jueves, 15 de noviembre de 2012

BONUS TRACK (fin de mi nuevo libro de relatos cortos)





BONUS TRACK


Como todo libro que se precie, se regale preste o robe que esto del arte va siendo una cosa de poco valor para la mayoría inmensa, hemos organizado un evento para la presentación del objeto; también conocido como Obra. Categoría, óigame usted que donde hay clase hay… ¿alumnos, profesor, asignaturas? Lo que sea, pero aquí estoy yo. Nervioso como una dama de honor. ¿Señor de honor en este caso? Ya se verá, el honor como el valor se le supone. Lo que sí veo es que me estoy devorando las uñas, y los pellejos y las yemas, por el acontecimiento. Que no será noticia nacional pero tal vez sí local. Por lo más humilde hay que empezar si queremos llegar a lo sublime.
En eso estamos. Para ello he rebuscado entre los renglones de todas mis agendas los contactos de esos que llamo mis amigos, aunque esta afirmación esté aún por demostrar. Y conocidos y los conocidos de los conocidos y los que no lo son tanto ni siquiera un poco. Hay que llenar el garito por cualquier medio, incluidas zalamerías reverencias invitación lisonjera u humillación en cualquier grado; no es este momento de mostrarse altivo. Ni siquiera asertivo. A todos he invitado, suplicado más bien, con la sutil insinuación de que pueden venir acompañados. Mejor cuanta más gente, para que hablen y hablen. No importa que lo hagan mal, que cuanto más se habla más salta tu nombre de boca a oreja y esto es lo que se busca: primer peldaño de la escalera con tropiezos hacia la alta sociedad. O la baja suciedad, pero que haya fama de por medio. Que la fama trae el dinero el dinero los amigos los amigos las oportunidades. Y éstas la felicidad. No seré yo un espécimen tan raro que reniegue a ser feliz, de modo que bien venido sea todo. Por ello, en eso estamos.
Y digo estamos porque en la carrera del tesoro editorial hay un detalle alfanumérico que conviene recordar: el milloncejo de nada en ventas que asegura la supervivencia de escritor y editor. Por el camino de la mano vamos míster Diego Lara De Riaga y este… ¿humilde servidor? Nada me gusta la expresión porque basta con mirarme a la jeta para ver que de ésta no me falta, si vivir del cuento busco no puede haber cara más grande, pero la suelto para mostrar una modestia que es tan falsa como todo lo escrito. Y además estorba. La competencia, y los invitados, no deben conocer el objetivo final o de lo contrario el rechazo será unánime y nos quedaremos en el rellano. Nada de escaleras arriba, de ahí toca bajar de nuevo y eso jode mucho. Es algo así como la política: vótame y luego ya haré lo que me dé la gana. Y al igual que un candidato honesto y trabajador en periodo electoral, mi equipo y yo hemos mandado invitaciones, votos, hasta agotar libretas de direcciones.
Ah, por fin, ahí viene Diego. Ya me estaba dando un pálpito, si me deja solo me hunde. Qué cabrón, en una limusina. Espero que sea a su cargo y no lo incluya en gastos de representación, o me tocará abonar el 35 %. Y en tanto no llegue ese millón de ventas que digo, la cosa está muy apurada. No paso de ser clase media retrasada descendida. Bien sabemos esta gran mayoría de esclavos cómo van las cosas.
-Hola Kristoff, ¿qué tal estás?
-Hola Digo. Yo tenía razón: ¡eres más alto! Y más joven.

Diego, mi valiente prudente editor, y yo, nos conocimos por ese tonto invento llamado feisbuc. Nunca nos hemos tratado personalmente pero son cosas que ocurren con esto que llaman nuevas tecnologías: nos separan del cercano y nos acercan al lejano. ¿Radicará su éxito en la búsqueda constante de la amistad, el respeto, la admiración y el amor? Dicen que su captura también aporta felicidad, así que algo debe haber.
Pero de Diego no me interesaba esto, primero son los negocios ya se verá si también procede ser amigos, sino su editorial. Como escritor promesa, por definición frustrado, en un día de hartazgo especialmente satisfactorio, ¿debería decir insatisfactorio?, mandé por el feisbuc ese docenas de mensajes casi víricos a editoriales y agentes literarios ofreciéndome como chapero nuevo en el barrio. Si el cuerpo puede ser moneda de cambio para objetivo cualquiera, ¿por qué no este de las letras y su milloncejo en ventas? En la escalera de la fama y el éxito hay rellanos exclusivos para la sodomía: sucios, mal iluminados y muy concurridos. Más cuanto más bajo es el piso, que la prostitución también tiene sus elegancias. Yo aún no he pasado del primero así que ya imaginarán. ¡Estoy considerando participar en el próximo desfile del orgullo gay! Seré un hetero reconvertido, y ya se verá si vuelvo que corren tiempos donde hetero es sinónimo de hombre, y los hombres estamos muy mal vistos. Tanto por mujeres, que primero nos follan o se dejan follar y después nos acusan de machistas, como por gais. Diría que casi por lo mismo.
En esa primera andanada de mensajes solicitando unas migajas de atención, se interesó Diego. Con condiciones, no le culpo. No corren tiempos para ser un incondicional, que cada uno debe salvar lo suyo y siendo poco peor es nada.

-Sí. Eso parece, pero sólo una pizca.
-Una pizca a tu favor, no al mío. Que sumado a que también eres más joven la constatación evidente de mis sospechas son un pellizco para mi orgullo.
-¡Hablas como un escritor!
-Voy aprendiendo. Todo es meterse en el papel. A mi edad, o hago carrera rápido o me quedo en el intento. No tengo tiempo que perder, hay en mí más pasado que futuro. ¿Vienes solo? ¿Creí que te acompañaría Teresa?
-¿Mi novia? Ella viene en su moto. Ha de marcharse pronto, tiene una conferencia en la cámara de comercio. Sobre el vino rioja, su futuro en el mercado africano y las propiedades antioxidantes.
-Qué cosa más rara.
-Los bodegueros, que con esto de la crisis han tenido que reconducir sus exportaciones y reinventarse razones para que bebamos más.
-Ya, pero yo preguntaba por la maquetista. No sabía que tu novia también se llama Teresa.
-Ah, perdón. Ella viene en otro coche.
-¿Otra limusina?
-Sí, la imagen sabes que es muy importante en estos actos. Hemos de pensar a lo grande si queremos ser grandes.
-Ya, ya. Debo mejorar ese punto. Pensar que yo he venido en autobús… Por el ahorro.
-Si no te ha visto nadie… Déjame un momento que la llamo. Ella trae los ejemplares para la mesa y mi discurso.
-¿Tu discurso? Qué profesional te veo.
-Soy el editor, me debo a la imagen de acto serio.
-Ya, pero pronunciar un discurso…
-Piensa que a mí me basta con leer. El que tiene que inventar y convencer de su ingenio eres tú. ¿Has pensado algo?
-Pues no… La verdad es que
-¡Joder! ¡El teléfono!
-¿Qué pasa?
-¡Que he perdido el teléfono!
-¿Pero otra vez?
-¡Otra vez! ¡Sí! ¡Joder! ¡Lo he olvidado en el techo del coche!
-Eso me suena.
-Y tanto, ya van tres. ¡Todo por culpa de la tía esa que me persigue a todas partes!
-¿Quién, tu alumna de los ojos verdes? ¿No quedamos que ella se había fijado en mí?
-Sí, sí. Ella está colgada por ti. ¡Es su madre la que me persigue!
-¡No jodas!
-No. Pero es porque me niego, que si fuera por ella… Ya me hizo una encerrona en el colegio y no quiero problemas.
-¿En el armario de la ropa?
-¿Cómo lo sabes?
-Yo le sugerí la idea a la hija.
-¡Serás cabrón!
-Sí. Esto por ser más joven y alto que yo, te fastidias. Ahora estamos en paz.
-Uhm… No diría yo tanto. Sospecho que este podría ser el fin de una bonita amistad.
-O el principio de una mala relación. Cualquier excusa es buena para enemistarse.
-Cuando hay voluntad, hay voluntad.
-Así es.
-Bueno, dejemos las carantoñas para otro día que hoy hemos venido a presentar tu libro.
-Tienes razón. ¿Has visto el teatro?
-Sí, cómo no. Es lo mejor de Logroño. Elegante y sin excesos. No será el Liceo pero aquí somos gente contenida.
-Tanto mejor. Ni puñetera falta que os hace un Baluarte como el de Pamplona. Esos navarros siempre se han creído superiores a los riojanos. Y todo por cuatro encierros, la nostalgia de Hemingway y unos fueros que tienen más prensa que efectividad. Claro que el Gayarre es una vergüenza, si se quema un día será una fiesta. Aquí habéis dado con la medida justa.
-Ya te lo he dicho, gente moderada. Ah mira, aquí viene Teresa.
-¿Tu novia?
-¡No hombre! La maquetista.
-Ah. Pues así entre nosotros, ¿tiene una aire a lo Kate Moss, no te parece?
-No sé… ¿De Aragón? ¡Hola Teresa!
-Hola Diego. ¿Qué decías de Aragón?
-No, nada. El frío que tienen allí. Mira te presento a Kristoff, el autor.
-Hola, qué tal. Encantada.
-Hola.
-Sabía que eras tú.
-Claro, aquí los dos en la puerta pelándonos de frío…
-No, no es por eso. Diego tiene muchos amigos. A la pobre Teresa la tiene aburrida cuando van juntos por la calle. No se puede dar diez pasos con él que ya le está parando alguien. Entre la universidad, la editorial, el grupo de teatro… Un horror. No, a ti te he conocido por el perfil de feisbuc. Estás igualito.
-¿Ah, sí? ¿Lo has mirado?
-Sí. Tenía curiosidad por ver la cara del que escribía esas cosas que nos mandas a la editorial.
-¿Cosas?
-Sí, cosas.
-Ya. ¿Y salgo favorecido? Soy muy fotogénico.
-Pues la verdad es que sí. Al natural no vales mucho pero en papel ganas. Estuve dudando de poner tu foto en la solapa… Qué se le va a hacer, ¡no se puede tener todo! ¿Verdad?
-Qué simpática es tu maquetista, Diego.
-Lo sé. ¿Has traído los ejemplares?
-Sí, aquí diez para la mesa. En el coche tengo dos cajas para venta. Si no os importa traerlas… el chófer está esperando.
-Ve tú Kristoff, mientras nosotros entramos a preparar la mesa.

