LIFESTYLE
Va a resultar que un
cambio total de vida sólo es cuestión de proponérselo.
Soltar lastre y un
providencial toque de suerte;
-nunca la suerte, la
buena suerte, viene mal-.
Si bien tampoco sé qué
es más extraordinario: ¿ésta o la providencia?
En mi caso una llamada
telefónica. Miércoles de otra semana de mierda
cargando bloques de
hielo para repartir por las casas. Los días pares bombonas,
que no bombones, para
gente pobre como yo en bloques de viviendas
amontonados aquellos
pequeñas éstas sobreocupado todo.
Un colega al que no
veía desde los trece, él se fue por el delito yo por la vagancia
ninguno por el estudio,
pidió mi colaboración:
necesitaban conductor
rápido y llegado el caso temerario.
Yo era su hombre él
ponía la gratificación: extraordinaria.
Por fin iban a dar el
gran golpe que les retiraría de la circulación.
Puede que también a mí,
curiosamente, circulando.
El objetivo una
joyería. Yo esperaría fuera, doble fila con motor en marcha.
Sólo por lo primero ya
me gustó.
Dos vaciarían la tienda
uno encañonaría a los empleados.
Diez minutos bastaban
para cambiarlo todo.
Así fue. Un perista
belga nos compró la mercancía
a cincuenta kilómetros
de la frontera nos detuvo la policía:
puto control rutinario
de alcoholemia.
Con el maletero lleno
de dinero a quién no le traicionan los nervios,
y el miedo a perderlo
todo para volver donde siempre,
pero peor.
Entre todos se liaron a
tiros mi acompañante murió allí mismo.
Pisé el acelerador:
llegó ese momento temerario.
Las balas nos
perseguían y zumbaban como abejas.
No tuvieron suerte los
del asiento trasero:
a uno le abrieron la
cabeza a otro le atravesaron el cuello.
Puso éste todo perdido
de sangre, veinte minutos tardó en morir
para dejar el coche
hecho un asco.
Lloriqueando como un
niño y aterrado como un moribundo.
En una zona de descanso
para familias y domingueros
con papeleras mesas y
barbacoas
tomé mi mejor decisión:
me quedé las bolsas con
el dinero y al coche le prendí fuego.
Crucé la frontera a pie
entre montañas.
Hasta Niza me llevó un
camionero. Nada me pidió por ello.
A Mónaco un taxista
previo pago de su especial tarifa.
Habiendo tantos
millonarios por metro cuadrado
no se me ocurrió mejor
sitio donde vivir en la opulencia y con descaro
fuera costumbre y no
mal visto.
A mi favor que no sería
sino uno más entre ladrones, total camuflaje.
Un amable comerciante
en fuga hacia la jubilación anticipada
me cedió el negocio a
buen precio: diez por ciento de descuento
por pronto pago en
efectivo. No hallaba forma de gastar tanta pasta.
Tres años regentando
este negocio en al Avda. más comercial de la ciudad,
lujo luces excesos son
su seña de identidad,
asesorando a mujeres
hermosas con estilo y buen escote.
Con más de una también
me he visto de noche. Por aquello de comprobar
en cuerpo y lugar cómo
refulge mi género,
a la luz de la luna con
el suave balanceo de un yate sobre las aguas del mar.
Con frecuencia tengo
éxito y las que no, nadando me voy a la playa.
Siempre está cerca la
orilla por si hay que saltar por la borda
cuando llega del barco el
patrón.
Olvidé decir que mi
negocio es una joyería:
me pareció lo más
oportuno para ser agradecido a la suerte.
Pero no puedo negar que
todos los días tengo un miedo,
casi diría razonable,
a que entren cuatro
desalmados por la puerta
y a punta de pistola me
atraquen.
© CHRISTOPHE CARO
ALCALDE
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