lunes, 29 de julio de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte XI (relato breve)




Cuando ella reflexionaba sobre estos conceptos y sus vías alternativas, veía la infinitud de posibilidades abiertas como una ventana a la que asomarse con el vértigo del vacío bajo los pies, el asombro de lo desconocido y el largo camino por recorrer hasta el horizonte. Dispuesta la materia prima sobre la mesa dentro de su casita de flores, demostraría esta idea. Y el mundo vería que ella era algo más que una cuentacuentos con suerte. Si bien, cada vez le importaba menos lo que el mundo pensaba con su ingente mediocridad. De todo ello ya había tenido suficiente a lo largo de los años.


Cestrum nocturnum: un jazmín de floración nocturna y tóxico que le atraía especialmente por esta característica. Para su propósito el amparo de la noche y la alevosía del veneno interior eran necesarios. También lo escogió por pertenecer al grupo de las especies trepadoras. Le maravillaba la rápida respuesta de éstas a un entorno cambiante. Consideraba fascinante el comportamiento inteligente de las trepadoras y su casi visible movilidad. Afirmaba que con un suspiro más en el tiempo evolutivo, aquellas especies hubieran podido caminar; alimentándose a su paso de sales y minerales superficiales como hace el ganado cuando lame las piedras. Desplazándose sin problemas por tierra firma, avanzando por el sombrío cuando apretara el calor, refugiándose en grutas y árboles según el peligro, evitando el día o la noche en función de las temperaturas, su única limitación hubiera sido el océano. Después de todo, sales y minerales había en todos los suelos, así que… por qué no. 


Diseccionadas las células elegidas, extrajo pedazos de ADN que agrupó por categorías: genes de crecimiento, de movilidad, sensibles al tacto, la luz, la temperatura y, muy especialmente aquellos que determinaban el esquema y desarrollo de las raíces. Almacenó e identificó estos grupos en pequeños pero vistosos contenedores de aluminio, la presentación la presentación, que reservó en su cámara criogénica. Agotadora y minuciosa tarea a la que dedicó sus primeras cuatro semanas en la casita de flores. Sin apenas tiempo para comer y durmiendo lo justo. En mente tenía el objetivo: crear la especie suficientemente resistente, y hermosa, que pudiera adornar cualquier espacio del castillo. O jardín. Y en ausencia de vástagos propios ya pensaba en ella como su criatura: a un paso de la creación con todas sus consecuencias.




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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