Hace bastantes años que empecé a sospechar que yo tenía cara de gilipollas. Y unos pocos menos vino la confirmación en una reunión de antiguos alumnos cuando, después de unos combinados, todos empezaron a sincerarse. Se sabe que nada desinhibe tanto como el alcohol. Fue entonces cuando me enteré de las variopintas razones que aquellos ex compañeros tuvieron para amargarme la existencia en aquel tiempo pasado de adolescencia perdida y juventud temprana. Todos ellos unos auténticos hijos de puta. Hasta hoy, que normalmente soy el último en ser atendido o el primero cuando se trata de repartir tareas.
Tal es el caso: después de tres viajes cargando las puñeteras cajas con libros, mis libros, del maletero a la puerta del Bretón, sé que mi suerte ya no va a cambiar. Hay quien nace para confiable chico de los recados, y con seguridad mi empeño en ser escritor no será sino otra frustración. Quizás deba asumir de una vez que mi destino puede que sea el de porteador. Ya descompuesto, el conserje parece apiadarse de mí y ofrece echarme una mano. Accedo gustoso. Dos minutos más tarde saca una carretilla paquetera del fondo de un armario, me la entrega y vuelve a la butaca desde donde controla la puerta y el hall de entrada. A sus pies una estufa eléctrica, casi deseo que se electrocute con ella. O sin casi. Cargo las tres cajas en la carretilla y voy tras los pasos de Diego y Teresa.
-Ah, qué bien. Ya están aquí los libros. Ponlos en esta pequeña mesa de aquí para que la gente los vea. Teresa es la encargada de su venta.
-¿Los firmarás, no?
-Si la gente quiere…
-Mira este, ¡pues claro que la gente quiere! ¿O te crees que vienen aquí para ver tu cara? No, no. El público busca el fetiche. Leer o no es otra historia, y lleva mucho tiempo. Pero la firma… La firma es una cosa rápida. Tú sé amable. Unas sonrisas y fuera.
-Bien, esto ya está. Tú en el centro, yo a la derecha y Carmen a la izquierda.
-¿Quién es esa Carmen?
-¿No has oído hablar de ella? Carmen The Doors, una poetisa, actriz, performance, video artista, comisaria y animadora cultural muy buena con más de dos mil seguidores en el feisbuc. Declama como nadie. Luego vendrá… ¡Si tuviera mi móvil!
-Yo he hablado con ella antes de salir, Diego. Ella y Teresa vienen juntas.
-Ah, perfecto. Ya sabes cómo va esto Kristoff. Yo abro, leo mi discurso, elogio por aquí y por allá, y después entras tú.
-¿Entrar? ¿No has dicho que estoy en la mesa contigo?
-¡Ay, por dios! Quiero decir que hablas tú.
-¿Y qué digo?
-Ah, eso es cosa tuya. Ya te he dicho que a mí me basta con leer. Tú en cambio tienes que parecer original y ocurrente. Lo que sea pero no me hagas el ridículo que nos hundes. Hemos invertido mucho dinero en tu obra para que ahora lo eches a perder.
-¿Invertir? A mí me lo vas a decir que llevo toda la vida gastando.
-Es la hora, vamos a la puerta a recibir a la gente. Nos vemos, Teresa. Tú procura que se vayan sentando por ahí, ¡y que respeten los asientos reservados!
-Eso está hecho, Diego.
-Hasta luego Teresa.

Salimos del patio de butacas hacia la puerta principal, me voy rumiando por qué Teresa no se despide de mí. Creo que no le ha gustado eso de Kate Moss... ¿Cómo se habrá enterado?
El personal del teatro tiene por costumbre extender una alfombra roja por las escaleras de acceso. Quizás por eso del glamur las personalidades el papel cuché… Trivialidades que nos hacen yonquis de la superficialidad y la adoración del público. Aunque siempre me pregunto qué convierte al tafetán rojo en el favorito para el espectáculo. Alguna leyenda de sangre habrá detrás de todo esto, seguro. Si me hubiera informado al respecto ya tenía la entrada para mi actuación. O quizás pueda hacer de mi ignorancia un chiste, que lo es. Al público le gusta la autocrítica, no la del público, sino del bufón que lo hace. Y que éste se ría de uno mismo, que dicen es muy sano. Aunque no creo que acepten de buena gana que me ría de ellos, tampoco hay que pasarse de sanos.

-¡Mira qué bien, aquí están Carmen y Teresa!
-¿Pero a Teresa no le has mandado quedarse dentro?
-¡No, hombre! ¡Mi novia!
-Ah, perdón.
-Tú te pones a ese lado y yo me quedo aquí. Así los recibimos a todos. Yo te iré diciendo sus nombres según llegan y nos presentamos, ¿vale?
-Como gustes. Tú primero, que conoces a la gente.
-He invitado a la consejera de educación, al alcalde y la concejala de cultura del ayuntamiento.
-¡Qué bien!
-Sí, pero no vendrán. No te hagas ilusiones que a ti no te conoce nadie.
-Ya. ¿Y la prensa?
-Tengo una amiga en el diario de Logroño. Dijo que tenía una rueda de prensa y luego se acercaba. ¡Si tuviera mi móvil! Hoy juega el logroñés.
-No sabía que te gustara el fútbol.
-No, si no me gusta, pero si han de elegir entre el partido o tú... Es fácil.
-¡Yo!
-Sí, eso precisamente. ¡Aquí han llegado mis chicas! Un beso cariño.
-Hola Diego.
-Hola chicos. Buf, ¡qué frío!
-Hola Carmen, ¿cómo te va?
-Peleando chico. Siempre peleando.
-Os presento a Kristoff. Carmen, Teresa.
-Hola, qué hay.
-Hola. Así que tuyos son los textos que debo leer.
-Sí, supongo.
-Este Diego lleva un mes pasándome correos con ellos.
-Pero yo no tenía ni idea, Diego dice que eres poetisa.
-Lo soy, sí. Aunque nada que ver con lo tuyo.
-¿Te gustan?
-No sabría decirte. Siempre dejan un poso de amargura y pesimismo. ¡Y con el mío me basta!
-Ya, puede ser.
-No te preocupes Kristoff, Carmen es una profesional y ya puede leer las esquelas del periódico o la lista de la compra que el público se entusiasma.
-Cariño, me ha llamado Ana, dice que no te puede localizar.
-¿La concejala? ¿Qué quería?
-Confirmar la presentación en el teatro. Pensaba que era en el café Bretón.
-Mira que la tía es mema. Le pasé un mail ayer mismo con la hora y el lugar.
-Igual no lo ha recibido.
-¡Es el tercero en dos semanas, joder! No se puede, con estos no se puede.
-No te enfades, cariño. Sabes cómo son estas cosas. Tranquilo que yo le he dicho que era en el teatro.
-Concejalas de cultura, qué vas a esperar. Chicos ahí viene gente, esas caras me suenan.
-Tienes razón Carmen. Oye cariño, aquí hace mucho frío, nosotras nos vamos adentro.
-Sí, sí. Vámonos.
-¡Hablad con Teresa, ella sabe dónde hay que sentarse!
-¡Vale, vale!
-Hasta luego.

Se alejan las mujeres y nos dejan a ambos lados de la puerta, como conserjes pero sin estufa. Aquí a pasar frío y recibir a los invitados. Y quizás amigos. No se me escapa el detalle de que se han despedido sólo de Diego. Más aún, la conversación parece haber girado en torno a un asunto del que se diría que yo no formo parte. Debería dolerme pero la indiferencia que provoco en los demás, si es que esta contradicción es posible, es una constante. Ser recadero es lo que tiene: te vuelve transparente. Apenas te ven cuando les pisas los pies. Me he convertido en el perfecto don nadie necesario para cualquier reunión: gracias a tipos como yo destacan los demás. Como beneficio secundario diré que esta abulia social cambia mi nerviosismo por desilusión: un relajo conveniente. Nada espero de este acto como de ningún otro. Asumo que mi perseverancia jamás será recompensada y que tan solo lanzo el hilo de pescar en un río muy revuelto, donde el pescado más grande no siempre muerde el cebo que contiene más talento.  Eso que llaman éxito y reconocimiento está más próximo a las influencias y los contactos oportunos que a la valía del sujeto o la calidad de su trabajo. Y la suerte, caprichosa como una gota fría, es demasiado aleatoria para contar con ella. Con el tiempo ya me he convencido de que somos demasiados para todo y de que mi sitio es el estanque, quizá con los peces chicos. Si viniera la periodista con el respaldo de un diario nacional tal vez algo saliera de aquí, pero la prensa también tiene sus servidumbres. Nada hay gratis hoy y este tipo de gestos de la fortuna son pura lotería: hay que comprarlos.
Estos pensamientos me producen una gran tristeza, la decepción es inevitable. Aunque anula el nerviosismo y bloquea cualquier delirio presuntuoso. La arrogancia es la fulana del triunfo. Diego me mira, me pregunto qué pensara. ¿Quizás que estoy contento? Es tan difícil hacer llegar a los demás lo que sentimos. Y en ocasiones tan poco apropiado. Siempre escondidos tras la educación, la timidez o la prudencia. Barreras necesarias para que no huyan.
-Buenas noches, pareja. Octavio y Adamina, os presento al autor, Kristoff.
-Hola Diego. Vaya frío, vamos entrando si no te importa.
-Adelante, adelante.
-Buenas noches.
-Hola buenas noches caballeros. Les presento al autor, Kristoff. Aquí 179 y 183 cm. Ah, qué sorpresa, ¡con ustedes también 159! No le esperaba, creí que había fallecido.
-Pues ya ve que no. Vamos, 159, entremos.
-¡Señora Leocadia! ¡Qué honor tenerla a usted aquí! No sabe cómo le agradezco el esfuerzo, sé que no le gusta salir de casa. A su edad es comprensible. ¡Deme, deme un beso!
-Gracias majo, qué guapetón es usted, Diego querido. ¿Lo ves Horten? Te dije que este chico te convenía. Mira majo, quiero que conozcas a
-¡Abuela! Deja al caballero y pasa. Discúlpala Diego, sabes que ha perdido la cabeza.
-No te preocupes Federico. Lo sé. No hay problema. Mirad, os presento al autor. Kristoff, aquí tienes a Raquelita, Lorca, Toñín, Román y Jacinto. Han venido todos, qué maravilla. Gervasio, también usted.
-Sí joven, estamos todos, ¡pero menudo viajecito! ¡Quinientos kilómetros! Abajo tenéis el taxi esperando, hay que pagarle. ¡Nosotros demasiado hemos hecho con venir!
-No se preocupen por el taxi, los gastos de representación son cosa nuestra. Kristoff, ¿quieres bajar a pagar? Ya ves que estoy ocupado.
-Vale, vale. Ya lo he entendido.
-¡Espero que no te importe! ¡La representación, ya lo sabes!
-Sí, sí. Claro. Tu imagen.

