con un cuchillo aquella piel de moribundo
sólo alimentado con suero de lágrimas.
Y me arrojé al vacío para descubrir que no estaba vacío.
Por ti.
Floté en la ingravidez de tu ilusión,
guiado fui en la tormenta por la luz de tu sonrisa y el eco de tu voz.
Repitiéndose hasta despejar todas las nubes.
Nubes de dudas entre reflejos dorados de perplejidad.
¿Será verdad que la felicidad existe?
Será, y es. Dijiste.
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