sábado, 25 de agosto de 2012

OFERTAS DE VERANO (relato corto)



OFERTAS DE VERANO

Kilómetros de arena a los cuatro vientos y ni una sombra donde protegerse de esta bomba de calor radioactivo que es el sol. Yo que buscaba turismo de aventuras, deporte de alto riesgo, emociones singulares, esas cosas… se me ha ido la mano con la experiencia. ¡Qué calor! Y cinco gotas de agua para cruzar este desierto. No saldré de aquí vivo. Ni muerto, porque nadie va a perder su tiempo y su energía en rescatarme.
Mi familia no sabe dónde estoy, entre otras cosas porque no tengo familia. Casi mejor, ni sufren ni me hacen sufrir. Mis amigos ya no me prestan atención. Tantos son los líos en los que con los años he caído que se aburrieron de mí; no les culpo. A la embajada no le voy a interesar. Menos ahora que persiguen un nuevo acuerdo comercial: ellos quieren más petróleo, los árabes más dinero. Difícil arreglo. Claro que siempre queda la opción de mejorar la oferta regalándoles nuestras mujeres, como dijo el primer ministro. Y si él lo dice, muchos obedecen. Incluso la oposición por una vez está de acuerdo. Será porque tienen más oposición en casa y esto les motiva. Eligen oponerse a su propia oposición. Es lo que tiene oponerse por sistema: uno se vuelve previsible.
Así que aquí estoy muerto de sed, en breve será literal, y de aburrimiento. Esto peor, dadas las circunstancias, si yo buscaba turismo de aventura. Pocas cosas aburren más que un final adelantado. Y éste está predicho en los oráculos más groseros: la aventura del desierto acabará contigo. Final previsto, me falta motivación, por tanto.
Si al menos fuera el desierto de Sonora, o el mar de dunas de Brasil, o el desierto de Atacama en uno de sus episodios floridos, podría dar por válida la desventura. Pero no. Un desierto cualquiera del que no recuerdo ni su nombre. Sin interés turístico, fotográfico, paisajístico. Ni siquiera está en medio de una importante ruta comercial, donde podría avistar alguna caravana cargada de dátiles y miel. O kalashnikov y polvo de amapola, porque el comercio es el comercio. Nada hay de exótico o interesante que de aquí pueda contar. Tampoco podré.
Como alternativa a la desecación sobre la parrilla de arena se me ocurre hacer un agujero donde tal vez estuviera más fresco. La contraindicación, siempre hay alguna en cualquier ocurrencia, es que a mayor esfuerzo mayor hidratación. Con sólo cinco gotas, acabaría rápido mi reserva hídrica. A partir de ahí, a esperar la muerte en el agujero.
Claro que esta opción tiene el indiscutible beneficio medioambiental: el viento barrería arena sobre mi cuerpo hasta taparlo y desaparecer de la vista. De la vista de nadie, pero de la vista al fin y al cabo. No sería una desagradable intrusión estética en un idílico paisaje de paz duradera y dunas cambiantes. Algo así decía el folleto promocional de la agencia de viajes donde compré este viaje definitivo. “Paisaje de paz y dunas”, aquí no mentían, no podré demandarles por incumplimiento de contrato.
Aún no sé por qué me dejé convencer, si lo que yo buscaba era agitación y estrés. Adrenalina y dopamina para compensar mi tedioso trabajo de administrativo en una agencia de distribución. La mía es la parte aburrida, porque la agencia distribuye todo lo imaginable, sin reparos morales ni barreras comerciales. Menos aún legales: éstas se franquean rápido.
En la agencia lo mismo enviamos hielo a Alaska que barcos de pesca al mar de Aral o equipos home cinema al Sahara. ¿No hay un festival de cine?, pues toma equipo para fardar en la jaima sin agua ni electricidad. Lo importante es vender por cualquier vía cualquier cosa. Armas de juguete al ejército israelí; uranio empobrecido a Irán, más barato dónde vas a comparar; hamburguesas a McDonald’s; sobrecitos de sal a Salt Lake City. Mejor cuanto más improbable el éxito. Incluso se está pensando abrir una nueva línea de negocio que suministre amantes a las amantes de políticos y empresarios de moral distraída. Forma parte de un cursillo acelerado para comprender la psicología de la deslealtad. Distintos estudios infieles de mercado pronosticaron el éxito de la idea. Pero yo me aburría, sólo números, nada de acción. Por eso necesito estos episodios de riesgo extremo.
Bueno, he de tomar una decisión, agujero o ruta.
A quién quiero engañar, voy cavando el agujero.
En realidad fue la chica del café con pastas y licor de menta la que me convenció de este viaje sin retorno. Yo había entrado en la agencia cautivado por la oferta de quince días nada incluido en el cuerno de áfrica, luchando por sobrevivir. La agencia proporcionaba la llegada, nada más. Una compañía de aeronaves en quiebra y alta siniestralidad ofertaba el vuelo extra low cost. Esto era literal: el cliente era arrojado desde el aire para ahorrar tasas de aeropuerto y personal de tierra. El guía que abrió el primer salto tuvo suerte con el paracaídas: primer uso, equipo completo. No así su acompañante de asiento: le faltaba la anilla de apertura e hizo un descenso vertiginoso. Le adelantó a toda velocidad dándole una envidia inconfesable, hasta que se despachurró contra el suelo. Lo confesó más tarde sin por ello sentirse culpable. Una vez en tierra, el propósito no era otro que salvar el pellejo. La zona era un hormiguero de tribus en constante lucha contra el intruso y contra ellos mismos. Pero estaban de acuerdo en una cosa: todas daban muerte al extranjero.
Yo buscaba tensión dramática pero mientras ojeaba tontamente un catálogo tras otros esperando ser atendido, tropezó conmigo la del café con pastas y licor de menta. Entre disculpas, sonrisas dulces de menta dulce y miradas de alto riesgo, me engatusó para hacer este viaje prometiéndome que lo haría conmigo. Sabía que mentía pero necesitaba creerme su mentira poética para limpiar mi realidad numérica.
Paz y dunas.
Lo que no sabía porque sonrisa dulce lo omitió, era que el avión te arrojaba en medio del desierto con un parapente viejo, una piña colada y una cantimplora de juguete. En la parte inferior del parapente pude leer un mensaje publicitario: “Agencia de viajes La Secreta. Garantizamos que no lo contará.”
Vale, esto ya está. Me quedan cinco gotas. Parece que se acerca una tormenta de arena. Echo de menos un libro de visitas donde recomendarlos. No abunda la gente que cumple lo que ofrece.


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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