Pienso que esto de las artes es una leche. Se pasa uno la vida sacando la cartera, pero para gastar, no cobrar. Los cuadros, las exposiciones, los libros, las invitaciones, los carteles, el cóctel, las comisiones. Los sobornos. Todo es pagar, pagar y pagar. Y aquí no hay banco que te avale ni nadie que te respalde. Todo corre de tu cuenta. Y cuando se arrima alguien es para sacar tajada. Lo peor es que si no pones la pasta por delante, no ocurre nada. Y luego tienes que oír, ¿por qué no expones? ¿Por qué no publicas? ¿Por qué no te presentas a los concursos? ¿Por qué no esto o lo otro? Todos saben lo que tienes que hacer, pero mira por dónde que no les sirve para ellos, pues la mayoría de los que hablan lo hacen desde su mediocridad y su anonimia. No te jode, dame tú la pasta y verás todo lo que hago. Pero no, a soltar.
Al taxista, doscientos ochenta euracos y con rebaja, por haberme dado cuenta de que tenía la licencia caducada; a joderse tocan. Como ya me jodió él a mí lo que me queda de mes. Así andamos todos en este tiempo hostil, puteándonos unos a otros como antídoto contra el gobierno: el mayor jodedor.
Observo desde aquí la llegada de invitados. Tiene razón esa Teresa: Diego parece tener un gran poder de convocatoria. Herramienta clave para triunfar en el mundo de los negocios, arte incluido. Pues ¿qué arte sobrevive si no hay dinero en el intercambio? A mayor dinero más interés, a más interés más repercusión mediática, más dinero, mayor probabilidad de que esas obras no caigan en el olvido o duerman el sueño de los justos, en un cajón de escritorio en cualquier buhardilla ruinosa. Ya sabemos que el arte es una actividad de poca demanda, pero cuando hay pasta gansa detrás el interés mejora muchos enteros. O ceros. También veo que no ha aparecido ninguno de mis invitados… Ya se sabe: el frío el logroñés las ocupaciones el trabajo la economía chunga. Cualquier razón es buena para desistir de un acto cultural. Siendo la más prescindible de las actividades humanas, ¿hay alguien a quien le importe la cultura? Mucho más relevante son comer y vestirse, por ese orden de supervivencia. Todos somos hijos de supervivientes, del pasado sin gloria, y padres del futuro sombrío. No sé si enfadarme o pasarme a su lado y marcharme yo también. Al fin y al cabo, ¿no es el modo en que nos adaptamos para sobrevivir otra forma de cultura? Hemos cambiado su significado pero seguimos siendo básicos, no tan elevados.
Ahí viene otro tropel de gente con ropa de camuflaje. No sé si van al teatro, a una fiesta de disfraces o a luchar a Afganistán. Es raro todo esto, pero el caso es que algunas caras me suenan. Incluso los nombres de los amigos de Diego, que parece conocerlos a todos, también me resultan familiares. Vuelvo a la puerta, o me perderé el espectáculo de recibir a unos invitados que hacen todo lo posible por ignorarme. Cuando no me miran de malos modos. No sé…
-¡No-Ah, querida! Creí que no vendrías. Cuánto me alegra que hayas cambiado de opinión.
-No te hagas muchas ilusiones Diego. El cabreo no se me ha pasado, ¡y ahora que le veo el careto al tipo este todavía me enfado más!
-Tranquila No-Ah. Sólo es un libro. Pura ficción. Te tomas las cosas demasiado a pecho.
-¿A pecho? ¡Diego joder! ¿Te estás metiendo con mis pechos? ¡Mira que me voy al juzgado ahora mismo y os pongo una demanda que os entierro!
-¡No, no, no! Perdona, ya sabes
-Diego quería decir que te tomas las cosas demasiado en serio.
-¿Y tú quién eres para dirigirte a mí, soplapollas? ¿Acaso me conoces? ¡Por eso he venido, para dejarte las ideas claras! ¡No me parece a mí que las tengas mucho! ¡Hombre tenías que ser!
-Tranquila No-Ah. Él no tiene la culpa, sólo es un redactor. Los personajes le dictan la narración, ya sabes cómo funciona esto.
-¡No, no lo sé ni quiero! ¡Un mono, eso sí sé que es! ¡Maldito imbécil! Me voy para adentro que sólo con verle la cara se me ponen ganas de ir a ver a la jueza de guardia, es amiga mía y... Pero hoy he pasado consulta con mi psicoanalista y me siento pacífica.

No sé qué tiene esta No-Ah contra mí, pero casi prefiero a los indiferentes. Irradian y provocan menos agresividad. Diego parece que está acostumbrado a estas cosas, sigue saludando a los invitados con la mejor de sus sonrisas, y he descubierto que tiene muchas. Estrategia útil para este mundo de constante provocación: una pátina de conveniente amabilidad resuelve cualquier situación por complicada que se presente. Un trabajador de paquetería urgente se acerca, arrastra jadeando una carretilla cargada de cajas. Se diría que se toma muy en serio sus urgencias. Lo que se entiende por un profesional comprometido. Es evidente que está cansado y agobiado, no sé si por el esfuerzo… o por la urgencia.

-¿Diego Índice Del Caudillo?
-Perdone caballero, creo que hay un error. Editorial Índice Del Caudillo. Diego Lara De Riaga soy yo.
-Lo que usted diga, traigo transporte urgente. He tardado unos segundos más de lo previsto porque no estaba claro si la dirección era Café Bretón o Teatro Bretón. ¡Podían ustedes especificar un poco más! ¡Que luego nos reprochan a los profesionales cada minuto de demora en la entrega! Y se me hacía raro que el paquete fuera para aquí. Aunque bueno, quién soy yo para opinar.
-¡Ah los quesos! Sí, sí. Es aquí, perfecto.
-Le he llamado por teléfono al número que me han dado en la oficina, pero no me ha cogido nadie. Para decirle que llegaba con cuarenta y siete segundos de retraso, ya puede disculpar. Aquí tengo las hojas de reclamaciones por si quiere hacer uso de sus derechos fundamentales como consumidor.
-No, no. No será necesario. Descuide usted. Todo está bien.
-Entonces firme aquí por favor.
-Ahora mismo. Ay el teléfono… si yo le contara…
-Deje, no se moleste. Con mis problemas ya tengo bastante, si le parece otro día con más tiempo. Aún me quedan diecinueve entregas antes de las veintidós cero cero horas.
-Veo que es usted muy estricto con el horario.
-No se imagina cuánto. La vida me va en ello.
-Vaya… Casi me preocupa usted.
-Pues no lo haga. No vale la pena. Adiós.
-Adiós.
-Adiós. ¿Quesos?
-Sí. He sacado al mercado una línea de quesos de colores que está siendo un éxito. ¡Más que los libros!
-Eso no me sorprende, comer siempre fue más acuciante que la información o la cultura.
-¿Y para qué los quieres?
-¿Los libros?
-No, hombre, los quesos.
-Ah, perdón. He pensado colocarlos en un extremo de la mesa. Un poco de promoción no me vendrá mal, espero que no te moleste.
-Yo creí que veníamos a hablar de mi libro.
-Sí, por supuesto. Tu libro es lo más importante. Esto de los quesos quedará como algo anecdótico, residual. No te preocupes, lo haremos encajar bien. Teresa es una experta en marketing.
-¿La maquetista?
-No, mi novia.
-Ah, pues mira qué bien.

Pienso en esa Teresa, y recuerdo que su cara me ha resultado familiar. Antes he sido incapaz de asociarla a algún nombre conocido. Pero ahora, no sé por qué, al hablar de los quesos… He encontrado la llave del recuerdo oportuno: Amelie. Su novia se parece a Amelie, la misteriosa protagonista de mirada enigmática y sonrisa indefinible que cautivó a media Europa y toda Francia con su papel en aquella película. Sí, me siento aliviado ahora que he encontrado ese parecido razonable. No creo que haya cosa que me inquiete más que haber visto a una persona en algún sitio y no recordar dónde. Como si fuera espiado. Amelie, la película, sí. Aunque riojana y con el pelo más tostado.

-Gastronomía y cultura se complementan, ¿no te parece?
-Si tú lo crees. Pero de qué estoy hablando, ¿no dicen que torear es cultura? Entonces todo es cultura.
-¿Te molesta? Porque si lo ves mal nos olvidamos.
-No, no. Qué más da.

-¡Mr. Freig, qué sorpresa! ¡Yo le creía en el espacio en su viaje infinito!
-Poco faltó, querido Diego. Pero aquí estoy. El accidente me dejó sordo del oído derecho y me jubilaron.
-Lo lamento. Quiero presentarle al autor, Kristoff.
-No se moleste, ¿no fue suya la estúpida idea de la explosión?  Entro si no le importa, aquí percibo un aire incómodo.
-Ningún problema. Dentro hay personal para ayudarle.
-¡Oiga no se confunda! ¡Que no soy ningún inválido! He recorrido millones de kilómetros en solitario por el espacio, así que unos metros aquí dentro no pensará que van a suponer un problema para este viajero curtido en cien galaxias.
-Discúlpeme la torpeza. Tiene razón.
-See you.

-Oye, a éste que le pasa.
-Nada, que era astronauta. Esa soledad absoluta los deja a todos trastornados. Dicen que allá arriba se pueden oír el corazón y los vuelve locos. Además, a éste con la explosión de su nave lo dieron por desaparecido. ¡Yo creí que estaba muerto!
-Se ve que no. Vivo y enfadado. Conmigo. ¡Ya van dos y no hemos hecho más que empezar! ¿Conoces algo que yo no sepa?
-Ni idea. Pero no te preocupes, es normal.
-¿Normal?

-¡Míster Charles Branson, un placer!
-Lo mismo digo, caballero.
-¿Y las bellezas que le acompañan, son?
- Gwenaëlle, my girlfriend, and Dorothy, my best friend.
-Oh good. This is Kristoff, the writer, you know.
-Nice to meet you, sir. Spain is good, the wine, the food, women. The pinchos... everything! It´s... Okey, you know.
-Gracias. Gracias.
-Come in, ladies. Lets get in. See you later, Diego!
-See you, mister Charles!

No me he enterado de nada, aunque al menos este no me ha gruñido. Un alivio. La verdad es que me voy cansando de este rollo protocolario. Por no hablar del frío. Aquí sigue entrando gente que me es extrañamente familiar, pero no termino de encajarlos en lugar concreto. Si es que así ha sido pues la No-Ah esa ya me ha dejado claro que no. Uhm… tengo dudas.

-Francesco del Pietro y Patrizia de la Tronara, ¡che gioia che mi dai! Vieni,vieni quando questo è fatto.
Che è tardi.
-Buona notte Diego. Buonanotte Kristoff.
-¿Nos conocemos?
-´Io ti conosco. Lo seguo su Facebook, signore. Era entusiasta di incontrarlo personalmente.
-Per favore, fermati.
-Ciao.
-Familia Buendía, me conmueve su presencia en un momento tan difícil.
-Gracias Diego, muchacho.
-¿Cómo se encuentra?
-Ya puede usted imaginar, consternados. Pero la vida es así. Dura.
-Me hago cargo. Lo lamento de verdad. Fila dos, butacas con crespones negros.
-Gracias, muy considerado por su parte. Hasta luego, camarada.
-Hasta luego Don Diego.
-Después nos vemos, José.

-¿Camarada?
-Es una larga historia, en otro momento te la cuento. Mister Smith and Wesson! Lady Meredith, you too! You make us a great honor.
-Oh dear… No other thing in the world could steal my heart like your activity, mister Diego. There is nothing like this in my mind today.
-It´s a pleasure to see you again mister Diego.
-Pleasure is mine mister Wesson. Lady, this is the author, Kristoff.
-Oh, I know, I know. I want to talk to you, bloody ghostwriter.
-Como guste señora.
-See you later Diego, my love.
-See you Meredith. I love you too.

-Ayy!
-¿Qué te pasa?
-¡La yanqui esa! ¡Que me ha estrujado el equipaje mientras me hablaba! ¡Cojodeer!
-Pues disimula que te están mirando. Monsieur Napoleón, leur présense sur est un honneur! Je m'incline à vos pieds.
- Lève-toi jeune ami. Je veux voir son visage, non pas le cou. Ou je souhaite guillotinarle.
- Comme vous voulez. Josefine, Salicety, Duque de Armani, María Luisa, Sir Ludwig, han venido todos. Sí que podemos decir que su presencia llenará el teatro. De glamour y distinción. Fila uno por favor. Butacas de autoridades, especial doble ancho. A sus pies, a los de todos ustedes. ¡Arrodíllate Kristoff, no te muestres insolente!
-Ah no, eso no. Yo no me agacho ante esta cuadrilla de privilegiados inmerecidos.
 -Por favor, no te pongas ahora reivindicativo que no es el momento. ¡Y baja la voz!
-He dicho que no me arrodillo. Y para defender la dignidad cualquier oportunidad sirve.

