miércoles, 24 de marzo de 2010

FRANCOISE



FRANCOISE


Descubrí a Francoise bajo el letal abrigo de un alud.
Atrapada como un insecto en la saliva de un niño
pataleaba. Por sobrevivir.

Del esquí las tablas hechas leña.
De los bastones solo el mango.
De su sonrisa, un mueca. Un gesto amargo:
último aviso de la vida cuando anuncia su final.

Con pocas ganas y mucho compromiso, tiré de ella.
Tiré con fuerza, prisa y rabia.
Nunca quise lo que vino después.

Rescatada de una muerte segura
trató de compensarme hasta el último día de todos nuestros días.

Para empezar, me contó su historia.
Por escuchar, me quedé colgado de las ramas de su hablar.

Ella, dijo, también nació en el mediterráneo.
Allí el amor le sorprendió:
mirando al mar.
Y en el largo abrazo de aquellos rayos de sol
fue feliz, el tiempo que duró.

Con la ley en la mano y de la mano, trabajó. Viajó.
A veces, disfrutó.

Con los ochenta y su movida en la oreja y de la oreja
se dejó secuestrar. Por un viajero, a veces rudo, a veces caballero,
de las altas tierras del norte.

Se dejó deslumbrar, querer otra vez. Amar, tal vez.
Y del largo cortejo de la noche de amor que tiene que durar,
esta vez sí,
prendieron dos retoños. Retozando en la arena de una playa
fluvial.

Fagocitada y exhausta, estaba, otra vez, sepultada.
Se rescató a sí misma.
De un amor que tiene que durar y no duró.
Tampoco esta vez esta vez tampoco.

A lomos de una moto nacida para correr despacio
se sacudió, nuevamente la rabia nuevamente,
los recuerdos como piedras.
Los amargos momentos.
El tiempo pasado de un presente al que ya no pertenece.

Hoy Francoise se siente libre.
Ha pasado medio siglo desde el primer día que lloró.
Y ha llorado mucho desde entonces.
Hoy Francoise se da la importancia que merece.
Y se la han quitado muchas veces.
Hoy Francoise vive en su castillo
construido con esas piedras de recuerdos del olvido
y se siente fuerte en ese fuerte:
sobrevive.
Escapa del dolor que con el amor viene.

A veces se miente, a veces se niega.
A veces, ¡se siente valiente!
Cuando mira al sol aquel sol del mediterráneo
al que vuelve de año en año.
Pero es larga la noche y la soledad amarga.
De este otro alud, también letal,
nunca la pude rescatar.

Cincuenta años después
encontré a Francoise en un refugio a los pies de una montaña.
De nieve.
Hacía cruces con los puntos y puntos en los crucigramas.
Hacía, de todo, un anagrama.

Contarle yo mi historia quise.
Era tarde. Huída de este mundo hace tiempo estaba.
Tan sólo, entregarle la razón en una caja, yo buscaba.


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