sábado, 27 de julio de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte VIII (relato breve)




Leído en su historial la cadena de vicisitudes que lo habían arrojado hasta ella, reflexionó por primera vez acerca de si la vida era de verdad una cuestión de querer, de echarle esfuerzo y perseguir una meta con determinación. Se vio a sí misma como nunca lo había hecho: en la piel de ese enfermo, maltratada por una vida tozuda y resabiada. Despojada de todo suceso afortunado ocurrido en el pasado y determinante para su siguiente capítulo. Aquel día se percató de que si suprimía esos sucesos azarosos favorables su existencia podía haber sido muy distinta. Tal vez similar a la del miserable que ahora tenía ante sus ojos, con la mirada perdida en el agujero de la desesperación, la cara huesuda del moribundo, las manos quemadas de quien siempre se agarró a un clavo ardiendo. Un perdedor sin remedio un condenado por capricho un fracasado sin solución. Una vida de patadas con propina de insultos.

Fue entonces cuando unió las imágenes. El derrotado ante sí, los encerrados en su prisión y las palabras de Fausto: tienes que hacerlo por ellos. Ellos: todos los que no tuvieron la suerte de escapar. Porque ahora sí reconoció la fortuna por encima de una mera oportunidad bien aprovechada, como solía decir en un acto reflejo de autoafirmación. Y una vez alcanzado este momento de iluminación, doloroso como resulta siempre la verdad, ya no pudo evitarlo y dejó de engañarse con pintorescas excusas y débiles argumentos. Retomó el texto por el capítulo dos, y no paró hasta el séptimo con sus 687.000 palabras sin que sobrara nada, salvo el dolor que escondido en lo más profundo de su ser fue liberado gracias al efecto catártico de la escritura. En la cuneta de los objetos perdidos abandonó definitivamente aquel trance, y desprenderse de su pasado fue terapéutico pero también hubo en ello algo de desencanto: ¿y ahora?

Liberada de los fantasmas a los que acusar por los reveses de la vida, personajes infames convenientes donde descargar reproches, errores y el enorme peso de la culpa de equivocaciones acumuladas, tuvo a partir de ahí que enfrentarse al hecho inexorable de que, en lo sucesivo, lo bueno y lo malo sólo sería cosa suya. Sin competencia directa de ningún comité asamblea grupo ministerio o gobierno. Y no siempre ayuda ser directos responsables de las propias decisiones.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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