Pasa ante mí el séquito con aire altivo y desaparece por las puertas interiores del teatro. Un silencio vasallesco les precede lo mismo que un murmullo mezquino les prosigue. La hipocresía en un antes y un después. Esa es la voz del pueblo: miedo y humillación por delante, envidias y vilezas por detrás. Napoleón me ha mirado a los ojos fijamente, he creído que iba a desenfundar la espada, o algo así. Pero María Luisa empujándole con discreción le ha obligado a continuar. Mejor porque mi valor es limitado, muy limitado. Por cierto que me ha rozado la bragueta. Ella, no él. Tampoco creo que haya sido casualidad.
Por las escaleras de acceso al teatro se acerca un grupo de saltimbanquis y acróbatas con pinta de indignados. Desarrapados y melenudos, salvo dos mujeres con bata de casa. Juntas llevan una pancarta donde se lee: “Ñaque. Gran Compañía De Teatro”. Diego les saluda con su complicidad habitual y, excepto uno, todos me sonríen. Una novedad y un bálsamo para mi mala hostia. Debo mejorar esta característica de mi rabia contra el mundo, ¿aunque mejorarlo es aumentarlo o lo contrario? Tengo dudas al respecto. Tras ellos una hermosa muchacha vestida como un hada y que yo diría no camina, levita. Diego no me la ha presentado, ni siquiera se han saludado, pero por las miradas sé que entre ambos hay tema. Más se hacen esas cosas evidentes cuanto más tratan de ignorarse los implicados. En un susurro me ha dicho que era su musa, pero supongo que esto quiere decir su amante. Estando Teresa, la novia, dentro, mejor no hago comentarios. Su vida no es la mía.
A ella, la musa, le sigue un hombre muy serio con pinta de ser un gran aburrido, acompañado de dos escoltas. Diego me cuchichea que es un gran político. Lo de grande creo que se debe a su altura física. Dos sesentones cascarrabias hacen bromas con un yonqui. Su interés por compartir la jeringuilla me deja estupefacto. Uno de ellos tira de una señora con desgana y mucho esfuerzo. Diego me explica que la señora padece Alzheimer, y que el yonqui no es tal, sino un condenado a muerte al que le están otorgando su último deseo. No concibo que alguien pueda desear como final de vida ver mi libro, pero una vez más quién soy yo para pensar. Tal vez se quiera suicidar antes de dejarse matar, como última digna voluntad. Que la vida y la muerte le pertenezcan en su plenitud. Y finitud.

-Señor Vladimir, cuánto tiempo sin verle. Qué maravilla.
-¿Maravilla no verme en mucho tiempo, o el estar aquí? Explíquese mejor, Don Diego. Conoce cuánto me gusta la precisión lingüística.
-Lo sé, Vladimir. Veo que le acompaña Eristoff.
-¿Recuerda su nombre? Me agrada usted. En verdad por eso hemos aceptado su invitación. Siempre fue usted un joven agradable y atento. Se nota que domina el mercado de la comunicación.
-¡Cómo no recordarlo! ¿Terminó periodismo?
-Sí, por fin. Y ya sabe cómo es la educación: el muchacho no tiene ni idea. Por eso le he obligado a venir, para que vaya aprendiendo cómo se organizan actos de este tipo. Cómo se lisonjean unos a otros y se les llena la boca de babas para tapar su mediocridad. Me comprende usted, que es un joven despierto.
-Muy inteligente por su parte, señor Vladimir. Fila tercera, butacas para la prensa. Las encontrará fácilmente.
-Míster Kristoff, un placer conocerle. Aquí le presento a mi sobrino, ¡saluda muchacho!
-Eh, hola. Hola señor escritor.
-Hola, aunque yo no diría tanto.
-Sí, cómo no. Se infravalora usted. ¿Escritor no es el que escribe? Escritor entonces. No se quite méritos. Este sobrino mío sí que debe desprenderse de toda esa arrogancia de la universidad porque no tiene ni idea de la vida. Y cualquier estupidez le parece una noticia grave y de importancia. Aprende, muchacho. Aprende. Hasta luego, míster Kristoff. ¡No olvide firmarnos un ejemplar! Adoro su trabajo, es tan, tan… ¡Rabioso! ¡Como un buen mordisco! O una estaca en el corazón, ya sabe. ¡Nos vemos luego, recuérdelo!

-Vaya, a éste sí que le has caído bien.
-Ya, ya lo veo. Me sorprende. ¿A qué se dedica?
-Muerde a la gente. Vampiro full time, la crisis...  Pero me ha hecho recordar que no ha venido mi amiga la periodista. Una pena porque si no promocionamos no hemos hecho nada. ¡Si tuviera el móvil!
-Oye, antes he visto entrar a un grupo vestidos con ropa de camuflaje. ¿Amigos tuyos?
-No mucho. Ex combatientes. Creía que venían por ti.
-Pues yo que los conocías tú. Es igual, más público.
-Esto es lo importante, que llenemos el teatro. Y diría que lo vamos a reventar. Parece que ya no queda nadie, ¿entramos?
-Espera… Se ha detenido ahí una limusina… No sé.
-¡Sí! Lady Rachel, el señor Marc y Lady Meggie. Gente rica, con influencias. Vamos a esperarlos, y esmérate, que con estos te interesa.
-Lo que mandes. Soy un soldado.
-¡Diego, encanto! Mmm… qué tipo tienes cabronazo… Dame un beso, ¡de los que guardas para tu novia, egoísta que no te quiere compartir!
-Hola, mmm. Hola Lady Meggie.
-¿Lady? ¿Desde cuándo me llamas Lady en privado? Vaya beso más corto… Dame otro.
-Mmm, mmm, mmm.
-Ahh… Lo necesitaba. Sólo los jóvenes besan como se debe, con avaricia. A partir de los cuarenta a los hombres se os olvida, ¡joder con la madurez! ¡Os pone floja hasta la lengua!
-Ha sido un placer.
-He oído hablar mucho de ustedes. Emprendedores así necesita Logroño. Apostando por la producción propia, la cultura y la educación. Imagino que este caballero es Kristoff, ¿me equivoco?
-Cierto, yo soy.
-Un saludo. Adoro conocer riojanos inteligentes. Promete usted.
-Gracias, muchas gracias.
-Espero que no te quedes en una promesa, cariño, y cumplas como debes. ¿Me entiendes?
-Me hago una idea.
-Aquí tienes mi número de teléfono. Llámame esta noche, necesito algo de distracción. Entre tú y yo, nunca me he tirado a un escritor. Puedes invitar a tu amigo Diego, si quieres. Mi amiga tiene razón, ¡menudo revolcón!
-Ya, no creo que pueda. Su novia está dentro.
-La novia sí, Meggie me ha hablado de ella. Amelie, la llama; aún no sé por qué. Una muchachita mona me ha dicho, pero nada que pueda superar a una mujer madura, con estilo y experiencia como nosotras. Te lo garantizo. No te acobardes y llámame, no vales tanto como Diego pero podemos hacernos un trío suave. ¡Vámonos chicooos!

-Señora Melody, un placer. ¿Cómo está Johnli?
-Ya lo ves, Diego querido. Vamos tirando. ¿Verdad cariño?
-Yesterdeiii… ol mai trabels sin so far
-Lo que Digo, vamos tirando. Gracias a que el abuelo me ayuda mucho.
-Sí, todo sea por el niño. El pobre no tiene culpa alguna.
-Le comprendo Silvano. Primera fila en el centro. Butacas especiales.
-Gracias muchacho. Y usted, imagino que será el conserje, ¿no? Con esa cara de lelo. Conste que respeto mucho la labor de los servidores públicos, ¿sabe? Hacemos un gran trabajo y sin embargo siempre estamos mal considerados.
-Quizás, pero yo soy el autor.
-¿Usted?
-Sí.
-De modo que es usted eso que llaman… ¿El creador? Pues tiene cara de sirviente, qué quiere que le diga.
-Siento decepcionar.
-Papá, por favor.
-No se preocupe señora. Suele ocurrirme. A menudo me confunden con el de la limpieza o el chico de los recados, el del café… Oficios de primer nivel.
-Aun así, discúlpenos. Vamos adentro papá.
-¡Pues sepa usted que todos los oficios son necesarios! ¡Sin ese nivel que dice no habría un segundo!
-¡Papá, entra y calla! Discúlpele señor escritor. Hoy ha confundido la medicación y…
-No importa.
-Melody no me empujes, ese muchacho me cae mal, sabes que esta gente me irrita…

El tal Silvano me recuerda a alguien. Lo mismo que su hija y Johnli, el joven discapacitado. O incapacitado, o con movilidad reducida, o intelectualmente inferior a la media, o como demonios haya que nombrar ahora a estas personas. Que cada año inventan un vocablo nuevo para no llamar a las cosas como son. Sin embargo no consigo situarlos en ningún episodio de mis recuerdos vividos, diría que son casi como sueños. Diego me dice que entremos momentos antes de que un autobús pare frente a la puerta del teatro. Está sucio por fuera, con pinta de haber recorrido muchos quilómetros. Pero no reconozco el país de la matrícula. De él descienden un montón de ancianos. Vestidos de las formas más raras que yo haya visto, claro que yo no he visto mucho. Al acercarse les oigo hablar en idiomas que tampoco conozco. Diego les apresura y la situación, incómoda, no se demora. Me cuenta que no es un viaje despistado del Inserso como parece, sino un grupo de filósofos, científicos y algún teólogo que ofrecen charlas y conferencias en grupo para pagarse los costos del viaje. Con esta fórmula están dando la vuelta al mundo. Afirma que ha asistido a alguna y que son amenas y muy interesantes. No en vano son los top pensantes de la historia: Plutarco, San Agustín, Lutero, Einstein, Newton… Cerebros así.
Me ha jodido porque a la indiferencia que despierto en la gente ahora debo sumar mi suprema ignorancia sobre todas las cosas. Ha llegado el momento de la verdad, de presentar el libro que es ficción, por lo que será correcto decir el momento del cuento, y trae de la mano todos mis nervios. Con público de este nivel sé que haré el ridículo.
Dentro las Teresas y Carmen, con la pequeña ayuda del conserje que se esfuerza lo mínimo, han hecho un buen trabajo preparando la mesa de tribuna con mis libros. Y los quesos de Diego, muy vistosos por cierto. Adornan más que las flores y perfuman mejor. El teatro entero tiene ahora un aroma que seduce; mucho más agradable que su olor habitual pues no hay teatro que no apeste a rancio. Cuando no a intrigas o sospechas. O habladurías, que siempre abundan. Ecos de los asistentes.
En la mesa de tribuna las chicas han reservado el asiento central para mí, un error que ya no puedo corregir. Teresa, la maquetista, en el extremo izquierdo al lado de los libros. Carmen a mi derecha con los quesos a continuación, en ese extremo. De nuevo a la izquierda, entre Teresa y yo, Diego. Observo que los quesos son el contrapunto físico a mis libros, situados ambos productos en las alas de la mesa. Equilibrio insólito entre las letras y las leches, podríamos decir. Se apagan las luces del teatro dejando una suave penumbra. Dos focos a media luz tiñen la mesa y a nosotros con un suave tono rosado. Se hace el silencio. Otro punto de luz azulada en el extremo izquierdo del escenario cae sobre una persona que tiene una guitarra entre sus manos. Se oyen unos acordes y con una voz picante de ron, suave de brisa tropical, dulce de azúcar moreno, entona una canción. Al segundo bis del estribillo el público ya le está siguiendo. Es sencillo y pegadizo. Habla de la ira y de este mundo de mierda. Corean al artista y con palmas acompañan su guitarra. El comienzo no ha podido ser mejor, yo no sabía nada de esto.
Diego me pasó en su momento unas canciones por email de un cantautor cubano amigo de su amiga Carmen, quería saber mi opinión. Y aunque yo soy más de rock sinfónico y pop electrónico, le respondí que aquel sí era un artista con talento. Nada más supe de él hasta hoy: una agradable sorpresa; que espero no se incluya en gastos de representación. Se me aguan los ojos de la emoción y mira que esta vulnerabilidad me jode. Termina la canción. Habla.

