lunes, 2 de abril de 2012

TISSUES






TISSUES


El vendedor de pañuelos del semáforo es pakistaní.
Fuerte, 45 años, ninguna vida por detrás. Mujer, varios hijos.
De varias mujeres.
Acabó solo en el sur de Europa por casualidad.
En ese territorio sin rumbo ni gobernantes que hay entre Portugal y el mediterráneo.
Afectado por los sofocos perezosos de África y el gusto por la buena mesa, el vino
y las protestas de Francia.

En realidad, su destino era Australia.
Con la piel abrasada por el sol, el pastoreo de canguros de terciopelo
parecía un trabajo hecho a su medida.
Interpretó mal la intérprete que resolvió su billete
y acabó en una parte del mundo que no esperaba. Ni quería.
Y en un tiempo más apropiado para la huída.

Una periodista con cuerpo de muñeca y cerebro de muñeco,
aficionada a los realities, el euromillón, los programas rosa y la teletienda,
conoció su historia revolviendo entre la basura de las habladurías de barrio.
No perdió el tiempo y corrió grabadora en mano a pillar una exclusiva enternecedora:
puritita carroña periodística camuflada de reportaje de actualidad.
Con su habilidad para el melodrama, conmovió a la prensa local. La radio local.
La televisión local.
De ahí a la nación. También muy local para estos menesteres piadosos.

Ella saltó al estrellato, y subida en el cohete de la fama explosiva
contó más de mil veces, todas distintas,
su ardua tarea como periodista de investigación. De raza:
“Emigrante empujado por la necesidad, licenciado, deja todo incluidos mujer e hijos, para conseguir su sueño de prosperidad y libertad”.

A él, los servicios sociales del territorio,
espoleados por un gobierno borracho de progresismo
y un presidente delirante de populismo necesitado de subir en las encuestas,
le aceleraron los trámites para que dejara de ser otro sin papeles.
Ilegal, furtivo y proscrito.
De un potente sello ministerial pasó a ser otro sujeto candidato al mercado laboral.
No estaba el territorio por colaborar, terco él y desobediente,
y el candidato se quedó en el montón mayoritario:
carne de paro 5 millones y subiendo.

El buen pakistaní sacó lo mejor de sí mismo para sobrevivir,
que era lo peor,
y con amenazas y golpes se hizo con el control del mejor semáforo de la ciudad:
habitado desde hacía siete meses por un rumano con cinco hijos y otro en camino.
Ignoró esta parte la reportera estrella: no convenía a nadie.

Semanas más tarde, Ad-Ubharak, el pakistaní licenciado
por la universidad del chantaje, la extorsión y la violencia,
mató a golpes a un conductor simplón por no querer comprarle unos pañuelos.
No fue a la cárcel: el sello ministerial prefirió deportarlo a un país emergente.
El presidente eludió cualquier responsabilidad. Como siempre.
Los servicios sociales siguieron con lo suyo:
engordar la estadística socorriendo pobre gente.
Y la periodista estrella escribió un libro contando todos los detalles,
sexo y drogas incluidos, de su increíble historia.

Hoy tiene programa propio de entrevistas en la CNN.
Su éxito ha sido arrollador, y dicen
que en breve pasará por su plató el pakistaní,
y el presidente.


No hay comentarios:

Publicar un comentario