martes, 24 de junio de 2014

HUMANIDADES ENFRENTADAS, parte 19



El guantazo contra el suelo de tierra y grava fue espectacular. Y espectacularmente humillante. Con la falda tapándome la cara y no las bragas, esas que tanto le gustaba mirar al hijo puta niño, éste se apercibió de que con el golpe estaba yo aturdida y desconcertada. Fue entonces cuando se acercó corriendo con su hermano pequeño… A darme patadas. Sí, patadas y no disculpas. Intuía yo por alguna razón que era un maltratador, y ahí estaba el monstruo. Por fin salió con toda su rabia. Patadas patadas patadas. En el estómago en la cara en la espalda en las piernas en el culo. En el otro lado del culo. Patadas y más patadas con sus zapatos puntera dura… para dar patadas suponía que al balón. Patadas y también insultos.

No es necesario explicar que todos los demás niños se rieron de mí. Fui el saco de hostias más vapuleado y humillado en la historia moderna de las niñeras. Fui el hazmerreír más hilarante que se recuerda en ese parque y en todo Madrid. Seguramente, en todo el país. Este lindo lugar lleno de españolitos comprensivos solidarios y amables con sus hijos de la madre patria. Fui… fui la mayor imbécil que yo haya visto jamás.

Un vómito no sé cuántas patadas y una insuperable humillación más tarde, estaba en pie otra vez sacando coraje de mi rabia, no existe bebida energética que lo supere. Arrastrando a esos egoístas cabrones por la oreja me los llevé hasta el portal donde los dejé asustados dirección quinto piso en ascensor cohete. De ahí marché al hospital a que me lamieran las heridas. A su modo.

Tres horas de espera, cuatro puntos, doce tiritas, una radiografía lumbar y muchos unturruteos de Betadine por el cuerpo después, fue arrojada a la calle con una receta de ibuprofeno. Con el mundo de hijos de puta por delante, recordando cómo habían consentido mis amigas las niñeras que ocurriera lo ocurrido, deambulé muerta de rabia e indignación durante horas.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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