-Hola buenas noches. El tema que acabo de interpretar se llama La Ira, y creo que es muy oportuno para los tiempos en que estamos. Mi nombre es Jorge Sánchez, soy cubano, y es un placer estar aquí compartiendo esta descarga con ustedes. Muchas gracias.

El público aplaude entusiasmado, se los ha metido en el bolsillo con un solo tema. Qué envidia. Se apaga su foco y él queda sentado en un taburete, en la penumbra. Habla Diego.

-Buenas noches bienvenidos hijos del rock and roll, les saludan los aliados de la noche. Gracias por estar aquí, vuestro impulso nos hará seres eléctricos.

El público está mudo, y yo atónito. No esperaba una entrada semejante. Es la letra de Bienvenidos, de Miguel Ríos, pero Diego sigue como si nada.

-Tengo el honor y la satisfacción de presentar ante ustedes la última obra publicada por nuestra editorial El Índice Del Diablo, cuyo título es El Ladrón De Vidas. Volumen número treinta y nueve de nuestra colección de narrativa fantástica, editado este año que en breve termina. Cuando el autor que tengo a mi derecha nos propuso este texto con doscientas ochenta y cinco páginas de historias encontradas en la calle, se produjo un duro debate en la dirección de la editorial acerca de si semejante escrito debía ver la luz o, por el contrario, era nuestra obligación secuestrar el original, guardarlo en un cajón, tirar la llave y denunciar al autor en el juzgado más próximo. No en vano, basta con observar la cara del mismo para atisbar al primer golpe de vista que tras esos ojos oscuros y esa frente despejada, quizás se halle la mente de un psicópata. Cuando no de un asesino que debiera pasar el resto de su vida entre rejas por sus crímenes posibles. El núcleo duro de la junta, miembros fundadores de esta editorial con ánimo de lucro incesante, impuso su criterio de alto riesgo y aquí estamos. Espero que para bien. Huelga decir que yo soy uno de ellos. Y que aún no sé si me arrepiento.
Conocen los presentes que la industria editorial de este país atraviesa un momento difícil, y si bien surgen escritores a los cuatro vientos las nuevas tecnologías amenazan con hundir ese incipiente mercado. Los ebook, cuya popularidad creciente los hará visibles en cualquier supermercado antes de un año, son sin duda nuestra mayor amenaza, pues al igual que los mp3 han hecho con la música y los compresores de códecs de vídeo al cine, no resulta tremendista afirmar que esos aparatos quizás terminen asestándonos un golpe mortal. En nuestro horizonte cercano, y un poco gris no voy a negarlo, está la prensa; incapaz de hacer rentable su versión digital, a la par que año tras año las ventas en papel caen drásticamente.  Preveo que en cinco años la mitad de los periódicos del país habrán cerrado su tirada en el soporte clásico. Y no es aventurado decir que tal vez esto apareje la completa desaparición de todos ellos.
Hacia dónde vamos no lo sé, y creo que nadie, pero el público está asumiendo como algo normal que la creatividad, la inventiva y el talento no son valores a considerar. Menos aún pagar por ellos. ¿Alguien se ha preguntado para qué sirve al creatividad? ¿Qué aporta al PIB de este país? ¿Al sector empresarial, a la comunidad, a la paz del mundo? Yo mismo no tengo una respuesta para esto.
Cuando hablo de creatividad, por extensión me refiero a ese grupo de malogrados sociales que a sí mismos se hacen llamar artistas. ¿Artistas de qué? De la ociosidad, el vagabundeo y el desvarío, quizás. Frustrados al borde de la autoexclusión que tarde o temprano terminarán en centros de rehabilitación y recuperación para aplauso dependientes. Verdaderos yonquis del reconocimiento social y la admiración del público. Por esto me atrevo a decir sin temor a equivocarme, que la era digital con sus descargas ilegales, en cierto modo pondrá a cada uno en su sitio, desarticulando desde el mismo principio cualquier intento de éxito. Y si bien las redes sociales e internet nos han proporcionado el antídoto imprescindible contra el veneno de artista, debo reconocer que la democratización de los recursos también conlleva sus riesgos: cualquier imbécil lanza ahora al mundo sus pensamientos como si del Secretario General de la ONU se tratara. Y cuando antes al aprendiz de artista lo teníamos localizado, para protegernos o exterminarlo, ahora el contagio está alcanzando proporciones de pandemia: el mayor mindundi se autoproclama extraordinario. Como digo, daños colaterales indeseables de la democratización de los servicios.
Nuestra editorial El Índice Del Diablo, lleva años denunciando que el acceso indiscriminado tanto a la información como a la interpretación y redistribución de la misma no es el camino que debamos recorrer. Pero nuestras peticiones rara vez son atendidas en los foros adecuados. Desconozco qué efecto pernicioso tiene la presión de la iglesia a este respecto, o si las cofradías de pescadores y la asociación de amigos Gallo Canta han intervenido en tan importante cuestión. En breve espero los últimos informes actualizados.
Por mi parte, sólo me queda agradecerles su asistencia y ceder el paso al autor, no en vano viene por la derecha, compromiso previo a la rueda de preguntas. Aunque no será antes de escuchar otro hermoso tema de nuestro cantautor protesta suave favorito, Jorge, el que salió de Cuba. Muchas gracias a todos. Confío en que pasen una agradable velada, la paz sea en el mundo y el amor en la mirada de los ángeles. ¡Va por ti!, Teresa.

Un estruendo de aplausos simultáneo prosigue al discurso de Diego. Breve y contundente. El teatro entero se pone en pie y él, como buen Em-Sí que sabe jalear a su público, se pone en pie sobre la tribuna de un salto y comienza a menear la cadera como Elvis Presley y Ricky Martin ya quisieran. Encandilando a los presentes aún más. Silbidos de entusiastas, aplausos de entregados, chillos de histéricas, vuvuzelas a plena potencia, gritos de queremos un hijo tuyo, móviles encendidos como tiernas luciérnagas. El arrebato secuestra al auditorio y no hay sentido común que se resista. Creo que van a hundir el Bretón cuando la suave voz de Jorge acompañada de su guitarra se abre camino por megafonía. La luz azulada lo ilumina nuevamente y antes de terminar la primera estrofa se ha adueñado por completo de la situación. El bullicio cede paso al silencio y todos escuchamos con deleite La Vida Quiere Que La Entiendan, versión mejorada de La Vida No Es Un Carnaval que ya intentó la Nueva Trova Santiaguera sin éxito. Cuatro minutos de canción, dos de coros y diez de aplausos más tarde, Jorge enmudece. Su luz azul se apaga. En perfecta sincronía, un foco individual rosado ilumina a Carmen, que comienza lentamente a recitar:


OCULTO


No me busques entre la gente ni alejado de ella.
No pretendas darme caza atravesando los campos
ni rastreando estos bosques de romero y encinas.

No esperes encontrarme sumido en el silencio
Ni ahogado por el grito.

No darás conmigo siguiendo un reguero de lágrimas
Ni guiado por carcajadas de trueno.

No estaré en ninguna parte entre los extremos
Ni en el centro de los medios.

No me hallarás:
antes de tú haber partido
ya me habré ido.

No volveré.

Su iluminación individualizada se apaga, quedando a oscuras el teatro. Un silencio sobrecogedor nos conmueve, enfatizando quizás la perfecta declamación de Carmen. El poema es de un libro cuyo título he podido leer de reojo: Tiempo De Tormentas. Y Manzanilla. Colección de antipoemas. También me resulta familiar, sé que lo he visto en alguna parte. Pero nada, no doy con el autor. Algún desconocido probablemente, sobran poetas como sobra su obra. Mira que a mí me aburre la poesía. El público arranca temeroso a aplaudir, para después estallar en un bramido. No sé si lo que ha gustado ha sido el texto, flojo para mi gusto, o la interpretación de Carmen. Me quedo con lo segundo. Carmen The Gates es mucha Carmen cuando se sube a un escenario. Me doy cuenta de que Diego ha fichado una estrella, animal de teatro que está por descubrir, probablemente. Desconozco su historial, y si ella así lo considera. Ocurre con frecuencia que uno mismo rara vez advierte su potencial, y menos aún le dedica el tiempo y los esfuerzos necesarios para que explote. Más bien explotamos todos hacia dentro. Pero de abatimiento.
Los aplausos van cediendo, y de la oscuridad hay una transición hacia un círculo de luz sobre mis hombros. Ya dijo Einstein que la luz tenía masa, lo que yo no sabía era que pesaba tanto. Tengo todo el hormigón del teatro a mis espaldas. Y doy fe de que aquí se metió mucho. Comienzo a leer una historia para abrir boca: La Cena. No sé si es apropiado.  En la mitad del texto breve, un murmullo crece al fondo del teatro. Disimulo, qué otra cosa puedo hacer. Continuo. Alguien silba, me detengo. Miro al patio de butacas que parece nervioso. Oigo susurros aquí y allá. Miro a Diego buscando un salvavidas, pero no sabe qué hacer. Creo que esto no lo tenía previsto; peor aún. Por fin el técnico sube la intensidad de luz sobre la mesa de tribuna y Diego interviene:
-Sí. Ehem. Tal vez alguien quiera hacer una pregunta. Deben disculparnos, pero como las preguntas las habíamos reservado para el final… Anyway, el público es el que manda. Si alguien quiere intervenir ahora…

Una mano se levanta al fondo, en el centro mismo desde donde arrancó el murmullo que ha interrumpido mi lectura. No logramos oírla en tribuna.

-Espere un momento señora, no entendemos lo que dice desde aquí. Teresa por favor, quieres acercarle un micrófono. Muchas gracias.

Teresa, la novia, aparece por el fondo del patio de butacas con un micrófono; entre las sombras y cortinas. Pisando la alfombra roja central como una modelo en su pasarela. Se me antoja que el parecido con Amelie es mayor desde aquí, con la media luz iluminándole el cabello. Con decisión se cuela entre las piernas del público y los asientos hasta alcanzar a la persona que quería hablar. Un potente foco de cabina se posa sobre ella, todos la vemos claramente. Es una pelirroja muy guapa, creo que la conozco…

-Hola. Perdonen mi interrupción pero no he podido evitarlo. Llevo mucho tiempo esperando este momento y si no lo suelto me ahogo, ya me comprenderán cuando oigan lo que tengo que decir.
-Adelante, hable con tranquilidad. Le escuchamos.
-Sí, mire yo quería trasladar al señor Kristoff mi malestar por el texto que está leyendo.
-Usted dirá.
-Pues verá, ¿me puede responder por qué mi pareja y yo, que somos los auténticos protagonistas de la historia, no tenemos nombre en ese texto? Nos hemos leído todo su libro, por llamar de alguna forma a esa pintoresca agrupación de recortes de prensa amarilla, y sólo hay dos piezas más donde los protagonistas carecen de nombre. ¿Sabe el autor que hecho semejante ha provocado un grave daño a nuestra autoestima? Me gustaría oír una explicación razonable y una disculpa.
-¡Es verdad! Yo participo en Recursos Humanos y me encuentro en la misma situación. Además, la descripción que hace de mi persona es harto confusa. ¡Ni mis compañeros de equipo me reconocen!

Un caballero de la segunda fila ha entrado en la protesta. Que fácil se anima la gente cuando lo que se busca es camorra. Veo que me van a joder el acto.

-¡Y yo! En Holas se nos obliga a disfrazarnos de animales y ni siquiera podemos llamarnos por nuestro nombre. Hasta el final queda la duda de quiénes son los protagonistas. ¡Es bochornoso! Se ríen de mis hijos en el colegio. Su idea me va a costar una pasta en psicólogos para los niños. Por si acaso, mi marido ya ha presentado una denuncia ante el sindicato de personajes y caracteres.

El silencio vuelve por unos segundos. Se nota que el público no está cómodo. Y en la tribuna menos aún. Diego responde.
-¿Tienes algo que decir a eso, Kristoff?

Diego ha esquivado la bola que viene cargada de plomo; no parece aquí que la palabra sea un arma cargada de futuro, sino de rabia. Balbuceo.
-Pues… no sabría responder.
-¡Así que pasas! ¿No había nombres sueltos en el mercado de abastos? ¿Ni siquiera unas rebajas? –el desconocido de la segunda fila se ha unido a la carga.

-No, no es eso. Quizás no lo creí tan importante. No sé.
-Ah, ¿no le parece importante al señor escritor buscar un nombre a sus personajes? ¿Y qué somos? ¿Unos nadies para siempre?
-Quizás en la próxima edición pueda subsanarse el error. ¿No te parece Kristoff? –Diego trata de suavizar el ambiente.
-Sí, sí. Por mí no hay problema.
-Como editor les prometo que en próximas ediciones ustedes tendrán los nombres que deseen. Sólo tiene que remitirnos sus sugerencias a la editorial y Teresa se encargará de insertarlos en la nueva maquetación. Por cierto, Teresa, veo otra mano levantada en el extremo derecho. ¿Quieres acercarte con el micrófono?

Teresa, la maquetista que está en tribuna, toma su inalámbrico y desciende garbosa por las escaleras del escenario hacia el público. Al final también ellas se han liado con el nombre, pues creo que Diego se refería a su otra Teresa. Es igual, parece que ambas van a tener trabajo; además, da gusto verla caminar a lo Kate Moss por la alfombra central. Esto debería haber sido un pase de modelos, para trabajadoras de oficina, por ejemplo, y no la presentación de un libro.
Aunque de normal lento, no me hace falta más tiempo para darme cuenta de la situación. No sé cómo se las ha arreglado Diego, por qué vía telemática o esotérica, pero ha contactado con los personajes del libro a presentar y los ha invitado a todos. Ahora tomo conciencia de la situación, por eso me sonaban a mí sus caras en la puerta. De mis amigos no ha venido ninguno, es lo habitual ya no me duele. Pero estos personajes… No me gusta la idea de tener que enfrentarme a ellos. Al final los personajes siempre hacen lo que quieren, terminan gobernándote. El intelecto, que es débil. Teresa la maquetista entrega el micrófono a un caballero, entrado en años. Desde aquí no veo bien su rostro.

-Buenas noches. Verá, el caso es que yo quisiera hacer también una petición. Mi nombre es Silvano, de Luz En La Oscuridad. Deduzco que el autor este no tiene criaturas, porque no se me ocurre peor castigo para mi hija que abandonarla a su suerte en una isla semi desierta. ¡Y con un chiquillo medio retrasado a sus espaldas! Mi nieto Johnli, que como yo digo, ¡qué culpa tendrá el muchacho para que usted lo haya dejado así de tarado! ¡Se da cuenta del mal que ha hecho! ¡Ha destruido la vida de los tres! Yo contra las rocas, mi hija Melody desesperada y sola, y el nieto con parálisis cerebral. ¿Sabe cuánta atención demanda un niño así?
-Papá, por favor.
-Ni papá ni nada, hija. ¡Es el momento de exigir una rectificación! O incluye usted un compañero sensible para mi niña que le ayude con las tareas, o curamos al nieto, o yo no me muero. ¡Pero algo debe cambiarse en esta horrible historia!
-Tiene razón, ¡hasta a mí me dan ganas de suicidarme con él!
-¿Y usted es…? –Diego es quien se atreve a preguntar. Yo no digo ni mijita.
-No-Ah. Del texto Con Algunas Diferencias. Yo quiero que cambien incluso el título, todo. Es una porquería arrogante e irrespetuosa que no hay por dónde cogerla.  ¿Qué es eso de con algunas? ¡Con todas! Personalmente me siento agraviada doblemente: como mujer y como personaje protagonista de su mediocre historia. Por no hablar del desprecio que siento por el señor Kristoff, claro ejemplo del hombrecito misógino, misántropo autoexcluido y marginal que es. Además de un machista y un tirano clarísimo. No hace falta terminar mi texto para darse cuenta de que la peor calaña se oculta tras esa máscara de varón sensible y educado. ¡Mentira, mentira, mentira! ¡Usted es el peor ejemplo del macho castigador, embrutecido, maleducado y zafio que persigue y piropea a las mujeres a su paso! ¡Sepa que he interpuesto la correspondiente queja en mujeres independentistas de La Rioja para que su caso se revise en profundidad y toda la dureza de la ley con su venganza caiga sobre usted! ¡Sólo la cárcel le espera en el futuro, y yo misma me encargaré personalmente de que nunca salga de ella!

El Bretón rompe en un aplauso estruendoso. El público está en la frontera de la insubordinación y la desobediencia civil, así que cualquier amago de liberación es bienvenido y acogido sin reservas. Mejor cuanto más incendiario. Sé que este es un momento delicado, peligroso. De esos que pueden derivar en una manifestación, una revuelta o un estallido social irreversible que nos lleve a todos al conflicto total. A la guerra entre vecinos para descargar nuestras rabias e iras. No-Ah no es sino un ejemplo de lo cerca que estamos de la desmembración como sociedad, de la ruptura de sus leyes y la destrucción total de sus normas como remedio necesario y descongestionante. No-Ah ha levantado al auditorio en aplausos, y esto me atemoriza. Hay mucha ira aquí dentro. Diego me pregunta qué hacemos, pero no tengo idea. Le propongo una canción de Jorge, que en este caso sí podemos decir que quizás amanse a las fieras. Él le pasa la propuesta al cantautor y accede. Mientras los aplausos siguen, toda luz se apaga excepto la que posa sobre Jorge. Una buena estrategia para señalizar el cambio. Él canta La Vida Es Un Carnaval, no es momento para ponerse reclamante; buena elección, todo me parece un mal chiste.
Tras cinco minutos de música y palmas, el auditorio se sienta. No sé si decir que vuelve la calma porque calma no ha habido desde el mismo momento en que nos hemos colocado en la puerta; donde casi todos me han mirado mal. Pero al menos se ha rebajado la tensión y esto ya es algo. Para reanudar la presentación o lo que toque ahora.
-Gracias Jorge querido amigo. Tú sí que sabes cómo endulzar una reunión de amigos. Porque esta es una reunión de viejos amigos que necesitan sincerarse. ¿No es así? –Diego se dirige a los presentes. Ya he dicho que es un buen Em-Sí-. No quisiera yo transmitir la idea de que censuramos las intervenciones, ¿tiene la última persona algo más que añadir?
-No, gracias. Lo que me queda es sólo entre el señor Kristoff y mujeres independentistas.
-Yo sí.
-¿Cómo? Por favor, Teresas. Acercar un micrófono a la señora.
-Nada, una cosita pequeña. Soy Melody, y por alusiones tras la última intervención de mi padre. ¿No podía mi hijo Johnli cantar otra canción? Yesterday es demasiado nostálgica y los Beatles no me gustan mucho, la verdad. Prefiero Frank Zappa, ¿algo de Mothers of Invention? También quisiera cambiar el final con la botella de mis sueños rotos. Me tiene hundida la moral comprobar cómo la vida te quita más que te da. ¿Podía ser una carta de amor? He hablado con otros personajes y no hay una sola historia de amor bonita en todo el libro. ¿A qué se debe? ¿No cree el autor en el amor?
-¿Algo que responder a eso, Kristoff?
-No sé… Quizás escriba algo de amor en el futuro. No creo mucho en él, esto es cierto. Pero tampoco creo en nada. Lo siento.
-¿Y en la venganza?
-¿Cómo dice?
-Que si cree el autor en la venganza. Soy 183 centímetros de Servicio De Limpieza. Y la muerte a palos del compañero 159 centímetros nos ha dejado a 179 centímetros y a mí hundidos. Pensamos que su familia terminará por identificarnos y vendrán a por nosotros. ¡Y tan sólo somos unos personajes! ¡Si quieren pegar a policías que salgan a la calle! Han vuelto los tiempos de las carreras a pedradas por las aceras y plazas, ¡hay barra libre! Pero nosotros… Hoy somos policías de relato y mañana unos burros de cuento infantil. En la próxima edición queremos un nombre de persona respetable, de paso contesto a la señorita que decía ser la única sin nombre, ya ve que no, y un pasaje más amable. Algo así como Pedro Gafotas.
-Veré qué puedo hacer.

Le miento porque no quiero líos. Pero no está en mi ánimo escribir bobadas para niños. Que no son bobadas, pero yo sí me siento como un bobo. Lo mío son las historias chungas, los sobresaltos, la rabia social, la violencia de las cosas cotidianas. Ese es mi terreno: como la vida misma. El resto se lo dejo para los que creen en… En algo. A las Teresas les han quitado los micrófonos, y ahora el público se los va pasando de unos a otros. Un brazo cubierto con algo metálico asoma entre la gente. Se pone en pie. A ver qué dice contra mí.

-Hola. Me llamo Freig, de Fray Modesto Nunca Fue Prior. Yo tampoco estoy satisfecho con el final. He pasado un tiempo muy duro vagando en solitario por el espacio además de perder un oído. Por no hablar de mis robots, que desaparecieron con la explosión y eran mi compañía y mi vida. Quiero recuperarlos y terminar mis días en un planeta cálido, hermoso, con playas azules, tres soles y millones de estrellas de colores por las noches. ¿Podría ser? Si tengo a mis robots no necesito más personajes. Muchas gracias.

-Yo quiero saber qué demonios es el disparo que nos despierta en Wellcome To Nevada. Aún tengo pesadillas por el susto. Además, la presentación de Gwenaëlle, mi pareja, es muy ofensiva para ambos. Por no hablar de Dorothy, que el autor la describe como una mujer zafia y mal educada cuando esta querida amiga mía que aquí ven fue miss Arizona y doctorada en lenguas clásicas por Yale. ¿Por qué esa falta de respeto? Si estuviéramos en Estados Unidos a usted le metía yo una demanda por difamación, pero tiene suerte de que en esta tierra importen más los vinos que las personas.
-Gracias mi amor. Yo apoyo su propuesta. Jamás he probado una gota de alcohol y usted me disfraza de borracha y fulana. Digo lo que mi pareja Charles, suerte tiene usted de no encontrarnos en USA.

-Pues yo quiero defender mi honorabilidad. Soy José Buendía, padre de José Antonio Buendía, de Inmersión A Las Marianas. La fosa submarina más profunda de la tierra que usted ha utilizado como símil para lo más terrible y oscuro de la conducta humana. Sepa que mi familia ha sufrido mucho por su culpa, creen los vecinos que soy un torturador de la peor época de Chile y supongo que tendremos que mudarnos de ciudad para que dejen de quemarnos las flores o tirarnos basura en el jardín. ¡Jamás, le repito, jamás, he puesto la mano encima de alguien! Aparte de a mi querida esposa para acariciarla, siempre con su permiso. Me doctoré en ciencias sociales y trabajé durante veinte años en la Universidad de Chile en mi plaza de catedrático. Sepa ese insignificante escritor de barrio que esta universidad se fundó en 1842, y goza de un inmejorable prestigio en toda Latinoamérica. Por lo que su terrible historia no sólo ha ensuciado mi nombre, sino la de la propia institución y por ende el país entero. Que ya ha sufrido bastante con verdugos anónimos. Traigo un documento redactado por la junta rectora donde se le exige una inmediata disculpa pública y una rectificación clara. Se lo entrego a la señorita para que lo lea más tarde. Es todo lo que tenía que decir.

El micrófono pasa de mano en mano más rápido que las propias intervenciones. Intuyo que la noche va a ser dura. ¡Sólo a Diego se le ocurre invitar a los personajes a su propia presentación! Una mujer pequeña se incorpora del asiento. A esta sí la reconozco porque Diego se ha entretenido con ellos en la entrada. Los italianos.

-¡Porca miseria, cazzo stronzo! Mi nombre es Patrizia De la Tronara. Aparezco sin nombre en el Viaje Cultural. Otra sin nombre, se lo recuerdo a la sciocchina anterior. Y quiero una historia completamente nueva. Yo no emigré de Argentina en busca de un italiano que me mantuviera para terminar despeñada como una loca en Porto Bello.  ¿Sabe ese comemierda de escritor todo lo que me he tenido que meter por la boca para llegar hasta aquí? Por no hablar del resto del cuerpo. Il mio fidanzato mi vuole. ¡Y jamás me haría eso! ¿Verdad que no, mia cara?
-No mi amor, pero deja de pedirme dinero. Mi stai rovinando.

-Pues yo opino igual. Mi papel en Salvaje Oeste es denigrante. Soy Meredith, y tanto Smith como Wesson y las muchachas del bar, estamos considerando seriamente contratar a unos vaqueros de esos que se pasan siete meses pastoreando el ganado al pie de las Rocosas, en el Wyoming de mis abuelos, para que le ahorquen de la farola más alta en el centro de la Gran Vía. Que lo vean bien los logroñeses. Yo me crié en una de las familias más ricas de Georgia, cultivadores de algodón que perdimos la guerra por culpa de traidores intelectuales como usted. No deseo otra cosa que verle morder el polvo arrastrado por un caballo desbocado, para que aprenda a tratarnos con respeto a los del sur. ¡Todavía nos sangran las heridas de la guerra perdida!

Lo que yo digo, esto mejora. Hay verdadero interés por participar, pero no creo que nadie quiera darme las gracias o me traiga alguna flor. La cosa va de cardos y piedras. Una brillante idea esta de Diego, ya veremos cómo acaba la noche. Si salgo de aquí, cambio de editor. Estas putadas no se hacen. Ahí va otro, lanzado como un toro en esta tierra de afición a los cornudos.

-Yo soy un poeta sin nombre. Otro innombrado como ven. Mi participación es en La Cena, donde el caballero este hace una semblanza de un poeta solitario, hambriento, borracho, torpe y vanidoso que termina en un contenedor de basura por no haber mejor sitio para él. Vamos, lo que se dice un tipo que no tiene dónde caerse muerto del que se despiden con un “ahí servirás para algo”. ¿Ha pensado nuestro anónimo escritor para qué sirve él? ¿Por qué muestra tal falta de respeto hacia la poesía? ¿Acaso su prosa es más digna de alabanza que el difícil trabajo de poeta? Yo no quiero una disculpa, demasiado tarde. Sólo pido a la justicia poética, no podía ser otra, que un día termine este señor en un cubo de basura. Me da igual si es arrojado por unos borrachos, unos delincuentes, un atropello hit and run, o simplemente porque al ir a vomitar sus miserias caiga dentro. Pero sea ese su destino. Celebraré cuando esto ocurra e iré a mearme sobre su tumba, que espero no tenga un espacio de honor en el Pêre Lachaise. Gracias, cedo el micrófono.

Esta intervención, sin flema, descriptiva y muy gráfica, ha sido de las mejores. Poeta tenía que ser el cabrón. Hay un momento de silencio valorativo y respetuoso, después rompen los aplausos. Como si el público hubiera necesitado un tiempo para entender el discurso. A diferencia de la intervención anterior, ahora los aplausos son de respeto. Hacia él, claro. En el caso de No-Ah han sido más… ¿ardidosos? Dos minutos y otro con cara de pocos amigos. En la primera fila. Se pone en pie, tal vez para marcar distancias y poderío.

-Buenas noches caballeros. Mi compañía y yo hemos escuchado atentamente sus intervenciones al respecto de este lamentable evento que nos ha reunido aquí. Y si bien por una parte quiero agradecer la invitación del señor Don Diego al encuentro, por otra siento náuseas. Asco verdadero de tener frente a mí al autor de la más vergonzante historia de cuantas se han escrito sobre mí. Por si alguien no me conoce, que lo dudo, soy el Duque de Armani, y en mis solapas llevo el sello del imperio familiar que me distingue. En las solapas, en las bocamangas, en los puños de las camisa, en el triángulo de la corbata, en los lunares de los calzoncillos y en las rayas de las camiseta. Todo yo voy vestido de yo, como única forma de presentarme ante ustedes desde el nivel superior que me corresponde. Imaginarán que una disculpa de este nadie a mí no me complace, pues el valor de la disculpa es directamente proporcional a la categoría social de quien la dice. Y dado que este sujeto está en esos escalones sucios de la sociedad más mugrienta que yo jamás haya visto, comprenderán que no me satisfaga. Y cuando digo jamás quiero decir que en verdad no los he visto. Hay quien nace con una posición y no debe pedir perdón por ello. Comprenderán que yo tampoco. Por todo lo anterior, quiero proponer una solución efectiva y no tan dramática como la horca de una farola; si bien esta idea me gusta por efectista, y la vida es show, lo sabemos todos. Pero mi elegancia innata me impide mancharme las manos con el contacto del sujeto. En su lugar, adelanto que mis acompañantes han tomado distintas imágenes del inefable para publicarlas en los periódicos más importantes e influyentes de este país y limítrofres. Mis contactos harán lo mismo en distintas revistas de tendencias y programas de televisión. La nota al margen será: Escritor frustrado ataca a la sociedad para desarrollar su ira en ausencia de talento. Abstenerse imitadores.
Como verán, mi refinada estrategia no busca terminar con su vida, muy al contrario, cuanto más longeva sea su pobre existencia mayor alcance tendrá esta sutil defensa. Y la vida puede ser muy larga y dura cuando han destruido tu reputación, créanme. Ya lo he puesto en práctica muchas veces: funciona siempre. Dejo el micrófono a mi amigo Napoleón.

Napoleón se pone en pie, pero es chiquito y no le ven de las últimas filas. Con la ayuda de Josefina salta a la butaca. No es suficiente, sube al escenario y después de lanzarme una mirada fiera, viniendo de él qué podía esperar, se dirige a la audiencia.

-Putain trou du cul. Qui est-ce qu'il pense que c'est salaud ignorant de parler de moi? Todos los presentes me conocen, o deberían, porque cuando un personaje no es olvidado por la historia significa que tras él hay una vida meritoria. Puedo asegurarles que la mía lo fue. Y las consecuencias de mis actos cambiaron la existencia de millones de personas en toda Europa. Para bien y para mal, yo transformé la Europa de los mediocres y mentecatos dándole un impulso real a las libertades individuales.  Y todavía hoy se pueden ver las consecuencias en este tiempo hostil de retrocesos y cobardes. Me pregunto por qué no sigue nadie mi ejemplo. En fin, nunca mejor dicho, eso es otra historia.
Pero es doblemente humillante que un trainé ignorants se apropie de mi legado y lo convierta en un chiste. Una burla a mi memoria, mi ejemplo y mi persona. ¡A mí, Napoleón! ¡Que fusilé a miles de ciudadanos, muchos de ellos españoles! ¡Qué dirían sus antepasados de conocer la saleté escrita por este auteur inconnu! Poubelle malodorantes, ver ignorants. Quienes me conocen bien, saben que no me tiembla el pulso cuando debo eliminar a mis enemigos. Que sólo un contraataque fuerte de un contrario poderoso es capaz de frenar mi avance. Y si llega el caso negociar; así ha sido con mi amigo el Duque de Armani. Rara excepción que merece todo mi respeto, pues fue un valeroso adversario en los negocios y las mujeres. Si bien con éstas me lo puso fácil: se retiró pronto.
En cambio, me hallo ahora ante un esperpento comediante, ante la más baja escoria de esta juventud irrespetuosa y desinformada, adicta al crack de internet, al chat y las páginas de necedades tipo tuiter o feisbuc, y me arden mis demonios más fieros clamando venganza. Porque a diferencia de mi amigo el Duque, yo sí quiero eliminarlo. No concibo otro destino para mis peores rivales que la tumba. Propongo a los presentes, y como señal de respeto a quien me acompaña, que después de arrastrar el nombre de este personaje inmundo por los lodazales de la desinformación colectiva tal y como el Duque sugiere, y una vez eliminada cualquier traza de su reputación e imagen pública, pasemos a guillotina el cuello del sujeto. Y luego arrojemos su cabeza al Sena, donde seguro se la comerán los peces más peligrosos que Francia ha conocido, contaminado como está no puede existir otra especie superviviente. Eso es todo, confío que nadie se opondrá a mi recomendación.

De nuevo otro silencio, esta vez solemne, como majestuoso ha sido su descenso de los cielos al infierno; digo del escenario a la butaca. Ahora me doy cuenta de que Diego ha acertado en reservar una primera fila para personajes ilustres. Protagonistas así no caben en un asiento como el resto de los mortales, las cosas como son. Y el notable lo merece, qué tipo. Qué imagen tan potente, qué presencia, qué mirada, qué expresividad, qué oratoria, qué gestos, cómo maneja los brazos al hablar, cómo se desliza por la tarima, qué poco le asusta la cuarta pared. Es todo fuerza, claro que quien se ha enfrentado en cientos de batallas cara a cara con los cañones del enemigo, no va a arredrarse ante un público minoritario como este. Incluso a mí me ha convencido y estaría dispuesto a firmar su causa si prometen cumplir el plan como lo ha diseñado. Pero no me fío y seguro que algún mandado chapucero y vago lo estropea y acabo hecho pienso para los perros. Y por ahí no: lo sentiría por el perro. Qué culpa tiene.
El grupo de gamberros que venían con la pancarta de su compañía de teatro se ha puesto a hacer alguna gansada. Gente con déficit atencional, seguro. La disertación de resentidos comienza ya a extenderse demasiado. Y ni Diego ni yo sabemos cómo salir de esta trampa en la que se ha convertido el “encuentro entre amigos”. Vaya unos amigos, el que no quiere insultarme quiere fusilarme y el que no guillotinarme. Un éxito que se dice. Amor, esto se debe a que hay mucho amor en el mundo. Y luego me dice la tipa esa que por qué no escribo algo de amor, ¡no te jode! ¡Escríbelo tú si eres capaz! Que ya me reiré yo después, es fácil; tanto como sacar faltas al trabajo de los demás. Lo chungo es hacerlo bien.
Esos del Ñaque son como niños cansados tirándose objetos unos a otros. Cornetas, silbatos, pañuelos; bobadas así que traían haciendo para entretenerse. Titiriteros sin público, cómicos sin futuro, comediantes sin talento; bohemios de la vagancia y artistas del ocio. Me lo han parecido nada más verlos acercarse por la calle y así está resultando. Gente revienta actos sin educación ni paciencia. Claro que al resto quizás nos hayan obligado a tener demasiada y no entiendo por qué tenemos que aguantar una representación, una película, una videoinstalación de esas que están de moda entre comisarios modernos y galerías punteras, o cualquier otra cosa, si es un pestiño. ¿Es que nuestro tiempo de espectadores no vale? Quizás haya llegado la hora de reivindicar algo de respeto por los espectadores. Que normalmente ocurre al revés.
Se oyen voces al fondo, entre el grupo de teatro y los vestidos de camuflaje. Vaya dos ejemplos de fauna social tan distantes, y sin embargo han ido a caer unos tras otros. También ha sido casualidad. O quizás porque el resto del público los ha evitado y sólo han quedado esos asientos disponibles. Puede que yo también me hubiera apartado de esa chusma.
Un momento, ahora que me fijo… Entre los de camuflaje está la rubia, ¡mi antigua compañera en la Cía 56! ¡Pero qué sorpresa, una alegría! Por fin una cara amiga. Claro, en la puerta no he podido verlos bien por la falta de luz y sus caras teñidas para combate nocturno. Profesionales que son. Pero ahora sí, ¡son ellos! Sin duda el mejor regalo que Diego me ha podido hacer: contactar con mis compañeros del frente. Nada une tanto como la guerra. El cabo gastador, el enfermero, Zohet, David, Hazazel, Yahvé y Ezequiel. ¡Todos! Los último eran del ejército enemigo pero qué más da, eso es guerra pasada. Salvo al hijo puta del capitán Calero, lo demás lo he olvidado. Qué satisfacción tan enorme, por fin gente en la que poder confiar.
Y es que el combate no es como la vida, en él sólo hay dos bandos posibles: amigo o enemigo. Nada de grises ni medias tintas. Los papeles se reparten desde el primer día y no se cambian hasta la victoria o la muerte. Así da gusto. En la paz como en la vida resulta imposible saber dónde tienes al enemigo, quién te está fallando, quién es un traidor o quién se la jugaría por ti. Pero no en la guerra, en la guerra… Todo es mejor. La guerra es definitiva, por antonomasia y definición.
Parece que los estúpidos comediantes tienen ganas de bronca, uno de ellos ha saltado a la butaca de atrás, ¡y ha caído sobre Zohet! Se oyen gritos, el público se vuelve. La curiosidad es una rompecuellos.

-¡Que te quites de aquí o te reviento payaso de mierda!
-Pero de qué hablas… tronco… ñaque… que eres un ñaqueee.
-¡Cuidado con lo que dices que te tragas la culata por la boca de soplagaitas que tienes!
-¡Oye tú, camuflaooo, a mi colega no le griteees que te metooo!… Un dedo en el ojo…
-¿En el ojo? Por la boca te meto yo esta bota, ¡so gilipollas! Mírala bien, ¡un cuarenta y seis!
-A que te metooo…
-¡A que os liquidamos a todos, imbéciles titiriteros!
-Déjalo rubia. Que entre todos no hacen un hombre.
-Por eso, yo les enseño cómo mueren los cobardes, aquí tengo la bayoneta. Todavía con sangre, mira.
-Anda colega… la tipa esta… mira lo que lleva encima… un machete… qué sobradaaaa.
-¿Un machete? Estos tíos, quítamelos de encima que los liquido aquí mismo, ¡quítamelos David!
-No, no. Yo te ayudo. No nos hemos matado a luchar para que mierdas como estos hereden una libertad que no merecen. ¡Ridículos comediantes sin oficio ni beneficio!
-Tienes razón David, yo no combatí durante años para imbéciles así. Tengo aquí munición, ¿y tú?
-Yo ya he cargado mi AK. ¡En pie todos!
-Pero de qué vas… colegaaa… Anda mira tuuu… una escopetaaa…
-¿Escopeta? ¡Hazazel, enséñale cómo funciona tu escopeta!
-Eso está hecho. ¡Todos en pie, todos en pie ahora mismo desgraciados!

-Oye Kristoff, ¿has visto? Parece que hay jaleo ahí atrás.
-Sí, y estoy encantado. Ya me estaba cansando de que me echaran tanta mierda encima. Me voy con ellos, los conozco.
-¡Pero qué dices! ¡Son peligrosos!
-¿Peligrosos? ¡Unos valientes, eso son! ¿No me dijiste que te gustó el relato War? Pues ahí tienes a sus protagonistas. Y estos no han venido a insultarme, ¡son gente de ley! ¡Me voy para allá!
-¡Kristoff no! ¡Ven con nosotros! Vámonos por la puerta de atrás y llamamos a la policía. Que venga y pongan orden que para eso están.
-Carmen, tú vete con tus poemas si quieres, pero yo me quedo.
-¡Kristoff amigo, no! ¡Son peligrosos! Vámonos te digo.
-¿Peligrosos? Peligrosos son todos los demás. Lo que hay sueltos por aquí, por la calle. En el trabajo, la escuela, el supermercado, la carretera. Incluso la iglesia. De esos sí que hay que huir. De estos compañeros no, porque estos sí son compañeros que entienden de lealtad y sacrificio por el grupo. Sólo en el frente se conoce a las personas, cuando lo que tienen delante es la muerte y a su lado el compañero que puede protegerles. Me voy con ellos, todo lo demás es basura sin ideales, ni palabra, ni sinceridad, ni ley. ¡Me voy!

En dos zancadas me abro paso entre la gente, alborotada ya en el medio del pasillo por el jaleo. Unos en pie, otros aún sentados en sus butacas esperando que alguien ajeno les resuelva la situación, que para esos los demás sólo están para servirles. Gente egoísta y comodona, lo habitual. Saludo a mis ex compañeros, el cabo gastador y el enfermero, y después a los líderes del bando contrario; los que valientemente nos hicieron frente. Porque ellos también arriesgaron sus vidas merecen mi respeto.

-¡Tiritas, cuánto tiempo!
-¡Eh sinvergüenza ven aquí, mi compadre!
-¡Míralo, si parece una nenaza!
-Calla banderas, que lo tuyo son los estandartes.
-Eh, un respeto, que mi fusil y yo hemos resuelto muchas dudas.
-Tienes razón, Abisai, hermano mío. Dame un abrazo.

El público se confunde con mi espantada del escenario, creen que forma parte de la representación. Estos personajes son muy suyos y en este tiempo que hemos compartido sólo se han preocupado de sí mismos. Todavía no me conocen. Alguno, consecuencia de la proximidad, pretende saludarme haciéndose el amiguito. Hay quien me sugiere un autógrafo si compra mi libro, a modo de intercambio que aquí no se regala nada. Otros, los resentidos de verdad, me miran desde la distancia, sospechando de cada paso que doy o gesto que hago. Hacen bien, yo tampoco me fiaría de un escritor. En un par de frases te cambia el destino de un capítulo entero, y con gente así no se puede ir a ninguna parte. Casi los prefiero a estos: son mis enemigos y nunca cederán. Sé a qué atenerme, pero los que ahora se arriman… Malo, malo de verdad. Yo sigo con mi gente.

-Ven, nenaza, que te voy a presentar a tipos de verdad. Hazazel, Yahvé, Zohet, David y Ezequiel.
-Hola, los conozco a todos, antiguos enemigos.
-Hola Kristoff. Habíamos oído hablar de ti, de cómo te jugaste la vida en Washington. A mí me dejó impresionado aquel asalto al Chase Manhattan Bank.
-No creáis todo lo que la propaganda dice, la guerra también se gana con las octavillas.
-Lo sé, pero aquello me lo dijeron testigos de nuestro bando. Nada que ver con la propaganda. Sabemos cómo son las cosas.
-Troncooo… qué os rallaís… ¿no? Dejar al autor tranquilooo, colegas… que no hemos terminado… Yo quiero intervenir, tengo aquí unos apunteees…
-¿Y qué hacemos con estos soplapollas? Es tu acto, lo que nos digas Kristoff, hoy estamos a tu lado para lo que haga falta.

Esa demostración de amistad y entrega me emociona. Hago un esfuerzo enorme para mantener secos los ojos, con mis valientes amigos delante no puedo mostrarme blando, les decepcionaría. Y desde que acabó la guerra me he sentido perdido, sin referentes. Sin nadie en quien confiar. Sin líneas claras que separen lo bueno y lo malo, lo auténtico de lo falso. Desde que acabó la guerra en realidad vivo una mentira, dando saltos por las ramas de los días, esquivando golpes inesperados y trampas en el suelo. Desde que acabó la guerra ya no sé dónde tengo al enemigo, porque creo que todos son el enemigo; y me siento solo. Somos los excombatientes difíciles de insertar en la nueva sociedad de los cobardes, pues esos mismos a los que defendimos con la vida son ahora quienes mayor desprecio muestran por nosotros. Amilanados y espantadizos que ocultan insultándonos todos sus miedos.

-Amigos, cuánto os he echado de menos. Yo tengo la solución a este conflicto, y a todos los conflictos. Pásame tu arma, Tiritas.
-Encantado Kristoff.
-Este es el plan, a la de tres, abrimos fuego contra todos estos gilipollas, ingratos, y tramposos. Personajes de cartón, llorones y asustadizos. No los soporto más. Necesito liberarme. Igual que en su día liberamos al mundo de la tiranía económica, hoy lo haremos de la dictadura del buen ejemplo. Seamos, amigos míos, un mal ejemplo necesario para comenzar a construir todo de nuevo. ¿Os parece?
-A tu servicio, todos somos uno, lo sabes.
-Gracias. Gracias amigos míos. Cuánto os aprecio, no quiero volver a separarme nunca de vosotros. ¿A la de tres?
-A la de tres.

-Una.
-Dos.
-Tres.

Veinticinco minutos de fuego rabioso, viendo saltar a unos sobre las butacas, a otros arrastrarse como gusanos por el suelo. Alguno suplicando clemencia. Clemencia, ¡a mí! Que he tenido que soportar a todos esos personajes los últimos meses como una pesadilla. Apareciendo y desapareciendo con sus paranoias, sus obsesiones, sus fantasías. Sus delirios. Veinticinco minutos de fuego viéndolos reventar como muñecos. Tripas, sesos, sangre por la moqueta roja, por los asientos rojos, en las cortinas rojas del escenario.
Sobre la mesa de tribuna yacen los cuerpos de Diego y Carmen. Confiados que estaban de que contra ellos no iba mi ira. Se olvidaron de la rubia: con el machete en el pecho está Diego insertado en la mesa. A Carmen le ha metido un tiro entre los ojos. La rubia no tiene compasión alguna, menos aún con las mujeres. Pero yo lo he visto todo y no he sentido ningún remordimiento. Nada. Insensible al dolor ajeno que me he vuelto en este tiempo de burlas, traiciones y peleas. Nada me duele perderlos a todos.
A mis compañeros de combate me dirijo una vez que se recupera el silencio, aún humeante el Bretón por la pólvora quemada. Ahh, el olor a pólvora… A muerte, a final. A solución.

-Amigos, aquí hay unos quesos. Yo tengo hambre, disparar siempre me abre el apetito. Tomemos algo que esto hay que celebrarlo.

Los compañeros se acercan y David, tomando un trozo de queso azul eléctrico con olor a pistacho maduro y sabor a plátano y miel, exclama:
-Kristoff, ¡a tu salud!

Los demás, en círculo, le siguen:
-¡Por el reencuentro!
-¡Por la amistad!
-¡Por la justicia!
-¡Por el valor!
-¡Por ti!

A lo que añado:
-¡Por mi familia, que sois vosotros!

-Uhm… Qué bueno el queso este.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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